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Columnista - 16 junio, 2010

Al que no estudia historia, se la repiten

Desde mi cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro Parecen contemporáneos los hechos que condujeron al nacimiento de los partidos políticos en Colombia y el mundo: el dinero y el poder, compañía imperecedera de todo humano en cualquier tiempo y lugar, son los indicadores constantes. En el bergantín ‘Congreso’ allá por 1826, el entonces intendente Tomás Cipriano […]

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Desde mi cocina



Por: Silvia Betancourt Alliegro

Parecen contemporáneos los hechos que condujeron al nacimiento de los partidos políticos en Colombia y el mundo: el dinero y el poder, compañía imperecedera de todo humano en cualquier tiempo y lugar, son los indicadores constantes.
En el bergantín ‘Congreso’ allá por 1826, el entonces intendente Tomás Cipriano de Mosquera, que después General,  le entregó a Simón Bolívar, que venía del Perú, en pleno mar, el acta dictatorial firmada en una reunión de padres de familia convocada por el mismo intendente en Guayaquil.
Lo más grave y triste del asunto, es que Bolívar, sin querer quizá, cometió el primer acto dictatorial al ascender a coronel efectivo al intendente Mosquera, atropellando la Constitución, pues el Gobierno, con previo consentimiento del Senado, podía hacerlo; y con ese acto aceptó tácitamente las facultades dictatoriales.
El Libertador, conocedor del poder de la palabra, manifestó su desagrado porque en el acta se aplicaba la palabra dictadura, y solicitó que se reservase el contenido del documento hasta que desembarcara en Guayaquil, y que lo hicieran público a su llegada a Colombia, ante los que asistieran a la ceremonia de bienvenida.
Desde que se supo en Bogotá que el Libertador salía del Perú para Colombia, el entusiasmo fue arrollador, se esperaba la salvación de la patria, el restablecimiento del imperio de la Constitución; y también, que salvara al general Páez sin condiciones humillantes para el héroe de Apure.
Pero, a pesar de que en ese tiempo no existía Internet, ni la telefonía celular, las noticias de los sucesos de Guayaquil, repetidos boca a boca en Cuenca, Quito y otros pueblos del sur, esparcieron la consternación y el desaliento; y todos los preparativos para recibir a Bolívar que creían llegaba a encargarse del gobierno conforme a la Constitución se truncaron,  hicieron presencia la inquietud y la frialdad.
En Guayaquil se previno al Libertador contra el vicepresidente Santander, haciéndole creer que el mal gobierno de éste había originado la revolución en Venezuela, que la acusación al general Páez había sido obra de Santander; que el empréstito colombiano de 1824 había sido dilapidado por Santander y había servido únicamente para enriquecerlo a él y a sus áulicos.
Desde ese tiempo se produjo el rompimiento de los dos hombres más eminentes de la República, que trajo consigo otra de naturaleza permanente: la división funesta de los ciudadanos, que se denominaron      Constitucionales y Serviles.
Desde entonces, la primera calificación: Liberales, ha variado por intervalos, pero en realidad se le bautizó inicialmente como el Partido Constitucional, unas veces mencionados como progresistas, otras en radicales, subdividiéndose en gólgotas, en draconianos, en democráticos, en federalistas y últimamente en Liberales y –por ahora-  uribistas.
La segunda calificación, servil: Conservadores,  ha venido variando de manera injuriosa, ya sea nombrándolos como beatos, rabilargos, fanáticos, romanistas, papistas, retrógrados, centralistas, y godos, que es el apodo que ha prevalecido, importado por los revolucionarios de Venezuela (los de ese entonces); actualmente son Conservadores y –por ahora- uribistas.

El Partido de la U, el casi único,  por causas divulgadas por los columnistas en Colombia y fuera de ella, ha retomado la idea originaria, el embrión de nuestra nación y no podremos saber cuáles serán las consecuencias, así vaticinemos, pero de lo que sí podemos estar seguros es que al que no estudia la historia, se la repiten.
Lo peculiar es que gran número de los que entonces llamaban serviles resultaron siendo liberales y muchos de los que eran considerados liberales, ahora se podrían calificar de godos- como se llamaba en ese entonces a los enemigos de la independencia -, de qué manera se haya logrado esa metamorfosis en los nombres y de pasada hacer desaparecer prácticamente a los partidos antagonistas, sin que se haya cambiado la naturaleza de las cosas, es lo que tendremos que someter a análisis para poder explicarlo a nuestros hijos, también debemos inducirlos a que ejerzan su derecho al voto, que al parecer, es el único que jamás podrán abolir por conveniencias ‘democráticas’.

[email protected]

Columnista
16 junio, 2010

Al que no estudia historia, se la repiten

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Silvia Betancourt Alliegro

Desde mi cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro Parecen contemporáneos los hechos que condujeron al nacimiento de los partidos políticos en Colombia y el mundo: el dinero y el poder, compañía imperecedera de todo humano en cualquier tiempo y lugar, son los indicadores constantes. En el bergantín ‘Congreso’ allá por 1826, el entonces intendente Tomás Cipriano […]


Desde mi cocina



Por: Silvia Betancourt Alliegro

Parecen contemporáneos los hechos que condujeron al nacimiento de los partidos políticos en Colombia y el mundo: el dinero y el poder, compañía imperecedera de todo humano en cualquier tiempo y lugar, son los indicadores constantes.
En el bergantín ‘Congreso’ allá por 1826, el entonces intendente Tomás Cipriano de Mosquera, que después General,  le entregó a Simón Bolívar, que venía del Perú, en pleno mar, el acta dictatorial firmada en una reunión de padres de familia convocada por el mismo intendente en Guayaquil.
Lo más grave y triste del asunto, es que Bolívar, sin querer quizá, cometió el primer acto dictatorial al ascender a coronel efectivo al intendente Mosquera, atropellando la Constitución, pues el Gobierno, con previo consentimiento del Senado, podía hacerlo; y con ese acto aceptó tácitamente las facultades dictatoriales.
El Libertador, conocedor del poder de la palabra, manifestó su desagrado porque en el acta se aplicaba la palabra dictadura, y solicitó que se reservase el contenido del documento hasta que desembarcara en Guayaquil, y que lo hicieran público a su llegada a Colombia, ante los que asistieran a la ceremonia de bienvenida.
Desde que se supo en Bogotá que el Libertador salía del Perú para Colombia, el entusiasmo fue arrollador, se esperaba la salvación de la patria, el restablecimiento del imperio de la Constitución; y también, que salvara al general Páez sin condiciones humillantes para el héroe de Apure.
Pero, a pesar de que en ese tiempo no existía Internet, ni la telefonía celular, las noticias de los sucesos de Guayaquil, repetidos boca a boca en Cuenca, Quito y otros pueblos del sur, esparcieron la consternación y el desaliento; y todos los preparativos para recibir a Bolívar que creían llegaba a encargarse del gobierno conforme a la Constitución se truncaron,  hicieron presencia la inquietud y la frialdad.
En Guayaquil se previno al Libertador contra el vicepresidente Santander, haciéndole creer que el mal gobierno de éste había originado la revolución en Venezuela, que la acusación al general Páez había sido obra de Santander; que el empréstito colombiano de 1824 había sido dilapidado por Santander y había servido únicamente para enriquecerlo a él y a sus áulicos.
Desde ese tiempo se produjo el rompimiento de los dos hombres más eminentes de la República, que trajo consigo otra de naturaleza permanente: la división funesta de los ciudadanos, que se denominaron      Constitucionales y Serviles.
Desde entonces, la primera calificación: Liberales, ha variado por intervalos, pero en realidad se le bautizó inicialmente como el Partido Constitucional, unas veces mencionados como progresistas, otras en radicales, subdividiéndose en gólgotas, en draconianos, en democráticos, en federalistas y últimamente en Liberales y –por ahora-  uribistas.
La segunda calificación, servil: Conservadores,  ha venido variando de manera injuriosa, ya sea nombrándolos como beatos, rabilargos, fanáticos, romanistas, papistas, retrógrados, centralistas, y godos, que es el apodo que ha prevalecido, importado por los revolucionarios de Venezuela (los de ese entonces); actualmente son Conservadores y –por ahora- uribistas.

El Partido de la U, el casi único,  por causas divulgadas por los columnistas en Colombia y fuera de ella, ha retomado la idea originaria, el embrión de nuestra nación y no podremos saber cuáles serán las consecuencias, así vaticinemos, pero de lo que sí podemos estar seguros es que al que no estudia la historia, se la repiten.
Lo peculiar es que gran número de los que entonces llamaban serviles resultaron siendo liberales y muchos de los que eran considerados liberales, ahora se podrían calificar de godos- como se llamaba en ese entonces a los enemigos de la independencia -, de qué manera se haya logrado esa metamorfosis en los nombres y de pasada hacer desaparecer prácticamente a los partidos antagonistas, sin que se haya cambiado la naturaleza de las cosas, es lo que tendremos que someter a análisis para poder explicarlo a nuestros hijos, también debemos inducirlos a que ejerzan su derecho al voto, que al parecer, es el único que jamás podrán abolir por conveniencias ‘democráticas’.

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