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Columnista - 14 junio, 2015

Noche de perros

Supongo que por estos cambios climáticos tan bravos o por no sé por qué, pero me cayó una de esas virosis posmodernas y me mandó a la lona, desde donde ahora escribo. Todo empezó con una gripa que escaló a fiebre con escalofríos e inapetencia. Luego aparecieron las náuseas y ahí sí se complicó todo […]

Boton Wpp

Supongo que por estos cambios climáticos tan bravos o por no sé por qué, pero me cayó una de esas virosis posmodernas y me mandó a la lona, desde donde ahora escribo. Todo empezó con una gripa que escaló a fiebre con escalofríos e inapetencia. Luego aparecieron las náuseas y ahí sí se complicó todo porque hasta las pastillas para la gripa las vomitaba. Ahora, reconozco que yo puse de mi parte y no fue todo culpa de la espontaneidad natural, porque pasé del frío al calor demasiadas veces y luego me bañé con agua fría y salí al sereno y me cayeron goticas que se secaron sobre la ropa que tenía puesta. Antes de acostarme ya sentía las molestias, sin embargo no tomé nada para frenar el choque, la caída libre hacia el escalofrío, la anorexia y las ganas de vomitar.

 
Afortunadamente, a pesar de todas mis imprudencias no amanecí tan grave, pero a medio día una llamada me levantó y acompañé a unas amigas a hacer una diligencia, en un carro con aire acondicionado, repitiendo así la dosis de calor frío calor frío que tanta gripa me da. Y después otra vez a empastillarme y a dormir toda la tarde, sin aire acondicionado pero con ventilador “turbo silence” directo, lo que me terminó de completar. Dormí hasta las seis de la tarde, comí y dormí otra vez, hasta las once de la noche, hora que para mí marca la hora cero de mi convalecencia. Ese día, buscando recuperarme antes de tiempo me dediqué a comer como si no llevara un día completo sin comer nada: desayuno: jugo de guayaba cocido con leche. Merienda: un litro de jugo de pera, una barra de chocolate con maní y una compota. Almuerzo: soba de vegetales, pollo pernil broasted, papas a la francesa, ensalada de aguacate y té de manzana. Merienda: una pera. Cena: Compota de manzana. Y después me tomé un yogurt de arquipe, a las once de la noche, con lo que me pasé las pastas pa la gripa.

 
Sin sueño desde las once de la noche y ese malestar mixto dándose gusto con migo. Fiebre gélida, un volcán a punto de hacer erupción en mi estómago. Es en esos momentos donde uno piensa de todo, reflexiona y hace cuentas, se desprovee de máscaras y pone cada cosa en su lugar. La conclusión, o al menos la que a mi me dejo esta última noche de perros, es que a cualquiera, en cualquier momento lo pasan o se pasa al papayo, al barrio de los acostaos, así porque sí, en un abrir y cerrar de ojos, sin compasión, por mucho que uno se cuide uno y más si no se cuida.

 
Vivimos en un entorno seudo civilizado, en un país violento, en una región manejada y disputada por varios poderes, nos acechan enfermedades raras, casi desconocidas incluso para la ciencia; eso más los nuevos bichos, escapados como de laboratorio de armas biológicas, en cualquier momento borran a más de media Colombia. Las personas cercanas entonces, debido a que somos incapaces de valernos por nuestra cuenta se convierten en nuestra única posibilidad ante la fuerza de una madre tan desnaturalizada como lo es natura, Naturalia… Lo único bueno de estar enfermo es que hace que las cosas pierdan importancia, mientras nos vamos colmando de una sensibilidad que ni la mejor de las drogas es capaz de proporcionarnos.

Columnista
14 junio, 2015

Noche de perros

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Supongo que por estos cambios climáticos tan bravos o por no sé por qué, pero me cayó una de esas virosis posmodernas y me mandó a la lona, desde donde ahora escribo. Todo empezó con una gripa que escaló a fiebre con escalofríos e inapetencia. Luego aparecieron las náuseas y ahí sí se complicó todo […]


Supongo que por estos cambios climáticos tan bravos o por no sé por qué, pero me cayó una de esas virosis posmodernas y me mandó a la lona, desde donde ahora escribo. Todo empezó con una gripa que escaló a fiebre con escalofríos e inapetencia. Luego aparecieron las náuseas y ahí sí se complicó todo porque hasta las pastillas para la gripa las vomitaba. Ahora, reconozco que yo puse de mi parte y no fue todo culpa de la espontaneidad natural, porque pasé del frío al calor demasiadas veces y luego me bañé con agua fría y salí al sereno y me cayeron goticas que se secaron sobre la ropa que tenía puesta. Antes de acostarme ya sentía las molestias, sin embargo no tomé nada para frenar el choque, la caída libre hacia el escalofrío, la anorexia y las ganas de vomitar.

 
Afortunadamente, a pesar de todas mis imprudencias no amanecí tan grave, pero a medio día una llamada me levantó y acompañé a unas amigas a hacer una diligencia, en un carro con aire acondicionado, repitiendo así la dosis de calor frío calor frío que tanta gripa me da. Y después otra vez a empastillarme y a dormir toda la tarde, sin aire acondicionado pero con ventilador “turbo silence” directo, lo que me terminó de completar. Dormí hasta las seis de la tarde, comí y dormí otra vez, hasta las once de la noche, hora que para mí marca la hora cero de mi convalecencia. Ese día, buscando recuperarme antes de tiempo me dediqué a comer como si no llevara un día completo sin comer nada: desayuno: jugo de guayaba cocido con leche. Merienda: un litro de jugo de pera, una barra de chocolate con maní y una compota. Almuerzo: soba de vegetales, pollo pernil broasted, papas a la francesa, ensalada de aguacate y té de manzana. Merienda: una pera. Cena: Compota de manzana. Y después me tomé un yogurt de arquipe, a las once de la noche, con lo que me pasé las pastas pa la gripa.

 
Sin sueño desde las once de la noche y ese malestar mixto dándose gusto con migo. Fiebre gélida, un volcán a punto de hacer erupción en mi estómago. Es en esos momentos donde uno piensa de todo, reflexiona y hace cuentas, se desprovee de máscaras y pone cada cosa en su lugar. La conclusión, o al menos la que a mi me dejo esta última noche de perros, es que a cualquiera, en cualquier momento lo pasan o se pasa al papayo, al barrio de los acostaos, así porque sí, en un abrir y cerrar de ojos, sin compasión, por mucho que uno se cuide uno y más si no se cuida.

 
Vivimos en un entorno seudo civilizado, en un país violento, en una región manejada y disputada por varios poderes, nos acechan enfermedades raras, casi desconocidas incluso para la ciencia; eso más los nuevos bichos, escapados como de laboratorio de armas biológicas, en cualquier momento borran a más de media Colombia. Las personas cercanas entonces, debido a que somos incapaces de valernos por nuestra cuenta se convierten en nuestra única posibilidad ante la fuerza de una madre tan desnaturalizada como lo es natura, Naturalia… Lo único bueno de estar enfermo es que hace que las cosas pierdan importancia, mientras nos vamos colmando de una sensibilidad que ni la mejor de las drogas es capaz de proporcionarnos.