El maestro Luis Mizar está escribiendo un doloroso poema, el del terrible mal que lo aqueja. Hoy con la repetición de este artículo quiero enviarle, desde el Valle, en el que tanto se inspiró, mi abrazo solidario. Ya lo dijo en una de sus ‘Letanías del convaleciente’: “Solo desertando de la eternidad inalcanzable nuestros sentidos […]
El maestro Luis Mizar está escribiendo un doloroso poema, el del terrible mal que lo aqueja. Hoy con la repetición de este artículo quiero enviarle, desde el Valle, en el que tanto se inspiró, mi abrazo solidario. Ya lo dijo en una de sus ‘Letanías del convaleciente’: “Solo desertando de la eternidad inalcanzable nuestros sentidos pueden disfrutar de la ínfima miel de los instantes”.
Luís Mizar está más allá de los años, de los homenajes, de las loas, porque recibió todo eso al nacer, como efluvios mágicos surgidos de las entrañas de la Sierra Nevada, y lo ha cultivado con el espíritu; y lo ha sazonado con el sonido de las palabras; y lo ha sublimizado con la cadencia de cada verso que como fulminaciones centellean en su mente de poeta; y lo ha lidiado como el toro de casta, que no muge, embiste.
Mizar es gloria sin reconocimiento. Es filón de pensamientos, poemas y nostalgias. Es el mismo que se atreve a salmodiar, cítara en mano, al ‘Toro barcino’ y se gana un premio nacional de poesía. Es el amigo que asegura: “Cuando se recibe amor desde todos los puntos cardinales es inevitable no vivir desorientado”.
Para comprender a Luís Mizar se necesita ser poeta como él, y no hay otro igual ni lo puede haber, es único, solo, sí, metido en esa soledad de la que canta: “Mi soledad ha intentado escapar en muchas pieles pero sólo una ataviada de jazmines, de cantos de pájaros, de luceros callados y de espumas de arroyuelos ha logrado embrujarla”.
Él embruja con sus palabras. En sus ‘Letanías del convaleciente’, se siente esa desorientación de que habla cuando hay mucho amor, cuando hay derroche de belleza y la confianza en Dios que el maestro, de origen atanquero, define así: “Dios es el asa dorada y benevolente que con el meñique de la armonía interna agarramos para librarnos de los oscuros abismos que nos acechan”.
Estar un instante con el amigo poeta es comprender el valor del silencio, que él interrumpe sólo para decir algo profundo, mordaz o satírico, pero en ocasiones el humor le hace reír y contagiar al interlocutor, ríe de los elogios y de las críticas, pero cuando ellas son injustas se alza su voz y acalla a todas las que quieran interrumpirlo, lo hace con sabiduría y mediante figuras retóricas que hacen pensar en que es verdad que un genio sin nervios y sin carácter recio, no es un genio. Ya lo dice él en una de sus letanías: “La costumbre de culpar a los demás de nuestros desaciertos es el ritual depravado que hacemos para mantener a salvo de reproches a nuestra bestia interior”.
Este escrito es un poco del resultado de mi admiración recóndita para quien está más allá de los homenajes, más allá de lo telúrico, aunque se confunda con ellos, más allá de todo, sólo con el estro poético a flor de piel. Esto es un puñado de mis buenos deseos para que se mejore pronto.
El maestro Luis Mizar está escribiendo un doloroso poema, el del terrible mal que lo aqueja. Hoy con la repetición de este artículo quiero enviarle, desde el Valle, en el que tanto se inspiró, mi abrazo solidario. Ya lo dijo en una de sus ‘Letanías del convaleciente’: “Solo desertando de la eternidad inalcanzable nuestros sentidos […]
El maestro Luis Mizar está escribiendo un doloroso poema, el del terrible mal que lo aqueja. Hoy con la repetición de este artículo quiero enviarle, desde el Valle, en el que tanto se inspiró, mi abrazo solidario. Ya lo dijo en una de sus ‘Letanías del convaleciente’: “Solo desertando de la eternidad inalcanzable nuestros sentidos pueden disfrutar de la ínfima miel de los instantes”.
Luís Mizar está más allá de los años, de los homenajes, de las loas, porque recibió todo eso al nacer, como efluvios mágicos surgidos de las entrañas de la Sierra Nevada, y lo ha cultivado con el espíritu; y lo ha sazonado con el sonido de las palabras; y lo ha sublimizado con la cadencia de cada verso que como fulminaciones centellean en su mente de poeta; y lo ha lidiado como el toro de casta, que no muge, embiste.
Mizar es gloria sin reconocimiento. Es filón de pensamientos, poemas y nostalgias. Es el mismo que se atreve a salmodiar, cítara en mano, al ‘Toro barcino’ y se gana un premio nacional de poesía. Es el amigo que asegura: “Cuando se recibe amor desde todos los puntos cardinales es inevitable no vivir desorientado”.
Para comprender a Luís Mizar se necesita ser poeta como él, y no hay otro igual ni lo puede haber, es único, solo, sí, metido en esa soledad de la que canta: “Mi soledad ha intentado escapar en muchas pieles pero sólo una ataviada de jazmines, de cantos de pájaros, de luceros callados y de espumas de arroyuelos ha logrado embrujarla”.
Él embruja con sus palabras. En sus ‘Letanías del convaleciente’, se siente esa desorientación de que habla cuando hay mucho amor, cuando hay derroche de belleza y la confianza en Dios que el maestro, de origen atanquero, define así: “Dios es el asa dorada y benevolente que con el meñique de la armonía interna agarramos para librarnos de los oscuros abismos que nos acechan”.
Estar un instante con el amigo poeta es comprender el valor del silencio, que él interrumpe sólo para decir algo profundo, mordaz o satírico, pero en ocasiones el humor le hace reír y contagiar al interlocutor, ríe de los elogios y de las críticas, pero cuando ellas son injustas se alza su voz y acalla a todas las que quieran interrumpirlo, lo hace con sabiduría y mediante figuras retóricas que hacen pensar en que es verdad que un genio sin nervios y sin carácter recio, no es un genio. Ya lo dice él en una de sus letanías: “La costumbre de culpar a los demás de nuestros desaciertos es el ritual depravado que hacemos para mantener a salvo de reproches a nuestra bestia interior”.
Este escrito es un poco del resultado de mi admiración recóndita para quien está más allá de los homenajes, más allá de lo telúrico, aunque se confunda con ellos, más allá de todo, sólo con el estro poético a flor de piel. Esto es un puñado de mis buenos deseos para que se mejore pronto.