MI COLUMNA Por: Mary Daza Orozco Si bien ha pasado mucho tiempo desde cuando se utilizaban las papeletas para votar y la tinta indeleble para evitar la repetición del sufragio, siguen vigentes a pesar del tarjetón, vicios que se enquistaron en muchas conciencias y han sido difíciles se desbaratar, entre ellos la compra de votos, […]
MI COLUMNA
Por: Mary Daza Orozco
Si bien ha pasado mucho tiempo desde cuando se utilizaban las papeletas para votar y la tinta indeleble para evitar la repetición del sufragio, siguen vigentes a pesar del tarjetón, vicios que se enquistaron en muchas conciencias y han sido difíciles se desbaratar, entre ellos la compra de votos, que la hay, la hay. No en la proporción de antes, cuando los caciques políticos y sus tenientes, hablo de esta región, salían con mochilas llenas de billetes y papeletas y formaban el negocio en cualquier esquina, tenían una gran habilidad para evitar a la autoridad o simplemente la compraban.
La tinta indeleble también dejaba de serlo cuando a muchos indígenas que traían desde el día anterior a los comicios y los acuartelaban para llevarlos uno por uno a votar, como eran tan parecidos les lavaban con lejía el dedo y lo volvían a llevar a las urnas. No son cuentos, en mis archivos de tantos años de periodismo tengo testimonios de lo que digo.
Ahora la compra de votos no es tan de frente, es más sutil, y más mermada; lo que más se ofrece ahora son canonjías, un trueque de voto por puestos, por mejoras de condiciones laborales, en fin, es el mismo fantasma con distinto ropaje. Estoy segura de que esto de las ofrendas por un voto ocurre en todos los países en donde todavía no hay la convicción de que el voto es un acto de libertad, la libertad que nos lleva a decidir quién nos va a gobernar, quién nos va a orientar por mejores rumbos.
Antes había un pequeño detalle: la falta de encuestas, que favorecía al voto limpio, el que no estaba supeditado a quién o quiénes fueran punteando. Las sorpresas eran grandes, y muchos, a pesar de que habían invertido sumas ingentes en la compra de votos, se alarmaban ante sus propias derrotas, y no hay que negar que era frecuente el “chocorazo”.
No quiero entrar en polémica si las encuestas son buenas o malas, además ese concepto de malo o bueno es muy difícil de tratar, pero sí arrastran a los que todavía no tienen la convicción de la libertad al votar, de que hablé al principio.
A todos nos gusta ganar, esa es una verdad de a puño, pero ganar en contra del propio convencimiento de que nuestro candidato es el idóneo sólo porque otro va de primero o segundo en las encuestas, no es nada gratificante.
Por eso, ante este tema que no se puede tratar a fondo en una columna por la limitación de espacio, sólo pretendo instar a que votemos por el que nos parezca mejor para tomar las riendas de un país tan vidrioso como el nuestro.
Ya el otro lunes tendremos dos candidatos y se intensificará la campaña y se harán coaliciones y nos iremos a la recta final.
Votemos convencidos, aunque nuestro candidato esté de colero en las encuestas, es un acto de honestidad con nosotros mismos. Luego, si gana uno distinto al que queríamos, aceptar la gloria de la democracia, que no la derrota, aceptar al nuevo Presiente con el respeto que se debe tener por el querer del pueblo.
Algo que nos llena de orgullo, a pesar de lo que me van a criticar ahora, es que hemos contado con candidatos capaces, inteligentes, con buenas propuestas; colombianos que en cualquier escenario nacional o internacional nos pueden dejar bien librados y seguirá la fama de que Colombia es un fortín de gente inteligente, por encima de muchas regiones del mundo.
Votemos por nuestro candidato y no menospreciemos al que no piensa como nosotros. La limpieza de un proceso electoral está afincada en el voto por convicción.
MI COLUMNA Por: Mary Daza Orozco Si bien ha pasado mucho tiempo desde cuando se utilizaban las papeletas para votar y la tinta indeleble para evitar la repetición del sufragio, siguen vigentes a pesar del tarjetón, vicios que se enquistaron en muchas conciencias y han sido difíciles se desbaratar, entre ellos la compra de votos, […]
MI COLUMNA
Por: Mary Daza Orozco
Si bien ha pasado mucho tiempo desde cuando se utilizaban las papeletas para votar y la tinta indeleble para evitar la repetición del sufragio, siguen vigentes a pesar del tarjetón, vicios que se enquistaron en muchas conciencias y han sido difíciles se desbaratar, entre ellos la compra de votos, que la hay, la hay. No en la proporción de antes, cuando los caciques políticos y sus tenientes, hablo de esta región, salían con mochilas llenas de billetes y papeletas y formaban el negocio en cualquier esquina, tenían una gran habilidad para evitar a la autoridad o simplemente la compraban.
La tinta indeleble también dejaba de serlo cuando a muchos indígenas que traían desde el día anterior a los comicios y los acuartelaban para llevarlos uno por uno a votar, como eran tan parecidos les lavaban con lejía el dedo y lo volvían a llevar a las urnas. No son cuentos, en mis archivos de tantos años de periodismo tengo testimonios de lo que digo.
Ahora la compra de votos no es tan de frente, es más sutil, y más mermada; lo que más se ofrece ahora son canonjías, un trueque de voto por puestos, por mejoras de condiciones laborales, en fin, es el mismo fantasma con distinto ropaje. Estoy segura de que esto de las ofrendas por un voto ocurre en todos los países en donde todavía no hay la convicción de que el voto es un acto de libertad, la libertad que nos lleva a decidir quién nos va a gobernar, quién nos va a orientar por mejores rumbos.
Antes había un pequeño detalle: la falta de encuestas, que favorecía al voto limpio, el que no estaba supeditado a quién o quiénes fueran punteando. Las sorpresas eran grandes, y muchos, a pesar de que habían invertido sumas ingentes en la compra de votos, se alarmaban ante sus propias derrotas, y no hay que negar que era frecuente el “chocorazo”.
No quiero entrar en polémica si las encuestas son buenas o malas, además ese concepto de malo o bueno es muy difícil de tratar, pero sí arrastran a los que todavía no tienen la convicción de la libertad al votar, de que hablé al principio.
A todos nos gusta ganar, esa es una verdad de a puño, pero ganar en contra del propio convencimiento de que nuestro candidato es el idóneo sólo porque otro va de primero o segundo en las encuestas, no es nada gratificante.
Por eso, ante este tema que no se puede tratar a fondo en una columna por la limitación de espacio, sólo pretendo instar a que votemos por el que nos parezca mejor para tomar las riendas de un país tan vidrioso como el nuestro.
Ya el otro lunes tendremos dos candidatos y se intensificará la campaña y se harán coaliciones y nos iremos a la recta final.
Votemos convencidos, aunque nuestro candidato esté de colero en las encuestas, es un acto de honestidad con nosotros mismos. Luego, si gana uno distinto al que queríamos, aceptar la gloria de la democracia, que no la derrota, aceptar al nuevo Presiente con el respeto que se debe tener por el querer del pueblo.
Algo que nos llena de orgullo, a pesar de lo que me van a criticar ahora, es que hemos contado con candidatos capaces, inteligentes, con buenas propuestas; colombianos que en cualquier escenario nacional o internacional nos pueden dejar bien librados y seguirá la fama de que Colombia es un fortín de gente inteligente, por encima de muchas regiones del mundo.
Votemos por nuestro candidato y no menospreciemos al que no piensa como nosotros. La limpieza de un proceso electoral está afincada en el voto por convicción.