Hoy se cumple un mes de la muerte del líder político y social Crispín Villazón de Armas. Su amigo, el médico Luciano Aponte, escribió el siguiente perfil.
A mi hermano: El ser humano es el fruto de múltiples factores y aconteceres que lo marcan y modelan desde el nacimiento. No gozó del cariño y cuidados maternos al quedar huérfano de su señora madre Ana María de Armas, al año y meses de nacido. Creció padeciendo de un quiste bronquio-génico-congénito del cuello que le ocasionó padecimientos dolorosos sin medida, hasta curar por la gracia de Dios, sin dejar secuelas en su desarrollo íntegro y total. A los 16 años pierde a su padre Francisco Villazón Quintero.
Dotado de una precoz inteligencia, dedicado al estudio con el apoyo de sus familiares, especialmente Dámaso y Miguel Enrique Villazón Baquero, inició sus estudios secundarios en el Liceo Celedón de Santa Marta y los terminó en el colegio Americano de Barranquilla.
Sus dotes como líder y conductor estudiantil, brillaron con premonición en los prados de la ciudad blanca en Bogotá, como estudiante de derecho de la Universidad Nacional de Colombia, agitando en las barricadas las banderas que el 8 y 9 de junio de 1954 comenzaron a minar en la opinión pública nacional, las bases de la dictadura imperante. Me viene el recuerdo de esas jornadas gloriosas, por la carrera séptima de la capital de la República hasta la calle 13, cerrado el paso por la tropa amenazante, con pañuelos blancos al aire, en compañía de José Antonio Murgas, Armando Barros y Álvaro Araujo Noguera, entre otros miles, me dispuse a colocar mi raída gabardina de estudiante sobre el capó de un automóvil parqueado en la acera para que así, utilizada como tribuna, dejara oír su voz de líder y conductor en la hora llena de peligro. Alcanzó a decir “compañeros”, con su voz vibrante y sonó la metralla.
Viene a mi memoria aquella frase lapidaria del autor francés Romain Roland “basta un instante para hacer un héroe y una vida entera para hacer un hombre”. En la zona donde nosotros estábamos no hubo muertos, y así no se fundió el héroe pero le reservó la vida, para que apareciera el gran hombre. Sus 86 años, toda una vida llena de hidalguía, de luchas valerosas para el bien de la patria, de su región y de sus gentes.
En todos los cargos públicos que ocupó dejó honda huella, conmovió cimientos, trazó derroteros de progreso, despejó inquietudes, creó polémica triunfante de sus tesis. Así lo hizo como secretario departamental de Hacienda del viejo Magdalena, como alcalde de esta ciudad noble de Valledupar que le arrulló en su cuna, también como Ministro del Trabajo en la administración de Misael Pastrana Borrero, con el lema “el objetivo el hombre”. Allí se iniciaron los cambios de la futura política de seguridad social con la asesoría de la misión chilena y de la O.I.T.
Todo el avance posterior en materia de seguridad social se plasmó allí. Se alcanzó la reorganización del calendario laboral. Se amplió la cobertura nacional de las llamadas en ese entonces oficinas regionales del trabajo. La celeridad en los arreglos de los conflictos laborales entre la empresa y los trabajadores se hizo proverbial y fue entusiásticamente celebrado por la nación entera.
Todavía lo veo en las frías madrugadas sobre su escritorio redactando la ley aprobada para llevar un ferrocarril desde Chiriguaná a Bahía Honda, que si se hubiera construido habría integrado el Cesar y La Guajira con el rio Magdalena y con el ferrocarril del Atlántico, y se habría evitado la contaminación de la bahía de Santa Marta.
Nos trajo el Sena, y permítanme que anote un dato prosaico, la compra de los terrenos de las cien hectáreas donde se hallan sus instalaciones significó cinco millones de pesos para la nación, cuando hoy valen muchos miles. Así se crea riqueza comunitaria, nada para provecho personal. A esa sede regional del Sena, hito del progreso regional se le debe designar con el nombre de Crispín Villazón de Armas, y es así como la ciudadanía lo debe impetrar al señor gobernador y a las autoridades nacionales. Nos trajo el seguro social a Villanueva en La Guajira y a Aguachica y Codazzi en el Cesar. La clínica Ana María fue una esperanza y un alivio.
La oficina de Telecom modernizó nuestras comunicaciones con el mundo. Convencido de que la educación es el ariete eficaz en el progreso de los pueblos, por ley se construyó la edificación para una normal femenina, que más tarde por razones de urgencias locativas se destinó a la Policía Nacional, en el momento de la creación del departamento.
Pero la gran gesta fue haber sensibilizado la conciencia de las gentes del Cesar para la creación del departamento, y una vez logrado, se ha demostrado que con José Antonio Murgas, representante ponente del proyecto de creación y el comité central apuntalado con figuras como Manuel Germán Cuello y Jorge Dangond Daza, para tal fin convocado, no estaban equivocados. El país vibró con su creación y el apoyo del poder central no se hizo esperar.
Su voz atenazada de profundas convicciones se hacía sentir en todo el hontanar de la patria, y era siempre un reparo ideológico en las grandes luchas. Crispín Villazón de Armas fue un hombre de talla nacional, impuso tesis de aliento y en compañía de Clemente Quintero y amigos adelantó resonantes campañas que edificaron el desarrollo departamental. En sus luchas nunca causó heridas que no pudieran cicatrizar en sus contrincantes ocasionales como Aníbal Martínez y Alfonso Araujo y el legendario Pedro Castro Monsalvo. Siempre cruzando sus aceros toledanos con hidalguía.
Pero los desvelos de su corazón fueron para Pueblo Bello, tierra de sus ancestros. No había problema en esa tierra que él no quisiera solucionar. Tal vez por eso quiso dedicar sus últimos esfuerzos de su vida a la Federación de Cafeteros y a sus problemas gremiales.
Su fortaleza genética le permitió alcanzar tan longeva edad, acicateado por su deseo de vivir, practicando sin saberlo la logoterapia de Víctor Frankl; es decir, tenía una razón de vivir, y nos lo hacía saber, cual era escribir las memorias inconclusas de sus luchas. Que no pase el tiempo sin agradecer en las páginas de EL PILÓN, a todos los colegas médicos que le prolongaron su existencia: en Bogotá al profesor Andrés Cajigas y a su sobrino Juan Felipe Villazón, cuyo acierto prolongó por 14 años su existencia, lo mismo que a los doctores del Castillo y Álvaro Muñoz; al grupo cardiovascular de la Clínica Cardio-infantil.
Al cuerpo médico de Valledupar, especialmente al equipo de la Clínica Valledupar, enfermeras y directivas, a los oncólogos Hoyos e Iván Zuleta, a los cirujanos González, Miguel Mora y Ramón Díaz. Al internista Luis Guerra, a los gastroenterólogos José Fernández Orozco y Juan Carlos Lara, a los anestesiólogos Paola de Lara y Martín Villazón, entre otros. A Clemencia Restrepo. A los urólogos Osvaldo Angulo y Carlos Matos, al cuerpo médico de intensivistas de la Clínica Buenos Aires, sobre todo al doctor Fernando Iván Mesa Morón. Pero además de todo eso, hubo un profesional distinguido sobre el cual recayó toda la responsabilidad y las decisiones clínicas tomadas con pericia. Ese fue Marcelo Calderón Rodríguez. Que Dios lo guarde.
Con mi corazón hecho trizas, pasado un mes sin el hermano, me toca Crispín reiterarte, como lo hice ante tu féretro, la admonición que pronunció el gran poeta Walt Witman, cantor de la grandeza de la nación americana: “Oh capitán, mi capitán, el viaje medroso felizmente ha terminado, anclose el barco en la ribera oscura y te has ganado el galardón ansiado” .
Hoy se cumple un mes de la muerte del líder político y social Crispín Villazón de Armas. Su amigo, el médico Luciano Aponte, escribió el siguiente perfil.
A mi hermano: El ser humano es el fruto de múltiples factores y aconteceres que lo marcan y modelan desde el nacimiento. No gozó del cariño y cuidados maternos al quedar huérfano de su señora madre Ana María de Armas, al año y meses de nacido. Creció padeciendo de un quiste bronquio-génico-congénito del cuello que le ocasionó padecimientos dolorosos sin medida, hasta curar por la gracia de Dios, sin dejar secuelas en su desarrollo íntegro y total. A los 16 años pierde a su padre Francisco Villazón Quintero.
Dotado de una precoz inteligencia, dedicado al estudio con el apoyo de sus familiares, especialmente Dámaso y Miguel Enrique Villazón Baquero, inició sus estudios secundarios en el Liceo Celedón de Santa Marta y los terminó en el colegio Americano de Barranquilla.
Sus dotes como líder y conductor estudiantil, brillaron con premonición en los prados de la ciudad blanca en Bogotá, como estudiante de derecho de la Universidad Nacional de Colombia, agitando en las barricadas las banderas que el 8 y 9 de junio de 1954 comenzaron a minar en la opinión pública nacional, las bases de la dictadura imperante. Me viene el recuerdo de esas jornadas gloriosas, por la carrera séptima de la capital de la República hasta la calle 13, cerrado el paso por la tropa amenazante, con pañuelos blancos al aire, en compañía de José Antonio Murgas, Armando Barros y Álvaro Araujo Noguera, entre otros miles, me dispuse a colocar mi raída gabardina de estudiante sobre el capó de un automóvil parqueado en la acera para que así, utilizada como tribuna, dejara oír su voz de líder y conductor en la hora llena de peligro. Alcanzó a decir “compañeros”, con su voz vibrante y sonó la metralla.
Viene a mi memoria aquella frase lapidaria del autor francés Romain Roland “basta un instante para hacer un héroe y una vida entera para hacer un hombre”. En la zona donde nosotros estábamos no hubo muertos, y así no se fundió el héroe pero le reservó la vida, para que apareciera el gran hombre. Sus 86 años, toda una vida llena de hidalguía, de luchas valerosas para el bien de la patria, de su región y de sus gentes.
En todos los cargos públicos que ocupó dejó honda huella, conmovió cimientos, trazó derroteros de progreso, despejó inquietudes, creó polémica triunfante de sus tesis. Así lo hizo como secretario departamental de Hacienda del viejo Magdalena, como alcalde de esta ciudad noble de Valledupar que le arrulló en su cuna, también como Ministro del Trabajo en la administración de Misael Pastrana Borrero, con el lema “el objetivo el hombre”. Allí se iniciaron los cambios de la futura política de seguridad social con la asesoría de la misión chilena y de la O.I.T.
Todo el avance posterior en materia de seguridad social se plasmó allí. Se alcanzó la reorganización del calendario laboral. Se amplió la cobertura nacional de las llamadas en ese entonces oficinas regionales del trabajo. La celeridad en los arreglos de los conflictos laborales entre la empresa y los trabajadores se hizo proverbial y fue entusiásticamente celebrado por la nación entera.
Todavía lo veo en las frías madrugadas sobre su escritorio redactando la ley aprobada para llevar un ferrocarril desde Chiriguaná a Bahía Honda, que si se hubiera construido habría integrado el Cesar y La Guajira con el rio Magdalena y con el ferrocarril del Atlántico, y se habría evitado la contaminación de la bahía de Santa Marta.
Nos trajo el Sena, y permítanme que anote un dato prosaico, la compra de los terrenos de las cien hectáreas donde se hallan sus instalaciones significó cinco millones de pesos para la nación, cuando hoy valen muchos miles. Así se crea riqueza comunitaria, nada para provecho personal. A esa sede regional del Sena, hito del progreso regional se le debe designar con el nombre de Crispín Villazón de Armas, y es así como la ciudadanía lo debe impetrar al señor gobernador y a las autoridades nacionales. Nos trajo el seguro social a Villanueva en La Guajira y a Aguachica y Codazzi en el Cesar. La clínica Ana María fue una esperanza y un alivio.
La oficina de Telecom modernizó nuestras comunicaciones con el mundo. Convencido de que la educación es el ariete eficaz en el progreso de los pueblos, por ley se construyó la edificación para una normal femenina, que más tarde por razones de urgencias locativas se destinó a la Policía Nacional, en el momento de la creación del departamento.
Pero la gran gesta fue haber sensibilizado la conciencia de las gentes del Cesar para la creación del departamento, y una vez logrado, se ha demostrado que con José Antonio Murgas, representante ponente del proyecto de creación y el comité central apuntalado con figuras como Manuel Germán Cuello y Jorge Dangond Daza, para tal fin convocado, no estaban equivocados. El país vibró con su creación y el apoyo del poder central no se hizo esperar.
Su voz atenazada de profundas convicciones se hacía sentir en todo el hontanar de la patria, y era siempre un reparo ideológico en las grandes luchas. Crispín Villazón de Armas fue un hombre de talla nacional, impuso tesis de aliento y en compañía de Clemente Quintero y amigos adelantó resonantes campañas que edificaron el desarrollo departamental. En sus luchas nunca causó heridas que no pudieran cicatrizar en sus contrincantes ocasionales como Aníbal Martínez y Alfonso Araujo y el legendario Pedro Castro Monsalvo. Siempre cruzando sus aceros toledanos con hidalguía.
Pero los desvelos de su corazón fueron para Pueblo Bello, tierra de sus ancestros. No había problema en esa tierra que él no quisiera solucionar. Tal vez por eso quiso dedicar sus últimos esfuerzos de su vida a la Federación de Cafeteros y a sus problemas gremiales.
Su fortaleza genética le permitió alcanzar tan longeva edad, acicateado por su deseo de vivir, practicando sin saberlo la logoterapia de Víctor Frankl; es decir, tenía una razón de vivir, y nos lo hacía saber, cual era escribir las memorias inconclusas de sus luchas. Que no pase el tiempo sin agradecer en las páginas de EL PILÓN, a todos los colegas médicos que le prolongaron su existencia: en Bogotá al profesor Andrés Cajigas y a su sobrino Juan Felipe Villazón, cuyo acierto prolongó por 14 años su existencia, lo mismo que a los doctores del Castillo y Álvaro Muñoz; al grupo cardiovascular de la Clínica Cardio-infantil.
Al cuerpo médico de Valledupar, especialmente al equipo de la Clínica Valledupar, enfermeras y directivas, a los oncólogos Hoyos e Iván Zuleta, a los cirujanos González, Miguel Mora y Ramón Díaz. Al internista Luis Guerra, a los gastroenterólogos José Fernández Orozco y Juan Carlos Lara, a los anestesiólogos Paola de Lara y Martín Villazón, entre otros. A Clemencia Restrepo. A los urólogos Osvaldo Angulo y Carlos Matos, al cuerpo médico de intensivistas de la Clínica Buenos Aires, sobre todo al doctor Fernando Iván Mesa Morón. Pero además de todo eso, hubo un profesional distinguido sobre el cual recayó toda la responsabilidad y las decisiones clínicas tomadas con pericia. Ese fue Marcelo Calderón Rodríguez. Que Dios lo guarde.
Con mi corazón hecho trizas, pasado un mes sin el hermano, me toca Crispín reiterarte, como lo hice ante tu féretro, la admonición que pronunció el gran poeta Walt Witman, cantor de la grandeza de la nación americana: “Oh capitán, mi capitán, el viaje medroso felizmente ha terminado, anclose el barco en la ribera oscura y te has ganado el galardón ansiado” .