La vida, que por otra parte es un permanente proyecto de reformas, hoy precisa más que nunca reconsiderarse. De pronto, parece todo predispuesto para el cambio, y así es, pero hay que tener en cuenta el modo y manera de llevarlo a cabo, así como las preferencias y los sujetos de esas renuevas. Ciertamente, el […]
La vida, que por otra parte es un permanente proyecto de reformas, hoy precisa más que nunca reconsiderarse. De pronto, parece todo predispuesto para el cambio, y así es, pero hay que tener en cuenta el modo y manera de llevarlo a cabo, así como las preferencias y los sujetos de esas renuevas. Ciertamente, el mundo lo construimos entre todos y, entre todos, tenemos que activar aquellas transformaciones necesarias para seguir compartiendo espacios, o sea, conviviendo. Para ello, uno tiene que cultivarse para sí, pero también tiene que dejarse cautivar por los otros cultivos, tan necesarios como los propios. Esta es la gran reforma que el planeta hoy precisa, crecer más con el espíritu para comprender que todas las manos son necesarias para desarrollarnos como personas.
Por desgracia, somos esclavos del poder, de las finanzas, de lo económico; y en vez de ser más dominadores, tenemos que ser más servidores, más respetuosos con otras culturas, más considerados con los que menos tienen.
Indudablemente, el saber humano es imperfecto, deficiente, se precisa la fuerza moral para complementarnos, sobre todo para implicarnos en el buen hacer de las cosas. Además, cualquier individuo no se desarrolla por sí mismo, sino en relación con otros; de ahí, que uno más se crezca cuanto más se asciende en valores humanos, en valores del propio espíritu.
Una sociedad, materialmente desarrollada como un mercado, en continua opresión de oferta y demanda, nos lleva al vacío permanente. Por consiguiente, se requieren de nuevos aires, es verdad, para superar esta visión competitiva de mercado, para vislumbrar otros horizontes más compartidos, donde cada uno se sienta verdaderamente responsable de su semejante. Esta es la auténtica solidaridad, la que nace de nuestro interior y que no se congratula únicamente con dar lo que nos sobra, sino adquiriendo un verdadero compromiso de auxilio permanente hacia aquel ciudadano más vulnerable.
Hace tiempo que la insolidaridad humana es manifiesta en el mundo, solo hay que ver los muros que levantamos unos contra otros o las desigualdades que tejemos cada día unos en favor de otros. Precisamente las bolsas de pobreza subsisten por esa falta de fraternidad y por el abuso de los dominadores, más dependientes del egoísmo y del dios dinero, que de la asistencia a la voz de los que claman ayuda. Ante esta lamentable situación, pienso que es hora de activar reformas que nos hagan más humanos. Lo vengo diciendo desde hace muchos años. Sólo hay que ver que gran parte de los territorios del mundo atraviesan graves crisis humanitarias, y nadie los aborda. La desesperación, la miseria, la denegación de dignidad, se ha convertido en algo que está ahí, y lo peor, es que el otro mundo del bien/estar (dudo que algún día pueda ser del bien/ser) permanece pasivo, sin inmutarse, ajeno a los tristes acontecimientos, viviendo tan solo para sí mismo.
Sería saludable, pues, que cada uno de nosotros respondiéramos con menos indiferencia y más coraje interior; pero, claro, para ello hemos de convencernos, cada cual consigo, que la humanidad de la que formamos parte es una familia y, cómo tal, también todo nos afecta.
La vida, que por otra parte es un permanente proyecto de reformas, hoy precisa más que nunca reconsiderarse. De pronto, parece todo predispuesto para el cambio, y así es, pero hay que tener en cuenta el modo y manera de llevarlo a cabo, así como las preferencias y los sujetos de esas renuevas. Ciertamente, el […]
La vida, que por otra parte es un permanente proyecto de reformas, hoy precisa más que nunca reconsiderarse. De pronto, parece todo predispuesto para el cambio, y así es, pero hay que tener en cuenta el modo y manera de llevarlo a cabo, así como las preferencias y los sujetos de esas renuevas. Ciertamente, el mundo lo construimos entre todos y, entre todos, tenemos que activar aquellas transformaciones necesarias para seguir compartiendo espacios, o sea, conviviendo. Para ello, uno tiene que cultivarse para sí, pero también tiene que dejarse cautivar por los otros cultivos, tan necesarios como los propios. Esta es la gran reforma que el planeta hoy precisa, crecer más con el espíritu para comprender que todas las manos son necesarias para desarrollarnos como personas.
Por desgracia, somos esclavos del poder, de las finanzas, de lo económico; y en vez de ser más dominadores, tenemos que ser más servidores, más respetuosos con otras culturas, más considerados con los que menos tienen.
Indudablemente, el saber humano es imperfecto, deficiente, se precisa la fuerza moral para complementarnos, sobre todo para implicarnos en el buen hacer de las cosas. Además, cualquier individuo no se desarrolla por sí mismo, sino en relación con otros; de ahí, que uno más se crezca cuanto más se asciende en valores humanos, en valores del propio espíritu.
Una sociedad, materialmente desarrollada como un mercado, en continua opresión de oferta y demanda, nos lleva al vacío permanente. Por consiguiente, se requieren de nuevos aires, es verdad, para superar esta visión competitiva de mercado, para vislumbrar otros horizontes más compartidos, donde cada uno se sienta verdaderamente responsable de su semejante. Esta es la auténtica solidaridad, la que nace de nuestro interior y que no se congratula únicamente con dar lo que nos sobra, sino adquiriendo un verdadero compromiso de auxilio permanente hacia aquel ciudadano más vulnerable.
Hace tiempo que la insolidaridad humana es manifiesta en el mundo, solo hay que ver los muros que levantamos unos contra otros o las desigualdades que tejemos cada día unos en favor de otros. Precisamente las bolsas de pobreza subsisten por esa falta de fraternidad y por el abuso de los dominadores, más dependientes del egoísmo y del dios dinero, que de la asistencia a la voz de los que claman ayuda. Ante esta lamentable situación, pienso que es hora de activar reformas que nos hagan más humanos. Lo vengo diciendo desde hace muchos años. Sólo hay que ver que gran parte de los territorios del mundo atraviesan graves crisis humanitarias, y nadie los aborda. La desesperación, la miseria, la denegación de dignidad, se ha convertido en algo que está ahí, y lo peor, es que el otro mundo del bien/estar (dudo que algún día pueda ser del bien/ser) permanece pasivo, sin inmutarse, ajeno a los tristes acontecimientos, viviendo tan solo para sí mismo.
Sería saludable, pues, que cada uno de nosotros respondiéramos con menos indiferencia y más coraje interior; pero, claro, para ello hemos de convencernos, cada cual consigo, que la humanidad de la que formamos parte es una familia y, cómo tal, también todo nos afecta.