Falsamente podemos determinar que todo lo público es malo, que no tiene doliente y que podemos despilfarrar los recursos de erario sin que haya nada ni nadie que vele por un adecuado proceso y ético manejo del mismo; falsamente también podemos determinar que lo privado es absolutamente bueno. Estamos viviendo en un mundo de gran […]
Falsamente podemos determinar que todo lo público es malo, que no tiene doliente y que podemos despilfarrar los recursos de erario sin que haya nada ni nadie que vele por un adecuado proceso y ético manejo del mismo; falsamente también podemos determinar que lo privado es absolutamente bueno. Estamos viviendo en un mundo de gran convulsión política, económica, social, cultural y moral que pone en entredicho esta afirmaciones, se detectan grandes y dolorosas paradojas que ponen de presente el divorcio entre el desarrollo material y la formación moral y ética de los ciudadanos para la convivencia y la democracia, dándole mayor relevancia a lo primero en detrimento de lo segundo; lo cual, limita la conformación de la sociedad civil.
Se presenta una modernización económica, junto a formas premodernas de producción, el incremento del desempleo y la exclusión de grupos humanos por razones de edad, género, credo o raza.
Se evidencia el crecimiento de los niveles de confort social, frente al empobrecimiento paulatino de grandes grupos poblacionales; el desarrollo de ciencia y tecnología conviviendo con la intolerancia, la corrupción, el egocentrismo y la violencia en todos los espacios. Estos fenómenos son de manejo y responsabilidad de todos:
Sociedad civil, gremios, políticos, Estado, etc. Razón por la cual nada ni nadie está exento de asumir posiciones que ayuden a cambiar la imagen de lo público, dándole solo la credibilidad a lo privado. Para contrarrestar este fenómeno y esta falsa hipótesis debemos optimizar nuestras capacidades de análisis y de acción. Los ciudadanos, nosotros el pueblo, no podemos marcharnos creyendo que la corrupción no tiene remedio. Debemos quedarnos para limpiar la casa y mantenerla limpia, un hogar adecuado para los hijos del único padre.
Hacemos un retroceso y recordamos un poco el reciente ejercicio democrático vivido en nuestro país, y revisamos todos los vericuetos que tuvimos que recorrer para llegar a un punto en donde el ejercicio concluía con la elección del gobernador, alcalde y los demás estamentos que en cada sector van a servir de garante en una coadministración efectiva, seria y pulcra. Nos insultamos, perdimos amigos y nos perpetuamos cada uno con sus argumentos en la verdad absoluta de la razón; fallamos, nunca pensamos en el bienestar social, nos damos a la tarea de creer que un alcalde o gobernador solucionará la vida a cada uno, de manera individual, de sus electores. Gran error. La tarea no es fácil, hoy insistimos en la importancia que tenemos quienes hacemos uso del deber democrático ciudadano. Velar porque el personaje, como se llame, a quien le dimos la posibilidad de dirigirnos, lo haga de manera acertada y sin olvidar que primero está lo público, lo de todos. Eso que también es bueno y sirve. Limpiar la casa no solo es responsabilidad del papá o la mamá… también de los hijos. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara
Falsamente podemos determinar que todo lo público es malo, que no tiene doliente y que podemos despilfarrar los recursos de erario sin que haya nada ni nadie que vele por un adecuado proceso y ético manejo del mismo; falsamente también podemos determinar que lo privado es absolutamente bueno. Estamos viviendo en un mundo de gran […]
Falsamente podemos determinar que todo lo público es malo, que no tiene doliente y que podemos despilfarrar los recursos de erario sin que haya nada ni nadie que vele por un adecuado proceso y ético manejo del mismo; falsamente también podemos determinar que lo privado es absolutamente bueno. Estamos viviendo en un mundo de gran convulsión política, económica, social, cultural y moral que pone en entredicho esta afirmaciones, se detectan grandes y dolorosas paradojas que ponen de presente el divorcio entre el desarrollo material y la formación moral y ética de los ciudadanos para la convivencia y la democracia, dándole mayor relevancia a lo primero en detrimento de lo segundo; lo cual, limita la conformación de la sociedad civil.
Se presenta una modernización económica, junto a formas premodernas de producción, el incremento del desempleo y la exclusión de grupos humanos por razones de edad, género, credo o raza.
Se evidencia el crecimiento de los niveles de confort social, frente al empobrecimiento paulatino de grandes grupos poblacionales; el desarrollo de ciencia y tecnología conviviendo con la intolerancia, la corrupción, el egocentrismo y la violencia en todos los espacios. Estos fenómenos son de manejo y responsabilidad de todos:
Sociedad civil, gremios, políticos, Estado, etc. Razón por la cual nada ni nadie está exento de asumir posiciones que ayuden a cambiar la imagen de lo público, dándole solo la credibilidad a lo privado. Para contrarrestar este fenómeno y esta falsa hipótesis debemos optimizar nuestras capacidades de análisis y de acción. Los ciudadanos, nosotros el pueblo, no podemos marcharnos creyendo que la corrupción no tiene remedio. Debemos quedarnos para limpiar la casa y mantenerla limpia, un hogar adecuado para los hijos del único padre.
Hacemos un retroceso y recordamos un poco el reciente ejercicio democrático vivido en nuestro país, y revisamos todos los vericuetos que tuvimos que recorrer para llegar a un punto en donde el ejercicio concluía con la elección del gobernador, alcalde y los demás estamentos que en cada sector van a servir de garante en una coadministración efectiva, seria y pulcra. Nos insultamos, perdimos amigos y nos perpetuamos cada uno con sus argumentos en la verdad absoluta de la razón; fallamos, nunca pensamos en el bienestar social, nos damos a la tarea de creer que un alcalde o gobernador solucionará la vida a cada uno, de manera individual, de sus electores. Gran error. La tarea no es fácil, hoy insistimos en la importancia que tenemos quienes hacemos uso del deber democrático ciudadano. Velar porque el personaje, como se llame, a quien le dimos la posibilidad de dirigirnos, lo haga de manera acertada y sin olvidar que primero está lo público, lo de todos. Eso que también es bueno y sirve. Limpiar la casa no solo es responsabilidad del papá o la mamá… también de los hijos. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara