El pasado primero de marzo fue aprobada en las comisiones primeras de Senado y Cámara, una modificación de la Ley de Orden Público mediante la cual se establecen las zonas de concentración para las Farc como requisito previo para la firma del acuerdo de paz y dejación de armas. Este mecanismo ya había sido adoptado […]
El pasado primero de marzo fue aprobada en las comisiones primeras de Senado y Cámara, una modificación de la Ley de Orden Público mediante la cual se establecen las zonas de concentración para las Farc como requisito previo para la firma del acuerdo de paz y dejación de armas. Este mecanismo ya había sido adoptado cuando el EPL se concentró en siete zonas del país, el M-19 lo hizo en Santo Domingo, Cauca, la Corriente de Renovación Socialista se concentró en Flor del Monte en Sucre, las Farc en el Caguán y las Auc en Ralito.
Esta propuesta, curiosamente, tuvo su origen en el Centro Democrático el año pasado, rechazada en un principio por la coalición de gobierno, quizás por su origen. Aún no se ha establecido donde quedarán esas zonas y ya se especula que en el Cesar estaría una de ellas, lo que ha generado el rechazo en algunos sectores de opinión, en especial del propio CD; esto es disparar antes de ver el blanco. Son tantas las suspicacias que todo lo que apruebe el gobierno, la oposición lo ve perverso, y lo que sugiera la oposición el gobierno lo toma como sospechoso.
Coexistir un grupo armado con sus víctimas no parece razonable, pero estos son roles de la guerra y por allí comienza la reconciliación que es un elemento central de una verdadera paz. Lo que se pretende es que los seguidores de Simón Trinidad y Jorge 40 hagan una enmienda de perdón y olvido y puedan, después, reunirse plácidamente en la manzana que los vio crecer y jugar trompos y boliches. ¿Por qué evitarle a la gente, a sus respectivos amigos, que puedan abrazarse y conversar de sus infancias? Muchos de los que hoy se oponen a esta posibilidad fueron impulsores de esta cruenta confrontación, fueron cómplices y hasta la vivieron.
El ojo por ojo y diente por diente era su ética, azuzaban la guerra dentro de su territorio, prolongarla era una consigna. Mataron el tigre y ahora le temen al cuero. ¿Qué malo tiene que en el Cesar, viejo teatro de confrontaciones militares, de masacres y desapariciones, ahora se pueda elevar una copa de vino para celebrar un encuentro fraterno?
¿Por qué esos que sirvieron de estafetas en Ralito y en La Mesa y se abrazaban con hombres armados, empoderándoles de libertadores, ahora le tienen tanto miedo a los fusiles? ¿Por qué esos que se sirvieron política y económicamente de la guerra detestan tanto el olor a pólvora? ¿Por qué rasgarse las vestiduras asumiendo una actitud maniquea? ¿Nostalgia de guerra? No creo en brujas pero que las hay, las hay.
Bienvenida una zona de encuentro para el Cesar, que así como se engendró la guerra, que germine la paz. Sabemos que lo que se discuta y apruebe en La Habana no será perfecto pero los tratados de guerra no deben ser necesariamente una obra de arte y más bien un lienzo en brocha gorda; no es posible sacar de la guerra un apacible jardín infantil, ni el mejor cirujano social lo lograría; pero si está claro que de dos males se escoge el menor. Muchos sapos tendremos que tragarnos, como se dice ahora, pero a la postre no nos indigestaremos. Adiós a las armas, dijo Ernest Hemingway.
El pasado primero de marzo fue aprobada en las comisiones primeras de Senado y Cámara, una modificación de la Ley de Orden Público mediante la cual se establecen las zonas de concentración para las Farc como requisito previo para la firma del acuerdo de paz y dejación de armas. Este mecanismo ya había sido adoptado […]
El pasado primero de marzo fue aprobada en las comisiones primeras de Senado y Cámara, una modificación de la Ley de Orden Público mediante la cual se establecen las zonas de concentración para las Farc como requisito previo para la firma del acuerdo de paz y dejación de armas. Este mecanismo ya había sido adoptado cuando el EPL se concentró en siete zonas del país, el M-19 lo hizo en Santo Domingo, Cauca, la Corriente de Renovación Socialista se concentró en Flor del Monte en Sucre, las Farc en el Caguán y las Auc en Ralito.
Esta propuesta, curiosamente, tuvo su origen en el Centro Democrático el año pasado, rechazada en un principio por la coalición de gobierno, quizás por su origen. Aún no se ha establecido donde quedarán esas zonas y ya se especula que en el Cesar estaría una de ellas, lo que ha generado el rechazo en algunos sectores de opinión, en especial del propio CD; esto es disparar antes de ver el blanco. Son tantas las suspicacias que todo lo que apruebe el gobierno, la oposición lo ve perverso, y lo que sugiera la oposición el gobierno lo toma como sospechoso.
Coexistir un grupo armado con sus víctimas no parece razonable, pero estos son roles de la guerra y por allí comienza la reconciliación que es un elemento central de una verdadera paz. Lo que se pretende es que los seguidores de Simón Trinidad y Jorge 40 hagan una enmienda de perdón y olvido y puedan, después, reunirse plácidamente en la manzana que los vio crecer y jugar trompos y boliches. ¿Por qué evitarle a la gente, a sus respectivos amigos, que puedan abrazarse y conversar de sus infancias? Muchos de los que hoy se oponen a esta posibilidad fueron impulsores de esta cruenta confrontación, fueron cómplices y hasta la vivieron.
El ojo por ojo y diente por diente era su ética, azuzaban la guerra dentro de su territorio, prolongarla era una consigna. Mataron el tigre y ahora le temen al cuero. ¿Qué malo tiene que en el Cesar, viejo teatro de confrontaciones militares, de masacres y desapariciones, ahora se pueda elevar una copa de vino para celebrar un encuentro fraterno?
¿Por qué esos que sirvieron de estafetas en Ralito y en La Mesa y se abrazaban con hombres armados, empoderándoles de libertadores, ahora le tienen tanto miedo a los fusiles? ¿Por qué esos que se sirvieron política y económicamente de la guerra detestan tanto el olor a pólvora? ¿Por qué rasgarse las vestiduras asumiendo una actitud maniquea? ¿Nostalgia de guerra? No creo en brujas pero que las hay, las hay.
Bienvenida una zona de encuentro para el Cesar, que así como se engendró la guerra, que germine la paz. Sabemos que lo que se discuta y apruebe en La Habana no será perfecto pero los tratados de guerra no deben ser necesariamente una obra de arte y más bien un lienzo en brocha gorda; no es posible sacar de la guerra un apacible jardín infantil, ni el mejor cirujano social lo lograría; pero si está claro que de dos males se escoge el menor. Muchos sapos tendremos que tragarnos, como se dice ahora, pero a la postre no nos indigestaremos. Adiós a las armas, dijo Ernest Hemingway.