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Columnista - 26 julio, 2016

Cuando regrese a Nueva York

Todo comenzó en enero de 2014, por fin iba a cumplir uno de mis mayores anhelos, conocer los Estados Unidos de América, ya había culminado mis estudios de secundaria y entonces me dedicaría a estudiar inglés antes de ingresar a la universidad aquí en Colombia, por supuesto que aparte de explorar el idioma aprovecharía para […]

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Todo comenzó en enero de 2014, por fin iba a cumplir uno de mis mayores anhelos, conocer los Estados Unidos de América, ya había culminado mis estudios de secundaria y entonces me dedicaría a estudiar inglés antes de ingresar a la universidad aquí en Colombia, por supuesto que aparte de explorar el idioma aprovecharía para explotar al máximo la modernidad, el arte, la cultura, el desarrollo, el donaire, los sitios turísticos y la infinidad de atracciones que ofrece la fantástica ciudad que tenía como destino, la ciudad a la que alguna vez Frank Sinatra le cantó, la metrópoli que nunca duerme, la capital del mundo, si, esa es la gran Nueva York.

De lunes a viernes estudiaba en el International Center Of Chatolic Community Services en la 80 Maiden Lane, en el corazón del comercio y las finanzas de Nueva York, cerca de Wall Street y el Banco de la Reserva Federal, los sábados iba al Hunter College en la 695 Park Ave, muy cerca del Central Park.

Para nadie es un secreto que la delincuencia urbana, el conflicto armado y sobre todo el narcotráfico ha creado una imagen atroz de Colombia a nivel mundial. Son muchos los colombianos que han sido víctimas de discriminación cuando han ido a otros países, marginación procedente desde ciudadanos del común hasta por parte de las propias autoridades, en parques, centros comerciales, aeropuertos, etc.

Un día cualquiera, conversando con uno de los colaboradores del International Center, nos dirigimos hacia un mapa muy grande que estaba en una de las salas del centro de estudio, él me pidió que le indicara donde estaba Colombia, apenas ubiqué nuestro país en el mapa me preguntó acerca del grupo armado (Farc) que había secuestrado por muchos años a una mujer que en su momento aspiraba a la presidencia de la República (Ingrid Betancourt), hecho que había sido noticia mundial y que a él le había causado cierta impresión. Hablamos sobre el tema unos cuantos minutos, después le hable de mi ciudad Valledupar y le enseñé donde está sitiada.

En otra ocasión, mientras platicaba con un compañero coreano acerca de nuestras culturas y estilos de vida, me preguntó que si en mi país producían cocaína –sé muy bien que él lo sabía– y que si yo la había consumido alguna vez, en seguida le respondí que si la producían y que no la consumía, que era una actividad ilícita que le ha ocasionado mucho daño al país durante muchos años, después le explique algunas de las problemáticas que se han derivado de tan nefasto flagelo.

Estudiar y vivir en los Estado Unidos fue muy gratificante para mí, lo que no fue nada agradable fue ver como mi país, en muchas ocasiones, es reconocido por este tipo de actos ilícitos, qué funesto ver como lo malo opaca lo bueno, como lo dilapida.

Espero que el día que vuelva a salir del país no me pregunten por secuestros sino por los lugares paradisiacos que caracterizan nuestra geografía nacional, que no se mencione la palabra cocaína sino que se hable del café que se produce en nuestras hermosas montañas, que no me pregunten si consumo drogas, mejor que me pidan recomendaciones gastronómicas, que no me hablen de Pablo Escobar sino de Gabriel García Márquez y sus ‘Cien Años de Soledad’ o de Botero y sus gordas.

Deseo volver algún día y que todas esas rotulaciones de las que Colombia ha sido objeto queden atrás, que lo afable derroque lo maléfico, que no se hable de conflicto sino de armonía, ojalá que eso pase, cuando regrese a Nueva York.

Columnista
26 julio, 2016

Cuando regrese a Nueva York

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Camilo Pinto

Todo comenzó en enero de 2014, por fin iba a cumplir uno de mis mayores anhelos, conocer los Estados Unidos de América, ya había culminado mis estudios de secundaria y entonces me dedicaría a estudiar inglés antes de ingresar a la universidad aquí en Colombia, por supuesto que aparte de explorar el idioma aprovecharía para […]


Todo comenzó en enero de 2014, por fin iba a cumplir uno de mis mayores anhelos, conocer los Estados Unidos de América, ya había culminado mis estudios de secundaria y entonces me dedicaría a estudiar inglés antes de ingresar a la universidad aquí en Colombia, por supuesto que aparte de explorar el idioma aprovecharía para explotar al máximo la modernidad, el arte, la cultura, el desarrollo, el donaire, los sitios turísticos y la infinidad de atracciones que ofrece la fantástica ciudad que tenía como destino, la ciudad a la que alguna vez Frank Sinatra le cantó, la metrópoli que nunca duerme, la capital del mundo, si, esa es la gran Nueva York.

De lunes a viernes estudiaba en el International Center Of Chatolic Community Services en la 80 Maiden Lane, en el corazón del comercio y las finanzas de Nueva York, cerca de Wall Street y el Banco de la Reserva Federal, los sábados iba al Hunter College en la 695 Park Ave, muy cerca del Central Park.

Para nadie es un secreto que la delincuencia urbana, el conflicto armado y sobre todo el narcotráfico ha creado una imagen atroz de Colombia a nivel mundial. Son muchos los colombianos que han sido víctimas de discriminación cuando han ido a otros países, marginación procedente desde ciudadanos del común hasta por parte de las propias autoridades, en parques, centros comerciales, aeropuertos, etc.

Un día cualquiera, conversando con uno de los colaboradores del International Center, nos dirigimos hacia un mapa muy grande que estaba en una de las salas del centro de estudio, él me pidió que le indicara donde estaba Colombia, apenas ubiqué nuestro país en el mapa me preguntó acerca del grupo armado (Farc) que había secuestrado por muchos años a una mujer que en su momento aspiraba a la presidencia de la República (Ingrid Betancourt), hecho que había sido noticia mundial y que a él le había causado cierta impresión. Hablamos sobre el tema unos cuantos minutos, después le hable de mi ciudad Valledupar y le enseñé donde está sitiada.

En otra ocasión, mientras platicaba con un compañero coreano acerca de nuestras culturas y estilos de vida, me preguntó que si en mi país producían cocaína –sé muy bien que él lo sabía– y que si yo la había consumido alguna vez, en seguida le respondí que si la producían y que no la consumía, que era una actividad ilícita que le ha ocasionado mucho daño al país durante muchos años, después le explique algunas de las problemáticas que se han derivado de tan nefasto flagelo.

Estudiar y vivir en los Estado Unidos fue muy gratificante para mí, lo que no fue nada agradable fue ver como mi país, en muchas ocasiones, es reconocido por este tipo de actos ilícitos, qué funesto ver como lo malo opaca lo bueno, como lo dilapida.

Espero que el día que vuelva a salir del país no me pregunten por secuestros sino por los lugares paradisiacos que caracterizan nuestra geografía nacional, que no se mencione la palabra cocaína sino que se hable del café que se produce en nuestras hermosas montañas, que no me pregunten si consumo drogas, mejor que me pidan recomendaciones gastronómicas, que no me hablen de Pablo Escobar sino de Gabriel García Márquez y sus ‘Cien Años de Soledad’ o de Botero y sus gordas.

Deseo volver algún día y que todas esas rotulaciones de las que Colombia ha sido objeto queden atrás, que lo afable derroque lo maléfico, que no se hable de conflicto sino de armonía, ojalá que eso pase, cuando regrese a Nueva York.