Hay una hermosa pintura de Francisco Cano, denominada “Horizontes”, exhibida en el Museo de Antioquia, donde el artista dibujó al óleo a una pareja de campesinos sentados en una roca en las montañas del eje cafetero, el labrador, hacha en mano señala al lejano horizonte, como mostrándole el camino a su compañera quien lleva un […]
Hay una hermosa pintura de Francisco Cano, denominada “Horizontes”, exhibida en el Museo de Antioquia, donde el artista dibujó al óleo a una pareja de campesinos sentados en una roca en las montañas del eje cafetero, el labrador, hacha en mano señala al lejano horizonte, como mostrándole el camino a su compañera quien lleva un bebe en sus brazos. Esa bella obra de arte, me puso a pensar en aquellos verracos soñadores que a punta de pico, pala, hacha o machete se fueron abriendo paso en los montes y en la manigua de las dificultades para construir su espacio en la vida.
De personas con memorias prodigiosas y lúcidas y con una cualidad innata de narrar historias, haciendo gala del buen uso de la tradición oral, he podido escuchar brillantes relatos de personajes regionales, visionarios que llegaron a tener renombre por sus historias personales, quienes de la nada construyeron sus patrimonios.
Mi tío Jaime Ackerman Villazón, con una mente brillante y un buen uso del lenguaje, me ha narrado varias anécdotas sorprendentes, que sin duda servirían para hacer novelas y guiones cinematográficos, como la vida de su pariente Juan Herrera Villazón, quien era un experto cazador de caimanes, saurios que abundaban en esta región y los cuales azotaban los hatos lecheros, diezmando las ganaderías que eran circundadas por ríos y jagüeyes. Herrera se volvió cazador de estos temidos reptiles y era especialista metiéndose en sus cuevas y matarlos, generándoles un beneficio a los hacendados de aquella época, que recompensaban sus servicios.
Esta historia hasta allí, aun tendría rasgos de normalidad, pero si le agregamos que el señor Herrera deshollejaba los cocodrilos, consumía su carne (que es muy similar a la del bagre) y luego iba hasta Barranquilla a vender la piel a las curtiembres y con lo producido compraba alambres de púas para luego cercar terrenos baldíos, eso ya hace la historia mucho más interesante y nos muestra no solo el temple de un hombre de extracción humilde, que vio más allá, construyendo con esfuerzo honradamente un capital.
De otras personas escuché también la historia de los orígenes de la famosa fortuna de Pipe Mattos, quien en su juventud desempeñara humildes oficios como obrero de la Zona de Carreteras y también comprara cerdos gordos para fritarlos y comercializar su manteca en la Alta Guajira y de allí traer mercancía para comercializarla en otras regiones, compilando una riqueza y una ejemplar ganadería, de la cual el peculiar ‘Dañao’, personaje de nuestro Valle, oriundo de San Juan, decía que tenía treinta mil novillos de un solo color, o la historia de superación de Valentín Quintero Rengifo, ese brillante Nortesantandereano, quien llegara a nuestra ciudad solo con una navaja al cinto y luego vendiendo cebollas y plátanos fuera amasando un capital, para después crear célebres trilladoras de café entre otras prestigiosas empresas como el hotel Vajamar, generando ingresos para los vallenatos y muchos de sus paisanos, de allí el profundo respeto de Valledupar y sobre todo de la colonia santandereana hacia este patricio ilustre, paradigma de superación, trabajo y nobleza.
De don Manuel Germán Cuello y Luis Joaquín Mendoza Sierra escuché en numerosas ocasiones la historia de Joaquín Sierra, quien fuera el diseñador y constructor de todo el sistema de regadíos de la región, haciendo las más famosas acequias que riegan todos los cultivos del norte del Cesar, contribuyendo enormemente al desarrollo. Dios permita que de estas tierras sigan brotando hombres como estos, que prefieran empuñar un azadón o un libro, antes que un fusil.
Hay una hermosa pintura de Francisco Cano, denominada “Horizontes”, exhibida en el Museo de Antioquia, donde el artista dibujó al óleo a una pareja de campesinos sentados en una roca en las montañas del eje cafetero, el labrador, hacha en mano señala al lejano horizonte, como mostrándole el camino a su compañera quien lleva un […]
Hay una hermosa pintura de Francisco Cano, denominada “Horizontes”, exhibida en el Museo de Antioquia, donde el artista dibujó al óleo a una pareja de campesinos sentados en una roca en las montañas del eje cafetero, el labrador, hacha en mano señala al lejano horizonte, como mostrándole el camino a su compañera quien lleva un bebe en sus brazos. Esa bella obra de arte, me puso a pensar en aquellos verracos soñadores que a punta de pico, pala, hacha o machete se fueron abriendo paso en los montes y en la manigua de las dificultades para construir su espacio en la vida.
De personas con memorias prodigiosas y lúcidas y con una cualidad innata de narrar historias, haciendo gala del buen uso de la tradición oral, he podido escuchar brillantes relatos de personajes regionales, visionarios que llegaron a tener renombre por sus historias personales, quienes de la nada construyeron sus patrimonios.
Mi tío Jaime Ackerman Villazón, con una mente brillante y un buen uso del lenguaje, me ha narrado varias anécdotas sorprendentes, que sin duda servirían para hacer novelas y guiones cinematográficos, como la vida de su pariente Juan Herrera Villazón, quien era un experto cazador de caimanes, saurios que abundaban en esta región y los cuales azotaban los hatos lecheros, diezmando las ganaderías que eran circundadas por ríos y jagüeyes. Herrera se volvió cazador de estos temidos reptiles y era especialista metiéndose en sus cuevas y matarlos, generándoles un beneficio a los hacendados de aquella época, que recompensaban sus servicios.
Esta historia hasta allí, aun tendría rasgos de normalidad, pero si le agregamos que el señor Herrera deshollejaba los cocodrilos, consumía su carne (que es muy similar a la del bagre) y luego iba hasta Barranquilla a vender la piel a las curtiembres y con lo producido compraba alambres de púas para luego cercar terrenos baldíos, eso ya hace la historia mucho más interesante y nos muestra no solo el temple de un hombre de extracción humilde, que vio más allá, construyendo con esfuerzo honradamente un capital.
De otras personas escuché también la historia de los orígenes de la famosa fortuna de Pipe Mattos, quien en su juventud desempeñara humildes oficios como obrero de la Zona de Carreteras y también comprara cerdos gordos para fritarlos y comercializar su manteca en la Alta Guajira y de allí traer mercancía para comercializarla en otras regiones, compilando una riqueza y una ejemplar ganadería, de la cual el peculiar ‘Dañao’, personaje de nuestro Valle, oriundo de San Juan, decía que tenía treinta mil novillos de un solo color, o la historia de superación de Valentín Quintero Rengifo, ese brillante Nortesantandereano, quien llegara a nuestra ciudad solo con una navaja al cinto y luego vendiendo cebollas y plátanos fuera amasando un capital, para después crear célebres trilladoras de café entre otras prestigiosas empresas como el hotel Vajamar, generando ingresos para los vallenatos y muchos de sus paisanos, de allí el profundo respeto de Valledupar y sobre todo de la colonia santandereana hacia este patricio ilustre, paradigma de superación, trabajo y nobleza.
De don Manuel Germán Cuello y Luis Joaquín Mendoza Sierra escuché en numerosas ocasiones la historia de Joaquín Sierra, quien fuera el diseñador y constructor de todo el sistema de regadíos de la región, haciendo las más famosas acequias que riegan todos los cultivos del norte del Cesar, contribuyendo enormemente al desarrollo. Dios permita que de estas tierras sigan brotando hombres como estos, que prefieran empuñar un azadón o un libro, antes que un fusil.