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Columnista - 10 abril, 2015

Carlos Gaviria, un jurista en tiempos de oscuridad

La vida de Sócrates de comienzo a fin estuvo signada por la enseñanza a partir del ejemplo. No importó que consecuencia adversa se pudiera soportar por la consagración de esa manera de enseñar. Ser educador en la sociedad de hoy no puede escapar del modelo socrático, en el que se enseña para la excelencia humana. […]

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La vida de Sócrates de comienzo a fin estuvo signada por la enseñanza a partir del ejemplo. No importó que consecuencia adversa se pudiera soportar por la consagración de esa manera de enseñar.
Ser educador en la sociedad de hoy no puede escapar del modelo socrático, en el que se enseña para la excelencia humana. La paidea (excelencia del espíritu humano) es la meta de la educación. Esto lo comprendió con claridad Carlos Gaviria Díaz y lo practicó con sumo rigor.

Carlos Gaviria Díaz ofreció su vida a la enseñanza de un espíritu libre, solidario y respetuoso. En la cátedra no hizo cosa distinta que enseñar durante más de treinta años de que la ciencia, entre ellas, la jurídica debería estar al servicio de los derechos y las libertades. La Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia fue testigo de su consagración docente.

Su forma de enseñar no sólo tuvo como escenario el aula de clases. La lucha por los derechos humanos en los momentos nefastos del reino del terror, la violencia y la muerte de la bella Antioquia, encontró en Carlos Gaviria Díaz un abanderado al lado de héroes, a los que acompañó, sin claudicar, como Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancourt, Luis Fernando Vélez, Jesús María Valle y Luis Felipe Vélez.

Es conmovedor el discurso de Carlos Gaviria Díaz en el sepelio de Héctor Abad Gómez. Su voz retumba en la conciencia humanística colombiana. Su rechazo al asesinato como negación de la política, la defensa de la inteligencia y su repudio a la violencia ilegitima fueron normas en su conducta. Ese discurso valiente, oportuno y de inmenso valor ético expuesto a riesgo de su propia vida es una pieza de oratoria digna de enseñarse.
Su infatigable lucha por los derechos y las libertades, y la intolerancia como respuesta de gobiernos aliados con los paramilitares condujo a su exilio en Argentina.

La filantropía fue el motor que guió su vida, la entendió como amor al género humano y la lucha denodada por lo humano desde lo humano. Prefirió el exilio a la renuncia a la filantropía y a su condición de liberal y hombre tolerante. La paz de la Nación fue otra de sus preocupaciones.
Uno de los aciertos de la política judicial colombiana fue la designación de Carlos Gaviria Díaz como magistrado de la Corte Constitucional. La reconstrucción de la ética y el derecho fue una tarea diaria en su magistratura.

Nunca se alió a las fuerzas que veían en la violencia el instrumento para dar solución al degradado conflicto armado que ha destruido la Nación, por el contrario, siempre fue un adalid de la búsqueda de su final mediante negociaciones políticas. No perdió la perspectiva de que este conflicto tiene profundas raíces en la política y por eso vislumbró que la solución debería hacerse en ese sentido.

A la política como arte del buen gobierno, a la política militante dedicó su máximo esfuerzo en la fase final de su vida. La forma limpia, transparente y decente como la ejerció constituye un modelo de cómo debe hacerse política en una sociedad plural y democrática. Luchó contra la corrupción al proponer límites a la arbitrariedad y prefirió la derrota antes que renunciar a la decencia en la política.

Me asistió el honor de convivir tres días, en Alcalá de Henares, con Carlos Gaviria Díaz en la primera década de este siglo. Fuimos conferencistas en un evento académico en la Universidad de Alcalá de Henares. Tres días en los que me asistió la fortuna de compartir muy de cerca con su sabiduría, buenos modales y prudencia. El modelo de su vida servirá para la creación de una sociedad en paz. Él es memoria de una sociedad justa y en paz.

Columnista
10 abril, 2015

Carlos Gaviria, un jurista en tiempos de oscuridad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo Verano De La Rosa

La vida de Sócrates de comienzo a fin estuvo signada por la enseñanza a partir del ejemplo. No importó que consecuencia adversa se pudiera soportar por la consagración de esa manera de enseñar. Ser educador en la sociedad de hoy no puede escapar del modelo socrático, en el que se enseña para la excelencia humana. […]


La vida de Sócrates de comienzo a fin estuvo signada por la enseñanza a partir del ejemplo. No importó que consecuencia adversa se pudiera soportar por la consagración de esa manera de enseñar.
Ser educador en la sociedad de hoy no puede escapar del modelo socrático, en el que se enseña para la excelencia humana. La paidea (excelencia del espíritu humano) es la meta de la educación. Esto lo comprendió con claridad Carlos Gaviria Díaz y lo practicó con sumo rigor.

Carlos Gaviria Díaz ofreció su vida a la enseñanza de un espíritu libre, solidario y respetuoso. En la cátedra no hizo cosa distinta que enseñar durante más de treinta años de que la ciencia, entre ellas, la jurídica debería estar al servicio de los derechos y las libertades. La Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia fue testigo de su consagración docente.

Su forma de enseñar no sólo tuvo como escenario el aula de clases. La lucha por los derechos humanos en los momentos nefastos del reino del terror, la violencia y la muerte de la bella Antioquia, encontró en Carlos Gaviria Díaz un abanderado al lado de héroes, a los que acompañó, sin claudicar, como Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancourt, Luis Fernando Vélez, Jesús María Valle y Luis Felipe Vélez.

Es conmovedor el discurso de Carlos Gaviria Díaz en el sepelio de Héctor Abad Gómez. Su voz retumba en la conciencia humanística colombiana. Su rechazo al asesinato como negación de la política, la defensa de la inteligencia y su repudio a la violencia ilegitima fueron normas en su conducta. Ese discurso valiente, oportuno y de inmenso valor ético expuesto a riesgo de su propia vida es una pieza de oratoria digna de enseñarse.
Su infatigable lucha por los derechos y las libertades, y la intolerancia como respuesta de gobiernos aliados con los paramilitares condujo a su exilio en Argentina.

La filantropía fue el motor que guió su vida, la entendió como amor al género humano y la lucha denodada por lo humano desde lo humano. Prefirió el exilio a la renuncia a la filantropía y a su condición de liberal y hombre tolerante. La paz de la Nación fue otra de sus preocupaciones.
Uno de los aciertos de la política judicial colombiana fue la designación de Carlos Gaviria Díaz como magistrado de la Corte Constitucional. La reconstrucción de la ética y el derecho fue una tarea diaria en su magistratura.

Nunca se alió a las fuerzas que veían en la violencia el instrumento para dar solución al degradado conflicto armado que ha destruido la Nación, por el contrario, siempre fue un adalid de la búsqueda de su final mediante negociaciones políticas. No perdió la perspectiva de que este conflicto tiene profundas raíces en la política y por eso vislumbró que la solución debería hacerse en ese sentido.

A la política como arte del buen gobierno, a la política militante dedicó su máximo esfuerzo en la fase final de su vida. La forma limpia, transparente y decente como la ejerció constituye un modelo de cómo debe hacerse política en una sociedad plural y democrática. Luchó contra la corrupción al proponer límites a la arbitrariedad y prefirió la derrota antes que renunciar a la decencia en la política.

Me asistió el honor de convivir tres días, en Alcalá de Henares, con Carlos Gaviria Díaz en la primera década de este siglo. Fuimos conferencistas en un evento académico en la Universidad de Alcalá de Henares. Tres días en los que me asistió la fortuna de compartir muy de cerca con su sabiduría, buenos modales y prudencia. El modelo de su vida servirá para la creación de una sociedad en paz. Él es memoria de una sociedad justa y en paz.