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Columnista - 25 julio, 2016

Las críticas

Esta es la última entrega del tríptico sobre el acto de escribir. Cuando uno se arriesga a publicar sus escritos debe ser consciente de que le lloverán críticas; las hay agradables, regulares y demoledoras. Yo no creo que haya crítica mala si el que critica es honesto, esas nos sirven para mejorar. Cuando un grupo […]

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Esta es la última entrega del tríptico sobre el acto de escribir. Cuando uno se arriesga a publicar sus escritos debe ser consciente de que le lloverán críticas; las hay agradables, regulares y demoledoras.

Yo no creo que haya crítica mala si el que critica es honesto, esas nos sirven para mejorar. Cuando un grupo de estudiantes me invita para comentar uno de mis libros que les han asignado como tarea, lo primero que pregunto es a quién no le gustó el libro, solo uno o dos tímidamente levantan la mano, y esos son los que me interesan, es bueno oírlos hablar así: “Hay muchos lugares comunes”, o “el final no está de acuerdo con la historia”, “hay muchas figuras literarias”, en fin, hacen que el escritor revise el libro y vea si tienen razón o no.

La crítica buena nos agrada, pero hay que tomarla con calma, puede perjudicarnos para seguir avanzando. Ecco dijo que hay ‘libros buenos y otros que no debimos escribir”, todo escritor tiene eso en su haber.

Hay una crítica ponzoñosa: esa de algunos que, sin conocer tu obra, la critican con saña. Me pasa con una profesora de la UPC, que admiro como académica, que me llevó a charlas con unos jóvenes a Manaure y de un momento para otro, sin mediar disgusto entre ambas, se convirtió en acérrima atacante de mis obras, lo que más dice es que soy una comerciante; cuando expone en sus charlas y hace un recuento de los cuentistas del Cesar no me nombra. En una ocasión pedí la palabra y le pregunté quién había ganado el primer concurso de cuento en el ochenta y seis, en el Cesar, y me dijo: ‘usted’, ¿entonces por qué la omisión?, se rio; otra vez saboteó un encuentro, también en Manaure, al que me invitó un grupo al que le brinde mi afecto y hoy no me determina. Pero eso ya no es crítica a mis libros es a mí directamente.

Así habrá muchos, no se preocupen los amigos escritores, hay que seguir adelante, pongo ese ejemplo no porque la profesora y su odio sean determinantes en el proceso que llevó, sino para que sepan que como ella hay muchos. Cuando yo era una jovencita, en el colegio de monjas, cuando nos pasaba algo así, contestábamos: “¿Será por envidia o por caridad?”

Y, entonces ¿por qué escribimos? Esa pregunta se la han hecho a todos los escritores y el noventa por ciento ha contestado que no sabe, no salen con esas frases cursis de que: “esa es mi vida, ese es mi sueño, es mi vocación”. No, no se sabe, lo único claro para el escritor es que hay una fuerza imperiosa que lo lleva a contar historias, a relatar sueños (de soñar) y hacerlos reales. Si desde los ocho años de edad estás escribiendo, no tienes escapatoria, seguirás por siempre haciéndolo.

Hay que aceptar las críticas buenas o no, hay que ignorar la venenosa, esa que no se despoja de antipatías personales; es como si se desvirtuara la obra de un clásico solo porque el autor no nos gustó, o porque era drogadicto, o tendría una condición sexual o social que no nos gusta. Lo que vale es su obra, así de sencillo.

Columnista
25 julio, 2016

Las críticas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Esta es la última entrega del tríptico sobre el acto de escribir. Cuando uno se arriesga a publicar sus escritos debe ser consciente de que le lloverán críticas; las hay agradables, regulares y demoledoras. Yo no creo que haya crítica mala si el que critica es honesto, esas nos sirven para mejorar. Cuando un grupo […]


Esta es la última entrega del tríptico sobre el acto de escribir. Cuando uno se arriesga a publicar sus escritos debe ser consciente de que le lloverán críticas; las hay agradables, regulares y demoledoras.

Yo no creo que haya crítica mala si el que critica es honesto, esas nos sirven para mejorar. Cuando un grupo de estudiantes me invita para comentar uno de mis libros que les han asignado como tarea, lo primero que pregunto es a quién no le gustó el libro, solo uno o dos tímidamente levantan la mano, y esos son los que me interesan, es bueno oírlos hablar así: “Hay muchos lugares comunes”, o “el final no está de acuerdo con la historia”, “hay muchas figuras literarias”, en fin, hacen que el escritor revise el libro y vea si tienen razón o no.

La crítica buena nos agrada, pero hay que tomarla con calma, puede perjudicarnos para seguir avanzando. Ecco dijo que hay ‘libros buenos y otros que no debimos escribir”, todo escritor tiene eso en su haber.

Hay una crítica ponzoñosa: esa de algunos que, sin conocer tu obra, la critican con saña. Me pasa con una profesora de la UPC, que admiro como académica, que me llevó a charlas con unos jóvenes a Manaure y de un momento para otro, sin mediar disgusto entre ambas, se convirtió en acérrima atacante de mis obras, lo que más dice es que soy una comerciante; cuando expone en sus charlas y hace un recuento de los cuentistas del Cesar no me nombra. En una ocasión pedí la palabra y le pregunté quién había ganado el primer concurso de cuento en el ochenta y seis, en el Cesar, y me dijo: ‘usted’, ¿entonces por qué la omisión?, se rio; otra vez saboteó un encuentro, también en Manaure, al que me invitó un grupo al que le brinde mi afecto y hoy no me determina. Pero eso ya no es crítica a mis libros es a mí directamente.

Así habrá muchos, no se preocupen los amigos escritores, hay que seguir adelante, pongo ese ejemplo no porque la profesora y su odio sean determinantes en el proceso que llevó, sino para que sepan que como ella hay muchos. Cuando yo era una jovencita, en el colegio de monjas, cuando nos pasaba algo así, contestábamos: “¿Será por envidia o por caridad?”

Y, entonces ¿por qué escribimos? Esa pregunta se la han hecho a todos los escritores y el noventa por ciento ha contestado que no sabe, no salen con esas frases cursis de que: “esa es mi vida, ese es mi sueño, es mi vocación”. No, no se sabe, lo único claro para el escritor es que hay una fuerza imperiosa que lo lleva a contar historias, a relatar sueños (de soñar) y hacerlos reales. Si desde los ocho años de edad estás escribiendo, no tienes escapatoria, seguirás por siempre haciéndolo.

Hay que aceptar las críticas buenas o no, hay que ignorar la venenosa, esa que no se despoja de antipatías personales; es como si se desvirtuara la obra de un clásico solo porque el autor no nos gustó, o porque era drogadicto, o tendría una condición sexual o social que no nos gusta. Lo que vale es su obra, así de sencillo.