Hace casi tres años el proceso de paz inició este camino en medio de escepticismo y expectación. Las reglas de juego eran bastante claras, una agenda concreta de cinco puntos que se irían consolidando parcialmente, rondas continuas en La Habana en busca de un consenso y un gran mecanismo final de refrendación en el cual […]
Hace casi tres años el proceso de paz inició este camino en medio de escepticismo y expectación. Las reglas de juego eran bastante claras, una agenda concreta de cinco puntos que se irían consolidando parcialmente, rondas continuas en La Habana en busca de un consenso y un gran mecanismo final de refrendación en el cual la gente daría el visto bueno a los compromisos adquiridos entre ambas partes. Hoy, cuando ya tenemos una negociación madura que, como cualquier transacción, ha tenido sus ratos dulces y otros que no lo son tanto, pareciera que el cierre de este capítulo puede ser muy diferente a como nos lo plantearon.
Desde los tiempos embrionarios del diálogo entre gobierno y guerrilla, se dijo a los cuatro vientos que llegaría el día en el que los colombianos saldrían a las urnas para votar la legitimidad de lo pactado en una suerte de referendo por la paz. Humberto de la Calle mostró su lado más histriónico en varios comerciales del horario triple A dando su parte de tranquilidad, asegurando que nada se estaba haciendo de espaldas al país y que la prueba reina de ello sería esa jornada electoral que daría la bienvenida con votos al tan anhelado posconflicto. El plan tenía coherencia jurídica y constitucional, sería la forma perfecta de comprometer a una nación entera con la reconciliación y las difíciles décadas para la construcción del tejido social que nos esperan.
Pero ahora cuando se siente en el ambiente que la negociación está llegando a su fin, bien sea por la firma final o por el plazo perentorio de cuatro meses con previsible renovación automática que el presidente impuso, es claro hasta para el más optimista de los analistas que cualquier pregunta que se formule, por más enredada que se intente redactar, tendrá una victoria contundente del NO. Las razones sobran, pero una mala comunicación de los avances desde Cuba con el pueblo colombiano y una guerrilla que no ha logrado ganarse al público puede ser el núcleo de las respuestas. Atrás quedaron las épocas del “Soy Capaz” cuando todos se alineaban con la causa, la paciencia se agotó.
Entonces surgen ideas sacadas de la manga que solo buscan hacerle el quite a la inexorable derrota que se avecina. Los mismos creativos legales que driblaron a Nicaragua con un “se acata, pero no se aplica”, barajan un congresito, un referendo sin efectos jurídicos y quién sabe qué otras alternativas que seguro veremos. No es entendible cómo en lugar de tratar de cambiar la estrategia de marketing del proceso de paz, se opta mejor por hallar una grieta en la Constitución por la cual colarse.
La consulta al pueblo sobre la aprobación del acuerdo final en La Habana es más que una pregunta, es la única legitimación posible de la negociación. Ninguna paz impuesta a golpe de rúbrica desde el extranjero será verdadera, pues siempre le faltará el respaldo del ciudadano del común quien tendrá que construirla a diario.
Hay tiempo suficiente, Presidente. No tema preguntarnos y mejor convénzanos de votar SÍ.
Hace casi tres años el proceso de paz inició este camino en medio de escepticismo y expectación. Las reglas de juego eran bastante claras, una agenda concreta de cinco puntos que se irían consolidando parcialmente, rondas continuas en La Habana en busca de un consenso y un gran mecanismo final de refrendación en el cual […]
Hace casi tres años el proceso de paz inició este camino en medio de escepticismo y expectación. Las reglas de juego eran bastante claras, una agenda concreta de cinco puntos que se irían consolidando parcialmente, rondas continuas en La Habana en busca de un consenso y un gran mecanismo final de refrendación en el cual la gente daría el visto bueno a los compromisos adquiridos entre ambas partes. Hoy, cuando ya tenemos una negociación madura que, como cualquier transacción, ha tenido sus ratos dulces y otros que no lo son tanto, pareciera que el cierre de este capítulo puede ser muy diferente a como nos lo plantearon.
Desde los tiempos embrionarios del diálogo entre gobierno y guerrilla, se dijo a los cuatro vientos que llegaría el día en el que los colombianos saldrían a las urnas para votar la legitimidad de lo pactado en una suerte de referendo por la paz. Humberto de la Calle mostró su lado más histriónico en varios comerciales del horario triple A dando su parte de tranquilidad, asegurando que nada se estaba haciendo de espaldas al país y que la prueba reina de ello sería esa jornada electoral que daría la bienvenida con votos al tan anhelado posconflicto. El plan tenía coherencia jurídica y constitucional, sería la forma perfecta de comprometer a una nación entera con la reconciliación y las difíciles décadas para la construcción del tejido social que nos esperan.
Pero ahora cuando se siente en el ambiente que la negociación está llegando a su fin, bien sea por la firma final o por el plazo perentorio de cuatro meses con previsible renovación automática que el presidente impuso, es claro hasta para el más optimista de los analistas que cualquier pregunta que se formule, por más enredada que se intente redactar, tendrá una victoria contundente del NO. Las razones sobran, pero una mala comunicación de los avances desde Cuba con el pueblo colombiano y una guerrilla que no ha logrado ganarse al público puede ser el núcleo de las respuestas. Atrás quedaron las épocas del “Soy Capaz” cuando todos se alineaban con la causa, la paciencia se agotó.
Entonces surgen ideas sacadas de la manga que solo buscan hacerle el quite a la inexorable derrota que se avecina. Los mismos creativos legales que driblaron a Nicaragua con un “se acata, pero no se aplica”, barajan un congresito, un referendo sin efectos jurídicos y quién sabe qué otras alternativas que seguro veremos. No es entendible cómo en lugar de tratar de cambiar la estrategia de marketing del proceso de paz, se opta mejor por hallar una grieta en la Constitución por la cual colarse.
La consulta al pueblo sobre la aprobación del acuerdo final en La Habana es más que una pregunta, es la única legitimación posible de la negociación. Ninguna paz impuesta a golpe de rúbrica desde el extranjero será verdadera, pues siempre le faltará el respaldo del ciudadano del común quien tendrá que construirla a diario.
Hay tiempo suficiente, Presidente. No tema preguntarnos y mejor convénzanos de votar SÍ.