“Y oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día…”: Génesis 3:8. Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, le dio potestad sobre todos los animales de la tierra y le ordenó que se multiplicara y llenara la tierra y la sometiera ejerciendo su autoridad. Así, […]
“Y oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día…”: Génesis 3:8.
Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, le dio potestad sobre todos los animales de la tierra y le ordenó que se multiplicara y llenara la tierra y la sometiera ejerciendo su autoridad. Así, nuestros primeros padres tuvieron el privilegio de vivir en el huerto del Edén, donde tenían un trabajo benéfico consistente en labrar y cuidar el huerto, con una ayuda idónea y la amistad de Dios y su constante compañerismo.
Sin embargo, reprobaron la prueba de la obediencia. Decidieron no confiar en su Dios, sino vivir por el conocimiento humano y depender de su lógica y razonamiento; esto costó un alto precio, pues fueron expulsados del Edén. Pero sobre todo, legalmente, empeñaron a Satanás su autonomía y se convirtieron en esclavos de sus deseos.
La mayoría de nosotros, comenzamos nuestras vidas plenos de sueños. Cosas grandes o pequeñas que queremos alcanzar. Añoramos la felicidad perdida y anhelamos la amistad y el compañerismo con Dios. Como Adán y Eva, fuimos seducidos fuera del huerto por la lujuria y las mentiras, por los placeres transitorios y el orgullo. Cuando hoy, miramos desde fuera del huerto y añorar lo que perdimos, nos resulta muy doloroso. ¿Cómo podemos volver al huerto?
Antes que nada, debemos recordar de qué manera, nosotros como descendientes de Adán y Eva, fuimos echados: Luego que Adán y Eva pecaron y fueron abiertos sus ojos, conociendo que estaban desnudos, se avergonzaron y se hicieron delantales con hojas de higuera y se escondieron de la presencia de Dios entre los árboles del huerto. ¿Acaso, pensamos que podemos ocultar nuestros pecados a Dios?
Escondidos, oyeron la voz de Dios que les llamaba: ¿Dónde estás? No era porque Dios no supiera en qué lugar del huerto estaban. Dios lo sabía exactamente, pero estaba buscando entender la causa de su desvarío y la razón de su despropósito. ¿Por qué no habían confiado? ¿Qué les impidió seguir creyendo? ¿Por qué renunciar a ese estado de bendición?
Amados amigos, Dios sigue clamando hoy día: ¿”Dónde estás”? Las palabras que Adán respondió a Dios: “Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí”, continúa siendo la realidad repetida para la humanidad. Siempre que estemos fuera de lugar, nos sentiremos desnudos y avergonzados.
“¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” preguntó Dios. Siempre estaremos luchando contra las voces que nos están diciendo qué se supone que seamos: ¡Quién te dijo que…! El consumismo nos aprieta y sentimos que no somos lo suficientemente buenos a no ser que vistamos ciertas prendas, tengamos tal auto, vivamos en cierta casa y pasemos vacaciones en cierto lugar. Otros, distorsionan la visión correcta de quiénes fuimos destinados a ser por Dios. Nos cubrimos, nunca cómodos con lo que somos realmente, luchamos por lucir y actuar procurando siempre complacer a alguien más.
Mi invitación de hoy es a que miremos hacia adentro y en nuestro ser interior escuchemos la voz del huerto; que regresemos al ambiente de relación antes de la caída, que recuperemos la confianza en Dios e ingenuamente podamos decir: “Pueblo tuyo somos y ovejas de tu prado”.
¡Volvamos al huerto! Volvamos al lugar de la amistad y la comunión, al lugar donde fuimos destinados por Dios para ser felices. Busquemos cada día escuchar la voz de Dios llamando. Somos la corona de la creación, no permitamos que la iniquidad domine más nuestras relaciones y nuestra vida. Con humildad regresemos al huerto, de donde nunca jamás debimos haber salido.
Abrazos y muchas bendiciones del Señor.
“Y oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día…”: Génesis 3:8. Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, le dio potestad sobre todos los animales de la tierra y le ordenó que se multiplicara y llenara la tierra y la sometiera ejerciendo su autoridad. Así, […]
“Y oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día…”: Génesis 3:8.
Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, le dio potestad sobre todos los animales de la tierra y le ordenó que se multiplicara y llenara la tierra y la sometiera ejerciendo su autoridad. Así, nuestros primeros padres tuvieron el privilegio de vivir en el huerto del Edén, donde tenían un trabajo benéfico consistente en labrar y cuidar el huerto, con una ayuda idónea y la amistad de Dios y su constante compañerismo.
Sin embargo, reprobaron la prueba de la obediencia. Decidieron no confiar en su Dios, sino vivir por el conocimiento humano y depender de su lógica y razonamiento; esto costó un alto precio, pues fueron expulsados del Edén. Pero sobre todo, legalmente, empeñaron a Satanás su autonomía y se convirtieron en esclavos de sus deseos.
La mayoría de nosotros, comenzamos nuestras vidas plenos de sueños. Cosas grandes o pequeñas que queremos alcanzar. Añoramos la felicidad perdida y anhelamos la amistad y el compañerismo con Dios. Como Adán y Eva, fuimos seducidos fuera del huerto por la lujuria y las mentiras, por los placeres transitorios y el orgullo. Cuando hoy, miramos desde fuera del huerto y añorar lo que perdimos, nos resulta muy doloroso. ¿Cómo podemos volver al huerto?
Antes que nada, debemos recordar de qué manera, nosotros como descendientes de Adán y Eva, fuimos echados: Luego que Adán y Eva pecaron y fueron abiertos sus ojos, conociendo que estaban desnudos, se avergonzaron y se hicieron delantales con hojas de higuera y se escondieron de la presencia de Dios entre los árboles del huerto. ¿Acaso, pensamos que podemos ocultar nuestros pecados a Dios?
Escondidos, oyeron la voz de Dios que les llamaba: ¿Dónde estás? No era porque Dios no supiera en qué lugar del huerto estaban. Dios lo sabía exactamente, pero estaba buscando entender la causa de su desvarío y la razón de su despropósito. ¿Por qué no habían confiado? ¿Qué les impidió seguir creyendo? ¿Por qué renunciar a ese estado de bendición?
Amados amigos, Dios sigue clamando hoy día: ¿”Dónde estás”? Las palabras que Adán respondió a Dios: “Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí”, continúa siendo la realidad repetida para la humanidad. Siempre que estemos fuera de lugar, nos sentiremos desnudos y avergonzados.
“¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” preguntó Dios. Siempre estaremos luchando contra las voces que nos están diciendo qué se supone que seamos: ¡Quién te dijo que…! El consumismo nos aprieta y sentimos que no somos lo suficientemente buenos a no ser que vistamos ciertas prendas, tengamos tal auto, vivamos en cierta casa y pasemos vacaciones en cierto lugar. Otros, distorsionan la visión correcta de quiénes fuimos destinados a ser por Dios. Nos cubrimos, nunca cómodos con lo que somos realmente, luchamos por lucir y actuar procurando siempre complacer a alguien más.
Mi invitación de hoy es a que miremos hacia adentro y en nuestro ser interior escuchemos la voz del huerto; que regresemos al ambiente de relación antes de la caída, que recuperemos la confianza en Dios e ingenuamente podamos decir: “Pueblo tuyo somos y ovejas de tu prado”.
¡Volvamos al huerto! Volvamos al lugar de la amistad y la comunión, al lugar donde fuimos destinados por Dios para ser felices. Busquemos cada día escuchar la voz de Dios llamando. Somos la corona de la creación, no permitamos que la iniquidad domine más nuestras relaciones y nuestra vida. Con humildad regresemos al huerto, de donde nunca jamás debimos haber salido.
Abrazos y muchas bendiciones del Señor.