Esperé mi turno para llegar a la cajera. La gente se aglomeraba alrededor, carros repletos de compras, una mujer con unos yogures en las manos, otro se quejaba porque no había jamón de pavo, unos que entraban otros que salían. El día agitado, común en el supermercado. Antes, mientras hacía mi compra, me encontré con […]
Esperé mi turno para llegar a la cajera. La gente se aglomeraba alrededor, carros repletos de compras, una mujer con unos yogures en las manos, otro se quejaba porque no había jamón de pavo, unos que entraban otros que salían. El día agitado, común en el supermercado.
Antes, mientras hacía mi compra, me encontré con una vieja amiga de Villanueva, teníamos años de no vernos y tuve que hacer un esfuerzo para recordar el nombre de su mamá; hablamos del pueblo y de mucha gente, gente querida como su familia, sucesos, enfermos, hijos y nietos, en fin de todo eso que uno quiere saber en un momento; mientras tanto la gente pasaba: preguntaban por un producto, miraban otros, casi rozando con nosotras en el estrecho espacio entre estante y estante, no nos dimos cuenta de quién estaba escuchándonos, ni nos importaba, nos despedimos y mientras empujaba el carrito de la compra hacia la caja, seguí pensando en la tierra por la que correteó mi niñez y soñó mi juventud.
Ya en la cola se me acercó una mujer, un tanto gorda, morena, con una de esas caras que se hacen conocidas, de pronto la había visto allí mismo, me saludó y me dijo: “Yo soy de Villanueva, soy sobrina de fulano” (Ya habíamos mencionado ese nombre con mi amiga), soy enfermera, yo conocí a sus papás (mencionó los nombres, también hablé de ellos con mi amiga) y estoy aquí acudiendo a los paisanos por una ayuda, y se le salieron las lágrimas.
Yo no puedo ver a nadie llorando porque se me encharcan los ojos, y siguió contándome: “Fue que anoche trajimos a mi hermana muy grave, tiene cáncer, y estoy completando para comprar unos pañales”. Le pregunté cuánto costaban y le di el dinero y un poco más, se fue con tal rapidez que ni dio las gracias, pero su afán por escabullirse me lo aclaró la cajera con una pregunta: “¿Se dejó engañar?” y agregó: esa mujer anda así, cuando el cliente se va, ella vuelve y aparece y le cuenta una historia triste a otro comprador”.
No sé qué sentí, me falló la malicia, bueno sólo la he tenido para olfatear noticias, me molesté como nunca; es uno de esos momentos en que le provoca a uno conseguir a esa persona y decirle: ¿Bueno y qué se le dice? Nada que hacer.
Mi hijo siempre me ha dicho: “A ti todo el mundo te tumba, hasta con los libros que no te pagan”, es verdad, soy crédula hasta morir, soy tímida para reclamar una deuda, mejor dicho reafirmo lo que dice mi hijo: “Me dejo tumbar”.
Para mis lectores, para que no se dejen engañar, para esos despistados como yo, les cuento: el sitio donde está la mujer ‘tumbona’, es el Éxito del centro de Valledupar, por supuesto el almacén no tiene la culpa, solo gente como yo que le cree al primer malandrín lloroso que se le acerca.
Esperé mi turno para llegar a la cajera. La gente se aglomeraba alrededor, carros repletos de compras, una mujer con unos yogures en las manos, otro se quejaba porque no había jamón de pavo, unos que entraban otros que salían. El día agitado, común en el supermercado. Antes, mientras hacía mi compra, me encontré con […]
Esperé mi turno para llegar a la cajera. La gente se aglomeraba alrededor, carros repletos de compras, una mujer con unos yogures en las manos, otro se quejaba porque no había jamón de pavo, unos que entraban otros que salían. El día agitado, común en el supermercado.
Antes, mientras hacía mi compra, me encontré con una vieja amiga de Villanueva, teníamos años de no vernos y tuve que hacer un esfuerzo para recordar el nombre de su mamá; hablamos del pueblo y de mucha gente, gente querida como su familia, sucesos, enfermos, hijos y nietos, en fin de todo eso que uno quiere saber en un momento; mientras tanto la gente pasaba: preguntaban por un producto, miraban otros, casi rozando con nosotras en el estrecho espacio entre estante y estante, no nos dimos cuenta de quién estaba escuchándonos, ni nos importaba, nos despedimos y mientras empujaba el carrito de la compra hacia la caja, seguí pensando en la tierra por la que correteó mi niñez y soñó mi juventud.
Ya en la cola se me acercó una mujer, un tanto gorda, morena, con una de esas caras que se hacen conocidas, de pronto la había visto allí mismo, me saludó y me dijo: “Yo soy de Villanueva, soy sobrina de fulano” (Ya habíamos mencionado ese nombre con mi amiga), soy enfermera, yo conocí a sus papás (mencionó los nombres, también hablé de ellos con mi amiga) y estoy aquí acudiendo a los paisanos por una ayuda, y se le salieron las lágrimas.
Yo no puedo ver a nadie llorando porque se me encharcan los ojos, y siguió contándome: “Fue que anoche trajimos a mi hermana muy grave, tiene cáncer, y estoy completando para comprar unos pañales”. Le pregunté cuánto costaban y le di el dinero y un poco más, se fue con tal rapidez que ni dio las gracias, pero su afán por escabullirse me lo aclaró la cajera con una pregunta: “¿Se dejó engañar?” y agregó: esa mujer anda así, cuando el cliente se va, ella vuelve y aparece y le cuenta una historia triste a otro comprador”.
No sé qué sentí, me falló la malicia, bueno sólo la he tenido para olfatear noticias, me molesté como nunca; es uno de esos momentos en que le provoca a uno conseguir a esa persona y decirle: ¿Bueno y qué se le dice? Nada que hacer.
Mi hijo siempre me ha dicho: “A ti todo el mundo te tumba, hasta con los libros que no te pagan”, es verdad, soy crédula hasta morir, soy tímida para reclamar una deuda, mejor dicho reafirmo lo que dice mi hijo: “Me dejo tumbar”.
Para mis lectores, para que no se dejen engañar, para esos despistados como yo, les cuento: el sitio donde está la mujer ‘tumbona’, es el Éxito del centro de Valledupar, por supuesto el almacén no tiene la culpa, solo gente como yo que le cree al primer malandrín lloroso que se le acerca.