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Columnista - 17 mayo, 2015

Nuestros muertos

En ese momento su mirada exigía una explicación, desde temprana edad conoció la capacidad del ser humano de hacer del mundo de los demás un infierno; el cuerpo tendido de su padre estaba cubierto por una sabana; podría ser el símbolo del gran manto de impunidad que arropará por siempre el crimen de un hombre […]

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En ese momento su mirada exigía una explicación, desde temprana edad conoció la capacidad del ser humano de hacer del mundo de los demás un infierno; el cuerpo tendido de su padre estaba cubierto por una sabana; podría ser el símbolo del gran manto de impunidad que arropará por siempre el crimen de un hombre acompañado solamente por sus indefensas niñas y una anciana en su mecedora, muda por el dolor de ignorar las causas de lo que ocurrió y desconocer el futuro que les espera.

La anterior es la descripción de una luctuosa fotografía utilizada como ilustración en el libro ¿Quiénes y Por qué asesinaron al periodista?, la imagen por sí sola transmite la tragedia de esa guerra inútil y al parecer eterna que vivimos. Esa guerra que arrastra a todos por igual a niños, niñas, hombres, mujeres, ricos, pobres, victimas e incluso victimarios.

El texto hace un seguimiento detallado de las causas del homicidio de Guzmán Quintero Torres, periodista de la región asesinado el 16 de Septiembre de 1999; allí se deja un registro sobre los artículos publicados meses antes del crimen del periodista relacionados con su permanente denuncia de los abusos del Ejército en esta parte del país, como el nacimiento de grupos paramilitares en la Sierra Nevada y el asalto de guerrilleros a los corregimientos de Valledupar, poniendo a la población en la mitad del conflicto, convirtiendo a muchos en los justos que pagarían los pecados de otros.

Conocer nuestra propia historia permite entender que esta barbarie creció por la sed de sangre y odio que contaminó toda la sociedad, desde el campesino marginado hasta el adinerado terrateniente; no escapamos a la cuota de responsabilidad que tenemos aunque nunca empuñemos un arma, porque muchos callamos y nos tranquilizamos al pensar que no era con nosotros y otros como tontos piden guerra mientras saborean un trago de whisky acomodándose como intelectuales de derecha o de izquierda, estos son los más cobardes.

Al terminar la palpitante lectura, fácil podemos concluir y a eso nos lleva el autor, que a Quintero Torres lo mataron por decir la verdad de lo que estaba ocurriendo en el Cesar en la segunda mitad de los años 90; compromiso con la verdad que se hizo más fuerte por el homicidio de su colega Amparo Jiménez Pallares, sus noticias eran el preludio de la época más tenebrosa que viviría el departamento.

Es tiempo de compromisos serio en La Habana, para no repetir historias como las de Guzmán Quintero Torres y la de tantos colombianos, como los 11 soldados masacrados en el Cauca; pero por ser miembros del ejército todos entonan himnos de guerra, olvidando a muchos campesinos vilmente liquidados, que al morir en la lejanía de las veredas, solitarios, a nadie les importa. Así le ocurrió hace casi 10 años a Rafael Añez Martínez en las montañas manaureras; su ingenuo espíritu solidario lo motivó a contar lo que vio noches antes, movimientos extraños que posiblemente estarían relacionados con falsos positivos, esa empresa de exterminio de los más pobres para hacerlos pasar por guerrilleros.

Es por ello que el proceso de paz debe de una vez por todas progresar hacia resultados concretos que indique que efectivamente los subversivos están cada vez más distantes de su campaña armada, pero también el Estado debe combatir a esa extrema derecha que utiliza los mismos métodos y el ejército por su parte resistir las presiones gubernamentales que los tentó a mostrar a campesinos inermes como terroristas.

Por Carlos Añez Maestre

Columnista
17 mayo, 2015

Nuestros muertos

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En ese momento su mirada exigía una explicación, desde temprana edad conoció la capacidad del ser humano de hacer del mundo de los demás un infierno; el cuerpo tendido de su padre estaba cubierto por una sabana; podría ser el símbolo del gran manto de impunidad que arropará por siempre el crimen de un hombre […]


En ese momento su mirada exigía una explicación, desde temprana edad conoció la capacidad del ser humano de hacer del mundo de los demás un infierno; el cuerpo tendido de su padre estaba cubierto por una sabana; podría ser el símbolo del gran manto de impunidad que arropará por siempre el crimen de un hombre acompañado solamente por sus indefensas niñas y una anciana en su mecedora, muda por el dolor de ignorar las causas de lo que ocurrió y desconocer el futuro que les espera.

La anterior es la descripción de una luctuosa fotografía utilizada como ilustración en el libro ¿Quiénes y Por qué asesinaron al periodista?, la imagen por sí sola transmite la tragedia de esa guerra inútil y al parecer eterna que vivimos. Esa guerra que arrastra a todos por igual a niños, niñas, hombres, mujeres, ricos, pobres, victimas e incluso victimarios.

El texto hace un seguimiento detallado de las causas del homicidio de Guzmán Quintero Torres, periodista de la región asesinado el 16 de Septiembre de 1999; allí se deja un registro sobre los artículos publicados meses antes del crimen del periodista relacionados con su permanente denuncia de los abusos del Ejército en esta parte del país, como el nacimiento de grupos paramilitares en la Sierra Nevada y el asalto de guerrilleros a los corregimientos de Valledupar, poniendo a la población en la mitad del conflicto, convirtiendo a muchos en los justos que pagarían los pecados de otros.

Conocer nuestra propia historia permite entender que esta barbarie creció por la sed de sangre y odio que contaminó toda la sociedad, desde el campesino marginado hasta el adinerado terrateniente; no escapamos a la cuota de responsabilidad que tenemos aunque nunca empuñemos un arma, porque muchos callamos y nos tranquilizamos al pensar que no era con nosotros y otros como tontos piden guerra mientras saborean un trago de whisky acomodándose como intelectuales de derecha o de izquierda, estos son los más cobardes.

Al terminar la palpitante lectura, fácil podemos concluir y a eso nos lleva el autor, que a Quintero Torres lo mataron por decir la verdad de lo que estaba ocurriendo en el Cesar en la segunda mitad de los años 90; compromiso con la verdad que se hizo más fuerte por el homicidio de su colega Amparo Jiménez Pallares, sus noticias eran el preludio de la época más tenebrosa que viviría el departamento.

Es tiempo de compromisos serio en La Habana, para no repetir historias como las de Guzmán Quintero Torres y la de tantos colombianos, como los 11 soldados masacrados en el Cauca; pero por ser miembros del ejército todos entonan himnos de guerra, olvidando a muchos campesinos vilmente liquidados, que al morir en la lejanía de las veredas, solitarios, a nadie les importa. Así le ocurrió hace casi 10 años a Rafael Añez Martínez en las montañas manaureras; su ingenuo espíritu solidario lo motivó a contar lo que vio noches antes, movimientos extraños que posiblemente estarían relacionados con falsos positivos, esa empresa de exterminio de los más pobres para hacerlos pasar por guerrilleros.

Es por ello que el proceso de paz debe de una vez por todas progresar hacia resultados concretos que indique que efectivamente los subversivos están cada vez más distantes de su campaña armada, pero también el Estado debe combatir a esa extrema derecha que utiliza los mismos métodos y el ejército por su parte resistir las presiones gubernamentales que los tentó a mostrar a campesinos inermes como terroristas.

Por Carlos Añez Maestre