Leopoldo, así de simple. El mundo lo conoce con solo pronunciar su nombre. Joven, político, venezolano, líder honesto y valiente que se ha sometido a la administración de justicia de su país que, sin independencia orgánica, como lo establecen las reglas que rigen la democracia moderna, lo ha condenado a la pena privativa de la […]
Leopoldo, así de simple. El mundo lo conoce con solo pronunciar su nombre. Joven, político, venezolano, líder honesto y valiente que se ha sometido a la administración de justicia de su país que, sin independencia orgánica, como lo establecen las reglas que rigen la democracia moderna, lo ha condenado a la pena privativa de la libertad por largos 13 años. Su delito: luchar en forma pacífica por la libertad y la democracia.
Leopoldo es un modelo de cómo debe realizarse la lucha: en forma pacífica y apelando a las razones y al pluralismo frente a un régimen de fuertes rasgos totalitarios que se niega a abandonar el poder y por esto le persigue y lo condena.
Milito, Anito y Licón llevaron a Sócrates ante el tribunal de Atenas. Este lo condenó. La acusación fue que Sócrates corrompía la juventud. La presunta conducta corruptora no era otra que contribuir a que los jóvenes se educaran en forma libre apelando a la razón y la ciencia.
Antes y después de la condena, Sócrates se negó a huir de Atenas y se sometió a la administración de justicia. Prefirió cumplir la condena antes que huir. Bebió la cicuta que fue el castigo que le impusieron en forma injusta.
No contestó una injusticia con otra injusticia. El diálogo metafórico en Sócrates y la ley que narra Platón en el Critón o del deber, es de un valor ético inmejorable. Cumplió la ley y la sentencia, no importa que sean injustas, pero no destruyó al Estado. Leopoldo actúa bajo este ejemplo socrático.
Leopoldo sabía que no existía la menor posibilidad de que la administración de justicia de Venezuela lo juzgara en forma justa e imparcial conforme al derecho procesal moderno. Las normas del derecho internacional de los derechos humanos que pesan en los procesos judiciales no les fueron aplicadas como garantía. Sabía que era y sería víctima de una injusticia, pero no huyó. Su fuerza moral sabía que huir significaba sacrificar o debilitar la causa de la lucha por la democracia y la libertad. Se mantuvo firme.
La población o parte de ella, enardecida por el fanatismo, inducida desde las élites religiosas escogió a Barrabás y condenó a Jesús. Él fue condenado a una pena infame: la crucifixión. El grito de la plebe no era la democracia ni lo podrá ser nunca. Una mayoría coyuntural se impuso, pero la historia y la ciencia política enseñan que la democracia no puede reducirse a la decisión de la mayoría.
Un país en el que no exista la independencia judicial, carece de democracia y de Constitución. Este principio rector es una columna vertebral de la democracia moderna, en forma categórica lo expresa la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
A Leopoldo hay que rodearlo con apoyo internacional ante las autoridades de la OEA y ONU que constituye una tarea que partidos, movimientos políticos y grupos de derechos humanos tienen que desarrollar sin desfallecer.
Me declaro un luchador por la causa de la libertad de Leopoldo, un soldado más de su noble causa.
La humanidad no recuerda hoy quienes fueron Anito, Milito y Licón, pero no existe proceso educativo, ni reflexión filosófica que no tome como modelo a seguir la vida ejemplar de Sócrates. Barrabás se toma como ejemplo de cómo su nombre está asociado a la toma de una decisión injusta por una multitud fanatizada y manipulada por una élite. Jesús es pilar de una cultura en Occidente. La historia mundial de la infamia tendrá en su lista a los que condenan a Leopoldo. Éste es un ejemplo para la humanidad.
Leopoldo, así de simple. El mundo lo conoce con solo pronunciar su nombre. Joven, político, venezolano, líder honesto y valiente que se ha sometido a la administración de justicia de su país que, sin independencia orgánica, como lo establecen las reglas que rigen la democracia moderna, lo ha condenado a la pena privativa de la […]
Leopoldo, así de simple. El mundo lo conoce con solo pronunciar su nombre. Joven, político, venezolano, líder honesto y valiente que se ha sometido a la administración de justicia de su país que, sin independencia orgánica, como lo establecen las reglas que rigen la democracia moderna, lo ha condenado a la pena privativa de la libertad por largos 13 años. Su delito: luchar en forma pacífica por la libertad y la democracia.
Leopoldo es un modelo de cómo debe realizarse la lucha: en forma pacífica y apelando a las razones y al pluralismo frente a un régimen de fuertes rasgos totalitarios que se niega a abandonar el poder y por esto le persigue y lo condena.
Milito, Anito y Licón llevaron a Sócrates ante el tribunal de Atenas. Este lo condenó. La acusación fue que Sócrates corrompía la juventud. La presunta conducta corruptora no era otra que contribuir a que los jóvenes se educaran en forma libre apelando a la razón y la ciencia.
Antes y después de la condena, Sócrates se negó a huir de Atenas y se sometió a la administración de justicia. Prefirió cumplir la condena antes que huir. Bebió la cicuta que fue el castigo que le impusieron en forma injusta.
No contestó una injusticia con otra injusticia. El diálogo metafórico en Sócrates y la ley que narra Platón en el Critón o del deber, es de un valor ético inmejorable. Cumplió la ley y la sentencia, no importa que sean injustas, pero no destruyó al Estado. Leopoldo actúa bajo este ejemplo socrático.
Leopoldo sabía que no existía la menor posibilidad de que la administración de justicia de Venezuela lo juzgara en forma justa e imparcial conforme al derecho procesal moderno. Las normas del derecho internacional de los derechos humanos que pesan en los procesos judiciales no les fueron aplicadas como garantía. Sabía que era y sería víctima de una injusticia, pero no huyó. Su fuerza moral sabía que huir significaba sacrificar o debilitar la causa de la lucha por la democracia y la libertad. Se mantuvo firme.
La población o parte de ella, enardecida por el fanatismo, inducida desde las élites religiosas escogió a Barrabás y condenó a Jesús. Él fue condenado a una pena infame: la crucifixión. El grito de la plebe no era la democracia ni lo podrá ser nunca. Una mayoría coyuntural se impuso, pero la historia y la ciencia política enseñan que la democracia no puede reducirse a la decisión de la mayoría.
Un país en el que no exista la independencia judicial, carece de democracia y de Constitución. Este principio rector es una columna vertebral de la democracia moderna, en forma categórica lo expresa la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
A Leopoldo hay que rodearlo con apoyo internacional ante las autoridades de la OEA y ONU que constituye una tarea que partidos, movimientos políticos y grupos de derechos humanos tienen que desarrollar sin desfallecer.
Me declaro un luchador por la causa de la libertad de Leopoldo, un soldado más de su noble causa.
La humanidad no recuerda hoy quienes fueron Anito, Milito y Licón, pero no existe proceso educativo, ni reflexión filosófica que no tome como modelo a seguir la vida ejemplar de Sócrates. Barrabás se toma como ejemplo de cómo su nombre está asociado a la toma de una decisión injusta por una multitud fanatizada y manipulada por una élite. Jesús es pilar de una cultura en Occidente. La historia mundial de la infamia tendrá en su lista a los que condenan a Leopoldo. Éste es un ejemplo para la humanidad.