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Columnista - 3 febrero, 2016

El reflejo de lo que somos

El escándalo de inicio de año protagonizado por el señor Otálora quien fungiera como Defensor del Pueblo y una subalterna suya, ha ocasionado todo un sinnúmero de opiniones y comentarios, unos en su favor y la mayoría en su contra. Pero lo que en realidad llama la atención es que se ha registrado el suceso […]

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El escándalo de inicio de año protagonizado por el señor Otálora quien fungiera como Defensor del Pueblo y una subalterna suya, ha ocasionado todo un sinnúmero de opiniones y comentarios, unos en su favor y la mayoría en su contra. Pero lo que en realidad llama la atención es que se ha registrado el suceso como un hecho histórico y sin precedentes y terriblemente inmoral para no decir satánico. Por el contrario yo pienso que lo que pasó en esa institución insigne representante de los derechos humanos, es lo que viene pasando y pasa en todas las entidades del Estado y en todos sus niveles; lo que acaeció en esta institución, no es más que una realidad del día a día que viven muchas y muchos colombianos en el interior de las entidades tanto públicas como privadas, donde son sometidas al acoso laboral y sexual de sus jefes a cambio de nombramientos, ascensos, comisiones etc., es decir, un hecho más de corrupción bajo otra modalidad.

Creo que no podemos pedirle peras al olmo o uvas al espino. Acaso que es lo que podemos esperar de una sociedad con una moral relativizada y con un Estado alcahuete de hechos corruptos; por lo tanto un país con altos niveles de corrupción nunca podrá invocar virtudes ni principios éticos que no posee. Lo que ha pasado en este caso, no es más si no el reflejo de lo que en buena parte somos y que desde luego, corresponde a las actuaciones verídicas de un centenar de ciudadanos al servicio del Estado, contaminados por la codicia, los deleites del placer, la sensualidad del poder y avalados legítimamente por la clase política como sus cuotas burocráticas.

Ahora hay quienes han destacado algunas cualidades del señor Otálora, que lo ven como un hombre de trabajo y comprometido con la institución, creería que eso no era suficiente para que siguiera allí atornillado en el cargo.

Aun valorando todas sus virtudes, tenía que irse y salir por la puerta de atrás, independientemente de que si su romance era consensual o no, o que si acosaba sexualmente o no a su novia, lo que quedó en evidencia fue que era un jefe maltratador y humillante según las declaraciones de sus subalternos, olvidando que era un servidor público y el defensor de la dignidad humana.

Después de todo este episodio vergonzoso para el país, valga la pena recordarle a los servidores del Estado, que la administración pública es el medio y la estructura de que dispone el Estado para garantizar el cumplimiento de sus cometidos y que las personas que integran dichas instituciones o entidades, llámeseles servidores públicos, funcionarios públicos, trabajadores oficiales o colaboradores, deben ser personas honorables, dignas y honestas, donde el factor moral y ético constituye uno de los elementos primordiales para ese desempeño. Esperemos que la caída de Otálora sirva de ejemplo y que las mujeres que hoy están sometidas a ese tortuoso drama del acoso sexual sean capaces de denunciar.

Columnista
3 febrero, 2016

El reflejo de lo que somos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Guillermo Ramirez

El escándalo de inicio de año protagonizado por el señor Otálora quien fungiera como Defensor del Pueblo y una subalterna suya, ha ocasionado todo un sinnúmero de opiniones y comentarios, unos en su favor y la mayoría en su contra. Pero lo que en realidad llama la atención es que se ha registrado el suceso […]


El escándalo de inicio de año protagonizado por el señor Otálora quien fungiera como Defensor del Pueblo y una subalterna suya, ha ocasionado todo un sinnúmero de opiniones y comentarios, unos en su favor y la mayoría en su contra. Pero lo que en realidad llama la atención es que se ha registrado el suceso como un hecho histórico y sin precedentes y terriblemente inmoral para no decir satánico. Por el contrario yo pienso que lo que pasó en esa institución insigne representante de los derechos humanos, es lo que viene pasando y pasa en todas las entidades del Estado y en todos sus niveles; lo que acaeció en esta institución, no es más que una realidad del día a día que viven muchas y muchos colombianos en el interior de las entidades tanto públicas como privadas, donde son sometidas al acoso laboral y sexual de sus jefes a cambio de nombramientos, ascensos, comisiones etc., es decir, un hecho más de corrupción bajo otra modalidad.

Creo que no podemos pedirle peras al olmo o uvas al espino. Acaso que es lo que podemos esperar de una sociedad con una moral relativizada y con un Estado alcahuete de hechos corruptos; por lo tanto un país con altos niveles de corrupción nunca podrá invocar virtudes ni principios éticos que no posee. Lo que ha pasado en este caso, no es más si no el reflejo de lo que en buena parte somos y que desde luego, corresponde a las actuaciones verídicas de un centenar de ciudadanos al servicio del Estado, contaminados por la codicia, los deleites del placer, la sensualidad del poder y avalados legítimamente por la clase política como sus cuotas burocráticas.

Ahora hay quienes han destacado algunas cualidades del señor Otálora, que lo ven como un hombre de trabajo y comprometido con la institución, creería que eso no era suficiente para que siguiera allí atornillado en el cargo.

Aun valorando todas sus virtudes, tenía que irse y salir por la puerta de atrás, independientemente de que si su romance era consensual o no, o que si acosaba sexualmente o no a su novia, lo que quedó en evidencia fue que era un jefe maltratador y humillante según las declaraciones de sus subalternos, olvidando que era un servidor público y el defensor de la dignidad humana.

Después de todo este episodio vergonzoso para el país, valga la pena recordarle a los servidores del Estado, que la administración pública es el medio y la estructura de que dispone el Estado para garantizar el cumplimiento de sus cometidos y que las personas que integran dichas instituciones o entidades, llámeseles servidores públicos, funcionarios públicos, trabajadores oficiales o colaboradores, deben ser personas honorables, dignas y honestas, donde el factor moral y ético constituye uno de los elementos primordiales para ese desempeño. Esperemos que la caída de Otálora sirva de ejemplo y que las mujeres que hoy están sometidas a ese tortuoso drama del acoso sexual sean capaces de denunciar.