“Los hombres van por dos bandos; los que aman y fundan, los que odian y deshacen” José Martí. Como epígrafe de estas humildes pero sinceras palabras, me he valido de un pensamiento de José Martí, el apóstol cubano, nada más apropiado para recordar a un amigo entrañable, en una etapa difícil de mi vida, Armando […]
“Los hombres van por dos bandos; los que aman y fundan, los que odian y deshacen” José Martí.
Como epígrafe de estas humildes pero sinceras palabras, me he valido de un pensamiento de José Martí, el apóstol cubano, nada más apropiado para recordar a un amigo entrañable, en una etapa difícil de mi vida, Armando Maestre Pavajeau, quien construyó y amó. Mi formación de hombre agradecido no me permitiría pasar inadvertido el vigésimo aniversario de su siembra, y digo siembra porque los buenos seres humanos cuando mueren sólo se ausentan en forma corpórea pero se quedan para siempre como tinta indeleble en la conciencia y en el corazón de sus pueblos.
Seguro estoy de que quienes lo estimábamos con sinceridad y gozábamos de su aprecio y amistad, lo mantenemos presente como si no se hubiese ido; un recordatorio de su novenario hace parte insustituible de la pequeña y modesta biblioteca de mi casa, como separador de mis lecturas favoritas, que me hace recordarlo con su mirada sin maldad, con expresión de buen humor y su generosidad reflejada en su rostro.
Nunca olvido la fiesta de bienvenida como nuevo gerente regional del desparecido Banco Ganadero, efectuada en el nuevo edificio de la carrera 9a. En el ánimo de los empleados presentes allí había preocupación por la serie de conjeturas que se habían tejido alrededor de nuestra estabilidad laboral en la entidad, debido a que había llegado un “político” como nuevo jefe; sin embargo, esa misma noche de parranda descubrí su talante de hombre noble y cargado de buenas intenciones, al poco tiempo surgió una gran empatía con ese ser humano excepcional que fue en vida Armando Maestre Pavajeau, en cuyas expresiones se podía adivinar que amaba entrañablemente su tierra, su música y el culto a la amistad. Con él aprendí que: Este es el amor, amor/ el amor que me divierte/ cuando estoy en la parranda/ no me acuerdo de la muerte. Ayer pasé por tu casa y vi / un letrero que decía/ no naciste para mí/ y yo como sé escribí / enseguida puse otro/ si no he nacido para ti/, tu para mí tampoco/ (…). Son versos de la sabiduría popular, de creación colectiva que se escuchaban en la Provincia de Padilla; por eso siempre he sostenido, parafraseando al poeta alemán Friedrich Hölderlin: “Lleno está de méritos el hombre vallenato, más no por ello, sino por su música hace de esta tierra su morada”.
Hay un acontecimiento en mi trajinar como empleado que fui del Banco Ganadero, que me permitió valorar a Armando Maestre Pavajeau, como una persona desprendida, en cuyo corazón jamás anidaban intenciones perversas y la maledicencia no hacía parte de sus códigos éticos; recuerdo que el día 12 de enero de 1991, fecha en que el suscrito cumpliría diez años laborando en el Banco y cuya política era prescindir de algunos funcionarios, dado que a partir de ese lapso de tiempo laborado se adquiría mayor estabilidad, y para mi caso, estaba en el límite en que se definía mi futuro en esa prestigiosa empresa, a la cual dediqué veinticuatro años de mi existencia y a la que debo mucho como apoyo a mi proyecto de vida. En mi caso personal, y gracias a la decisiva intervención y sabiduría salomónica que adornaba a Armando Maestre Pavajeau, logró que mi desempeño laboral fuera sometido a una rigurosa evaluación, de la cual salí airoso, episodio éste que a la postre marcó mi destino y permitió mi realización personal.
Para terminar, quisiera expresar en estas cortas palabras mi admiración imperecedera por ese ser de alma noble y de aquilatadas virtudes, que poco abundan en estos tiempos aciagos, y cuyo ejemplo de vida he tratado de inculcar a mis hijos. Asimismo, deseo hacer extensivo este cúmulo de aprecio sincero a su señora esposa y a sus descendientes. Como colofón recurro nuevamente a palabras del inmortal José Martí, para decir: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien con la obra de la vida”.
Por Fernando Rangel Rangel
“Los hombres van por dos bandos; los que aman y fundan, los que odian y deshacen” José Martí. Como epígrafe de estas humildes pero sinceras palabras, me he valido de un pensamiento de José Martí, el apóstol cubano, nada más apropiado para recordar a un amigo entrañable, en una etapa difícil de mi vida, Armando […]
“Los hombres van por dos bandos; los que aman y fundan, los que odian y deshacen” José Martí.
Como epígrafe de estas humildes pero sinceras palabras, me he valido de un pensamiento de José Martí, el apóstol cubano, nada más apropiado para recordar a un amigo entrañable, en una etapa difícil de mi vida, Armando Maestre Pavajeau, quien construyó y amó. Mi formación de hombre agradecido no me permitiría pasar inadvertido el vigésimo aniversario de su siembra, y digo siembra porque los buenos seres humanos cuando mueren sólo se ausentan en forma corpórea pero se quedan para siempre como tinta indeleble en la conciencia y en el corazón de sus pueblos.
Seguro estoy de que quienes lo estimábamos con sinceridad y gozábamos de su aprecio y amistad, lo mantenemos presente como si no se hubiese ido; un recordatorio de su novenario hace parte insustituible de la pequeña y modesta biblioteca de mi casa, como separador de mis lecturas favoritas, que me hace recordarlo con su mirada sin maldad, con expresión de buen humor y su generosidad reflejada en su rostro.
Nunca olvido la fiesta de bienvenida como nuevo gerente regional del desparecido Banco Ganadero, efectuada en el nuevo edificio de la carrera 9a. En el ánimo de los empleados presentes allí había preocupación por la serie de conjeturas que se habían tejido alrededor de nuestra estabilidad laboral en la entidad, debido a que había llegado un “político” como nuevo jefe; sin embargo, esa misma noche de parranda descubrí su talante de hombre noble y cargado de buenas intenciones, al poco tiempo surgió una gran empatía con ese ser humano excepcional que fue en vida Armando Maestre Pavajeau, en cuyas expresiones se podía adivinar que amaba entrañablemente su tierra, su música y el culto a la amistad. Con él aprendí que: Este es el amor, amor/ el amor que me divierte/ cuando estoy en la parranda/ no me acuerdo de la muerte. Ayer pasé por tu casa y vi / un letrero que decía/ no naciste para mí/ y yo como sé escribí / enseguida puse otro/ si no he nacido para ti/, tu para mí tampoco/ (…). Son versos de la sabiduría popular, de creación colectiva que se escuchaban en la Provincia de Padilla; por eso siempre he sostenido, parafraseando al poeta alemán Friedrich Hölderlin: “Lleno está de méritos el hombre vallenato, más no por ello, sino por su música hace de esta tierra su morada”.
Hay un acontecimiento en mi trajinar como empleado que fui del Banco Ganadero, que me permitió valorar a Armando Maestre Pavajeau, como una persona desprendida, en cuyo corazón jamás anidaban intenciones perversas y la maledicencia no hacía parte de sus códigos éticos; recuerdo que el día 12 de enero de 1991, fecha en que el suscrito cumpliría diez años laborando en el Banco y cuya política era prescindir de algunos funcionarios, dado que a partir de ese lapso de tiempo laborado se adquiría mayor estabilidad, y para mi caso, estaba en el límite en que se definía mi futuro en esa prestigiosa empresa, a la cual dediqué veinticuatro años de mi existencia y a la que debo mucho como apoyo a mi proyecto de vida. En mi caso personal, y gracias a la decisiva intervención y sabiduría salomónica que adornaba a Armando Maestre Pavajeau, logró que mi desempeño laboral fuera sometido a una rigurosa evaluación, de la cual salí airoso, episodio éste que a la postre marcó mi destino y permitió mi realización personal.
Para terminar, quisiera expresar en estas cortas palabras mi admiración imperecedera por ese ser de alma noble y de aquilatadas virtudes, que poco abundan en estos tiempos aciagos, y cuyo ejemplo de vida he tratado de inculcar a mis hijos. Asimismo, deseo hacer extensivo este cúmulo de aprecio sincero a su señora esposa y a sus descendientes. Como colofón recurro nuevamente a palabras del inmortal José Martí, para decir: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien con la obra de la vida”.
Por Fernando Rangel Rangel