La semana anterior fue noticia nacional el desplante del que fue víctima en San Pelayo el cantante vallenato Peter Manjarrés, debe destacarse la serenidad y el aplomo del artista ante la afrenta y el acoso en tarima de una multitud saturada de licor y el éxtasis que se experimenta en el paroxismo de la parranda. […]
La semana anterior fue noticia nacional el desplante del que fue víctima en San Pelayo el cantante vallenato Peter Manjarrés, debe destacarse la serenidad y el aplomo del artista ante la afrenta y el acoso en tarima de una multitud saturada de licor y el éxtasis que se experimenta en el paroxismo de la parranda. Desde acá lo tomamos como un acto descortés de los sabaneros por el intérprete de la música de acordeón, justificando esto en la reconocida rivalidad entre los músicos de la sabana y los músicos vallenatos; aunque lo sucedido en San Pelayo se puede calificar como extravagante, sólo la imagen del exsecretario del Senado, Emilio Otero, agarrando del cuello a Manjarrés demuestra el comportamiento agresivo de los asistentes al evento, especialmente los que estaban en la tarima acorralando a los músicos.
Últimamente en varios eventos de cierta importancia nacional ofenden a nuestros artistas sin explicación. Las agrupaciones terminan siendo las víctimas, no del público sino de organizadores de eventos hechizados por otros géneros musicales y prefieren humillar y bajar en plena presentación a quienes en este momento pueden ser el último bastión de buen vallenato.
El año anterior en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, se había programado un homenaje a Iván Villazón, con una exitosa carrera de 30 años de trabajo constante defendiendo este folclor, para ello el homenajeado había preparado un espectáculo en compañía de otros grandes de nuestra música, entre veteranos y nueva ola; pero los dueños del evento pensaron que era mejor brindarle toda la atención y el tiempo a Rubén Blades y abandonar en el camerino a Villazón sin una llamada disculpándose por el desorden si es que lo hubo o la perversa intención de ignorar a un gran cantante de esta región.
La Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata no se queda atrás, aunque es una fundación que vive de los acordeoneros, de los compositores, conjuntos, los olvida y trata con desdén. El ejemplo claro lo vivió el cantante Beto Zabaleta; artista de la vieja guardia que se mantiene vigente con una envidiable trayectoria conservando su estilo y gran voz, fue víctima en el Festival Vallenato versión 2016 de un acto rastrero que lo llevó a expresar que no regresaba al Parque de la Leyenda y con toda razón. Dejar sin sonido a un artista como Zabaleta que brilla con luz propia, gritarle para que baje de la tarima es tanto como golpearlo frente al público que lo aclama, pero bueno algunos miembros de la Fundación creen que son los Windsor y pueden utilizar a los demás como alfombra y así ocurre no solo en este Festival sino en muchos otros.
El episodio de San Pelayo permite observar que no es una pelea entre amantes de un género musical y otro, es evidencia irrefutable del gran desorden que se apodera de los festivales patrocinada por los encargados de organizarlos, embriagándose estos más con su propia arrogancia y altanería que por el mismo alcohol, olvidando que estos festivales sobreviven por el talento y virtudes de nuestras estrellas.
La semana anterior fue noticia nacional el desplante del que fue víctima en San Pelayo el cantante vallenato Peter Manjarrés, debe destacarse la serenidad y el aplomo del artista ante la afrenta y el acoso en tarima de una multitud saturada de licor y el éxtasis que se experimenta en el paroxismo de la parranda. […]
La semana anterior fue noticia nacional el desplante del que fue víctima en San Pelayo el cantante vallenato Peter Manjarrés, debe destacarse la serenidad y el aplomo del artista ante la afrenta y el acoso en tarima de una multitud saturada de licor y el éxtasis que se experimenta en el paroxismo de la parranda. Desde acá lo tomamos como un acto descortés de los sabaneros por el intérprete de la música de acordeón, justificando esto en la reconocida rivalidad entre los músicos de la sabana y los músicos vallenatos; aunque lo sucedido en San Pelayo se puede calificar como extravagante, sólo la imagen del exsecretario del Senado, Emilio Otero, agarrando del cuello a Manjarrés demuestra el comportamiento agresivo de los asistentes al evento, especialmente los que estaban en la tarima acorralando a los músicos.
Últimamente en varios eventos de cierta importancia nacional ofenden a nuestros artistas sin explicación. Las agrupaciones terminan siendo las víctimas, no del público sino de organizadores de eventos hechizados por otros géneros musicales y prefieren humillar y bajar en plena presentación a quienes en este momento pueden ser el último bastión de buen vallenato.
El año anterior en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, se había programado un homenaje a Iván Villazón, con una exitosa carrera de 30 años de trabajo constante defendiendo este folclor, para ello el homenajeado había preparado un espectáculo en compañía de otros grandes de nuestra música, entre veteranos y nueva ola; pero los dueños del evento pensaron que era mejor brindarle toda la atención y el tiempo a Rubén Blades y abandonar en el camerino a Villazón sin una llamada disculpándose por el desorden si es que lo hubo o la perversa intención de ignorar a un gran cantante de esta región.
La Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata no se queda atrás, aunque es una fundación que vive de los acordeoneros, de los compositores, conjuntos, los olvida y trata con desdén. El ejemplo claro lo vivió el cantante Beto Zabaleta; artista de la vieja guardia que se mantiene vigente con una envidiable trayectoria conservando su estilo y gran voz, fue víctima en el Festival Vallenato versión 2016 de un acto rastrero que lo llevó a expresar que no regresaba al Parque de la Leyenda y con toda razón. Dejar sin sonido a un artista como Zabaleta que brilla con luz propia, gritarle para que baje de la tarima es tanto como golpearlo frente al público que lo aclama, pero bueno algunos miembros de la Fundación creen que son los Windsor y pueden utilizar a los demás como alfombra y así ocurre no solo en este Festival sino en muchos otros.
El episodio de San Pelayo permite observar que no es una pelea entre amantes de un género musical y otro, es evidencia irrefutable del gran desorden que se apodera de los festivales patrocinada por los encargados de organizarlos, embriagándose estos más con su propia arrogancia y altanería que por el mismo alcohol, olvidando que estos festivales sobreviven por el talento y virtudes de nuestras estrellas.