Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 16 marzo, 2016

No hay tropiezos en la vida

Hace unos días, uno de mis estudiantes, César Alberto Rebolledo Lima, 22 años, de la Universidad Popular del Cesar, de primer semestre de Contaduría Pública, sorprendió con un escrito que hizo en un trabajo de redacción en alusión a su padre de 47 años, quien falleció después de soportar varias enfermedades en Valledupar. Rebolledo Lima […]

Boton Wpp

Hace unos días, uno de mis estudiantes, César Alberto Rebolledo Lima, 22 años, de la Universidad Popular del Cesar, de primer semestre de Contaduría Pública, sorprendió con un escrito que hizo en un trabajo de redacción en alusión a su padre de 47 años, quien falleció después de soportar varias enfermedades en Valledupar.

Rebolledo Lima escribió lo siguiente: “Recuerdo tanto el mes de junio del 2013, sentado en una silla. Me llegó aquella noticia. Vivía con mi madre, una mujer guerrera y digna de admirar”.

El mensaje fue directo: “lo que te voy a decir es muy fuerte, tu padre acaba de tropezar en una bicicleta y está grave”. Sucedió mientras serenaba, venía de regreso a casa luego de hacer un mandado.

Lo llevaron a una clínica y con el tiempo mi padre regresó a casa y una fisioterapeuta lo ayudaba en su recuperación. Pero los recursos se agotaban. Me tocó aprender hacer las terapias. Mi padre siete años atrás había sido diagnosticado como paciente renal crónico, su vida como profesional en Ingeniera de Sistemas dio un giro de 360º, ya nada era igual. Todas las noches tenía que someterse a un tratamiento (lavado) en función de una máquina especial. Pero con el tratamiento fue perdiendo calcio, sus huesos ya no tenían la misma fuerza, empezó a usar muletas.

Al mejorar de salud decidí ingresar al Sena. Recuerdo que mi padre se hacía la diálisis el mismo. Una noche un nuevo caso sucedió, mi padre tropezó en su cuarto, se desplomó causándose daño en su otra rodilla y lo ingresamos a una clínica. Lo operaron de nuevo y gracias a Dios fue un éxito. En casa volví a ser su enfermero y lo ayudaba a bañar, muchas veces cargándolo. Aprendí a dializarlo y dormía a su lado.

Un 22 de marzo ingresó al baño. Pasaron los minutos y sentí un estruendo y un grito de desespero, mi mundo se paralizó. Entré y lo vi en el suelo. Con mi abuelo logramos ponerlo en cama. Un diagnostico decía que tenía fracturas de fémur. La operación fue exitosa, alcanzó a felicitarme; antes de su operación me dijo: “sigue mis pasos, me siento muy orgulloso de ti”. Sentí que sus palabras eran una despedida.

Su recuperación fue en unidad de cuidados intensivos. Cierto día despertó reconociendo mi voz, estaba inmóvil y atado de manos a las barandas de la camilla, fue muy duro para mí, mirar sus ojos y ver cuántas palabras me quería expresar. Ya sus pulmones no tenían la suficiente fuerza, se complicaba todo y programaron una nueva cirugía. La operación volvió a ser exitosa. Yo seguía en la rutina de las clases y atendiendo a mi padre.

Era su cuarta semana de recuperación y su metabolismo era positivo, fue tanta mi emoción que ese día me fui caminando hasta mi casa. Pero otro día aquel hombre de largas luchas dejó de respirar, su corazón no pudo más y no aguantó un infarto. Le pregunté a Dios ¿Por qué se lo había llevado?, si mis logros aun no los había visto. Una voz llegó a mí: “yo seré tu fuerza”. Entonces dije: “gracias por prestarme a mi padre, eres Dios perfecto e inigualable”.

Nunca permitas que personas, tropiezos y sentimientos atrasen tu bendición, lucha por tus sueños y los de tu familia, hazlo realidad. El sacrificio de hoy será la recompensa de mañana. No hay tropiezos en la vida”, concluyó mi estudiante de Contaduría Pública. Hasta la próxima semana.

Columnista
16 marzo, 2016

No hay tropiezos en la vida

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Aquilino Cotes Zuleta

Hace unos días, uno de mis estudiantes, César Alberto Rebolledo Lima, 22 años, de la Universidad Popular del Cesar, de primer semestre de Contaduría Pública, sorprendió con un escrito que hizo en un trabajo de redacción en alusión a su padre de 47 años, quien falleció después de soportar varias enfermedades en Valledupar. Rebolledo Lima […]


Hace unos días, uno de mis estudiantes, César Alberto Rebolledo Lima, 22 años, de la Universidad Popular del Cesar, de primer semestre de Contaduría Pública, sorprendió con un escrito que hizo en un trabajo de redacción en alusión a su padre de 47 años, quien falleció después de soportar varias enfermedades en Valledupar.

Rebolledo Lima escribió lo siguiente: “Recuerdo tanto el mes de junio del 2013, sentado en una silla. Me llegó aquella noticia. Vivía con mi madre, una mujer guerrera y digna de admirar”.

El mensaje fue directo: “lo que te voy a decir es muy fuerte, tu padre acaba de tropezar en una bicicleta y está grave”. Sucedió mientras serenaba, venía de regreso a casa luego de hacer un mandado.

Lo llevaron a una clínica y con el tiempo mi padre regresó a casa y una fisioterapeuta lo ayudaba en su recuperación. Pero los recursos se agotaban. Me tocó aprender hacer las terapias. Mi padre siete años atrás había sido diagnosticado como paciente renal crónico, su vida como profesional en Ingeniera de Sistemas dio un giro de 360º, ya nada era igual. Todas las noches tenía que someterse a un tratamiento (lavado) en función de una máquina especial. Pero con el tratamiento fue perdiendo calcio, sus huesos ya no tenían la misma fuerza, empezó a usar muletas.

Al mejorar de salud decidí ingresar al Sena. Recuerdo que mi padre se hacía la diálisis el mismo. Una noche un nuevo caso sucedió, mi padre tropezó en su cuarto, se desplomó causándose daño en su otra rodilla y lo ingresamos a una clínica. Lo operaron de nuevo y gracias a Dios fue un éxito. En casa volví a ser su enfermero y lo ayudaba a bañar, muchas veces cargándolo. Aprendí a dializarlo y dormía a su lado.

Un 22 de marzo ingresó al baño. Pasaron los minutos y sentí un estruendo y un grito de desespero, mi mundo se paralizó. Entré y lo vi en el suelo. Con mi abuelo logramos ponerlo en cama. Un diagnostico decía que tenía fracturas de fémur. La operación fue exitosa, alcanzó a felicitarme; antes de su operación me dijo: “sigue mis pasos, me siento muy orgulloso de ti”. Sentí que sus palabras eran una despedida.

Su recuperación fue en unidad de cuidados intensivos. Cierto día despertó reconociendo mi voz, estaba inmóvil y atado de manos a las barandas de la camilla, fue muy duro para mí, mirar sus ojos y ver cuántas palabras me quería expresar. Ya sus pulmones no tenían la suficiente fuerza, se complicaba todo y programaron una nueva cirugía. La operación volvió a ser exitosa. Yo seguía en la rutina de las clases y atendiendo a mi padre.

Era su cuarta semana de recuperación y su metabolismo era positivo, fue tanta mi emoción que ese día me fui caminando hasta mi casa. Pero otro día aquel hombre de largas luchas dejó de respirar, su corazón no pudo más y no aguantó un infarto. Le pregunté a Dios ¿Por qué se lo había llevado?, si mis logros aun no los había visto. Una voz llegó a mí: “yo seré tu fuerza”. Entonces dije: “gracias por prestarme a mi padre, eres Dios perfecto e inigualable”.

Nunca permitas que personas, tropiezos y sentimientos atrasen tu bendición, lucha por tus sueños y los de tu familia, hazlo realidad. El sacrificio de hoy será la recompensa de mañana. No hay tropiezos en la vida”, concluyó mi estudiante de Contaduría Pública. Hasta la próxima semana.