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Farándula - 23 marzo, 2015

Las verdades del Cacique Diomedes Díaz

La vida de ‘El Cacique de La Junta’ siempre será de interés para los amantes de la música vallenata. Por eso hoy publicamos esta entrevista que hizo en agosto de 2012 el periodista Daniel Vivas Barandica, y publicada en la edición número 11 de la Revista Bocas del diario El Tiempo.

La vida de ‘El Cacique de La Junta’ siempre será de interés para los amantes de la música vallenata. EL PILÓN/INTERNET
La vida de ‘El Cacique de La Junta’ siempre será de interés para los amantes de la música vallenata. EL PILÓN/INTERNET
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El 9 de marzo llegué a las ocho de la noche al penthouse de Diomedes Díaz Maestre, ubicado en el norte de Bogotá. Tenía planeado acompañarlo a un concierto en el centro de eventos Aguapanela’s Internacional. Me saludó de manera efusiva y me recalcó que esa noche no era el momento de preguntas, que la entrevista la haríamos otro día, pero que me sintiera como en mi casa. Lo miré por unos segundos. Llevaba un pantalón negro, una camisa del mismo color y una bufanda gris alrededor del cuello.

Su pelo negro estaba recogido en una gran trenza que le llegaba más allá de los hombros. El color de su piel es más oscuro de como se ve en las fotos, pesa más de 90 kilos y su cara está ligeramente deformada, el párpado de su ojo derecho se oculta sobre capas de piel estiradas quirúrgicamente con la intención de evitar el paso de los años. Sus movimientos eran pausados, calculados: secuelas del Guillain-Barré, un síndrome que atacó al cantante en la cárcel y que lo paralizó parcialmente.

Me senté en la sala con él y con su esposa Luz Consuelo Martínez, sus hijos Rafael Santos (también cantante de vallenato) y Luis Ángel, y sus respectivas esposas. De inmediato me ofrecieron copitas de Old Parr. Sobre las mesas reposaban portarretratos con fotos de otros hijos de Diomedes; no por nada le atribuyen más de treinta hijos y tres matrimonios y una vida de excesos que, en algún momento, rozó el rótulo de delincuente cuando fue sindicado del asesinato de su amiga Doris Adriana Niño –encontrada muerta tras haber estado en una de sus “parrandas”–, por ese crimen estuvo prófugo de la justicia y finalmente pagó más de tres años y medio de cárcel.

Brindamos varias veces con las copitas de Old Parr y una hora después salimos en una caravana de tres camionetas al concierto. Al entrar caminando por la parte de atrás del sitio, un grupo de sus más fervientes seguidores trató de abrazarlo, de tocarlo, besarlo, mientras le gritaban con entusiasmo “Cacique” –sobrenombre que un día le puso el difunto líder del Binomio de Oro, Rafael Orozco–. Pero los de seguridad lo escoltaron en una especie de calle de honor. “Al otro día –me dijo como excusa– me levanto lleno de morados. Me pellizcan muy duro”.

En la tarima me ubiqué atrás de los músicos, junto a su esposa, amigos y sus dos hijos. Durante casi una hora estuve a escasos centímetros del cantante, y mientras las luces iluminaban los alegres rostros de casi mil personas, Diomedes paró unos segundos para descansar y tomar whisky, me apretó varias veces la mano, luego yo le pasé unas copitas con trago.

El concierto finalizó y no hubo una gran fiesta. Pasada la media noche volvimos al penthouse. Sus hijos y amigos siguieron repartiendo copitas con Old Parr, pero Diomedes no quiso más. Una hora después se despidió de todos argumentando que ya había sido suficiente. Lo vi perderse por las gradas hacia su cuarto. “Hablamos luego”. Tres meses después volví a su apartamento, Diomedes había hecho una pausa de varios días en su agenda para realizar la entrevista. Nos sentamos en un sillón del hall del segundo piso donde reposan varios de sus premios, entre ellos un Grammy Latino y una impactante colección de discos de oro y platino.

A sus 55 años -de los que 35 ha estado dedicado a la música- Diomedes Díaz se jacta de ser uno de los pocos músicos colombianos que sigue vendiendo discos a pesar de la piratería.

¿Cómo ocurrió el accidente en el que perdió el ojo derecho?
[Diomedes sonríe y se acerca a la grabadora…] Bueno, primero que todo, un abrazo muy especial a todos los lectores de la revista Bocas, de la cual yo soy fanático… Nací con un ojo más apagadito que el otro, pero en las bellacadas de la infancia, en Villanueva, estaba en la copa de un árbol, y uno de los muchachos, por bajarse un mango con su cauchera, tiró una piedra y me dio en el ojo. Pero las muchachas siempre me han dicho que me queda bonito [risas]. Esto nunca fue un impedimento en mi vida, gracias a Dios veo bien por el otro, pa lo que hay que ver… ¡con un ojo basta!

¿Cómo era su casa en esa época?
Yo nací el 26 de mayo de 1957 en Carrizal, a 10 minutos de La Junta, muy cerca del cerro del Higuerón en La Guajira. En la casa éramos muchos y la comida no alcanzaba para todos. Pero mi niñez fue bonita. Me la pasaba en el campo cantando. Cuando me mandaban a hacer algún mandado, me iba pal pueblo jugando con mi trompo, o me llevaba mi cauchera y molestaba a los pájaros. Si me mandaban en la burra, me iba “molestándola” [risas]. Soy un campesino neto. Me la pasé entre La Junta, San Juan, El Molino, Urumita y Villanueva. Hice mis estudios en Valledupar. No terminé bachillerato porque me di cuenta de que lo mío era la música; lo mío era el canto.

¿En qué cosas trabajó antes de dedicarse a la música?
Yo hice de todo. Poco, poco, de lo malo. Mucho, mucho, de lo bueno. De lo bueno resultó lo que aún ando haciendo, y lo malo no se puede decir [risas]. Siempre quise ser cantante, me acuerdo que cuando había una parranda en el pueblo, era el primero que estaba allí, como dice la canción “me quedaba ahí”.

¿Cómo llegó al puesto de mensajero en Radio Guatapurí, en Valledupar?
Cuando estaba en tercero de bachillerato ya era todo un doctorcito y conocí a los músicos vallenatos Luciano Poveda y Jorge Quiroz. Ellos me grabaron dos canciones. Yo estudiaba de día en el INSTPECAM, pero me salí y gracias a un amigo entré a trabajar como mensajero en esa emisora. No sabía ni manejar la cicla, pero quería que pusieran mis canciones. Me hice amigo de los muchachos y me ayudaron a pegar “los disquitos”. Terminé estudiando de noche en el colegio Loperena, porque como te dije, tenía mi cupo allá, ¡quedé de tercero entre cinco mil muchachos! Allí llegué a quinto de bachillerato. Yo –casi un doctor– no necesitaba terminar [risas]. Me di cuenta de que lo mío no era el estudio, porque los profesores me regañaban. Yo ya estaba crecidito, andaba enamorado, tenía novia y… ¡miércoles!, ¡Díaz al tablero! Y allí dije no más de esto, me voy de aquí: el álgebra me enredó.

¿De dónde salió su sobrenombre: “El cacique de La Junta”?
Por Rafael Orozco –Dios lo tenga en la gloria–. [El cantante del Binomio de Oro, asesinado en 1992]. Cuando yo estudiaba en el INSTPECAM, él estaba en el Loperena, y nos conocimos en un intercambio cultural que realizaban los dos colegios. Yo era uno de los primeros en las clasificaciones de talentos y me mandaron a cantar al Loperena. Allá “Rafa” –gran amigo, gran maestro– me escuchó, le gustó lo que yo hacía y tiempo después grabó mi canción Cariñito de mi vida. En ese tema él hizo una especie de saludo y le dio por decir “El cacique de La Junta, Diomedes Díaz”. En ese momento yo no tenía una carrera, pero así me quedé. Con “Rafa” tuve quizás mis conciertos más memorables en Nueva York, ¡Había más de cien mil personas cantando nuestras canciones!

Su primer disco lo grabó con el acordeonero Náfer Durán, ¿cómo se conocieron?
Por Emilio Oviedo, un descubridor de talentos, que en esa época era el director artístico de Codiscos. A él le gustaba como yo cantaba. Cuando Náfer fue coronado rey vallenato, Codiscos lo invitó a grabar un long play. Emilio se acordó de mí y me llamó para que vocalizara ese disco. Me llevaron a Medellín y al otro día comenzamos a grabar. Me dieron una botellita de aguardiente, y a las nueve de la mañana empezamos. Ese primer trabajo se llamó Herencia vallenata. Me pagaron el pasaje, cuatrocientos pesos, y a las tres de la tarde ya estaba el disco sobre la mesa con carátula y todo. Yo terminé en la clínica intoxicado porque me tomé todas las botellas de aguardiente que me pasaban. Ese disco pegó cuando empecé a cantar mi éxito El chanchullito. Desde ese encuentro, Náfer y yo no nos volvimos a ver –hace más de 35 años–, no sé si estará muerto o vivo, pero desde acá [vuelve y se pega a la grabadora] un saludo.

Después grabó el disco Tres canciones, junto al acordeonero Elberto López, más conocido como “El Debe”…
Gabriel Muñoz –director de artistas y repertorios de CBS (actual Sony Music)– tuvo la oportunidad de escucharme en Valledupar. Luego me llevaron a Bogotá, me presentaron al gerente, al presidente, y vino gente desde Miami y Nueva York solo para escucharme. El disco se convirtió en un éxito y me la pasaba viajando desde Valledupar hasta la capital.

Precisamente en ese disco lanzó La ventanita marroncita, una canción que habla sobre la relación que tuvo con su primera esposa Patricia Acosta.
Ella fue uno de mis amores del pueblo, de muchacho. Con La ventanita marroncita mandé al mundo mi primer mensaje de cariño, ¡estaba muy enamorado! A través de la “ventanita” de la casa de Patricia me le declaré. Le cantaba serenatas. Patricia, al principio, fue un amor imposible. Yo no le gustaba a su familia. Si quieres pásate por La Junta, y encontrarás la famosa ventanita. Los grandes seguidores siguen yendo a conocerla…

Se dice que tiene más de treinta hijos. ¿Cuántos son realmente?
No, no, la gente ha hecho muy numerosa esa cifra, pero ¡qué va! Yo sé cuáles son mis hijos. La mayoría ya son profesionales, los últimos, fruto de mi tercer matrimonio con Luz Consuelo Martínez, son Freddy José, “El Cadete”, de quince años; Carmen Consuelo, de dos años y medio, y Katiuska, de casi nueve meses. Esos son mis “pichoncitos”. Ahora ya soy abuelo. Tengo cuatro nietos, pero no creas que tengo un colegio de muchachos. Por darte una cifra, pongámosle unos veinte hijos, como pa complacerlos [risas].

Tiene varias canciones en las que se menciona el tema de la paternidad, A mi papá, Mi primera cana, Mi muchacho, por mencionar algunas. ¿Considera que fue buen padre? En su historial reposan varias demandas de paternidad que le han impedido por momentos salir del país…
Las demandas no las puedo negar, pero las han instaurado mujeres celosas, porque a mis hijos siempre los he querido y los he tratado muy bien, los llevo en el corazón, no es que haya querido dejar a unos solos, sino que si uno se entrega totalmente a este arte, puede volverse descuidado. A todos les pido excusas y si necesitan algo no es sino que se presenten. Con Consuelo, como te dije, ya respondo por tres. De lo que sí estoy seguro es que todos mis muchachos están bien hechos. Todos son simpáticos.

¿Es verdad que cuando usted era joven, las mujeres le tiraban ropa interior durante los conciertos?
Óyeme, una pregunta, ¿por qué dices “cuando yo era joven”? Debes decir “cuando estaba más joven”. Obvio que era verdad, y todavía lo hacen. Eso es algo bonito, como adorno de la fiesta, por idolatrar al artista, por recocha. Lo que más les agradezco a las mujeres, la mayor satisfacción que me han dado es que por ellas soy padre. Gracias a las mujeres…, las quiero mucho… ¡Con mucho gusto! [Risas].

Esa frase característica que utiliza a menudo “con mucho gusto”, ¿por qué la empezó a usar?
Son fraseologías del pueblo, de cuando uno se siente contento, está celebrando, invitando, quiere complacer a la gente…, con el tiempo la volví parte de mi sello.

Con Juan Humberto Rois grabó La locura, un disco considerado una de sus mejores obras musicales…
Cuando me junté con “Juancho” Rois tenía más experiencia en el ámbito musical, Juancho era un baluarte de la música. Para mí él no ha muerto, por eso no fui a su entierro. Después de veinte años no concibo que se haya ido, y cuando pienso en su muerte me entra un poquito de resentimiento, de nostalgia. No hay nada más importante que la prudencia, y mi compadre murió saliéndose de esa línea, él no tenía nada que buscar por allá en esos montes. Ese no era su día. Desde acá [se acerca a la grabadora] mis oraciones para Juancho. [Juan Humberto Rois, acordeonero, falleció en 1994 en un accidente aéreo cuando se dirigía a una presentación en la población de El Tigre, Venezuela].

¿El mejor acordeonero?
Esa está difícil. Todos han sido buenos: Náfer, López, “Colacho”, pero ellos ya tenían su escuela. Quien hizo escuela conmigo fue “Juancho” Rois. Yo diría que todos son buenos, pero con Juancho está este detalle especial: se forjó conmigo.

¿De qué se siente orgulloso y de qué se arrepiente?
Me siento orgulloso de que la gente acepte mis mensajes, que a pesar de todos los años sigan apoyándome. Diomedes es del pueblo. De arrepentirme, no creo, no he tenido ese pequeño problema, no he tenido que retractarme sobre cosas mal hechas. No tengo ningún peso en la conciencia. Dios sabe que no.

Pero fue acusado del asesinato de su amiga Doris Adriana Niño. La encontraron muerta después de haber estado en una fiesta con usted…
A veces hay gente que se encapricha en pendejadas que se las echan a uno. Y se ensanchan en uno. Y en ocho años logré demostrar que yo no tuve que ver en ese hecho. Logré decir la verdad. Algunos dirán “ah, pero estuviste tras las rejas”, les respondo que tras las rejas logré comprobar que yo tenía la razón y las cosas no eran como ellos decían. Estuve tras las rejas sin ser delincuente. Yo ahora puedo decir que sé de todo. Me pueden llevar a la peor cárcel. Yo sé cómo comportarme, pero estar encerrado es algo muy verraco. El arma para pagar una condena es tu conciencia. Yo duré casi diez años indagando por qué me metieron preso sin haber hecho nada.

Pero usted estuvo prófugo de la justicia. Se dijo que estaba escondido en una de sus fincas y que durante un tiempo lo cuidaron los paramilitares, luego la guerrilla…
Uno tiene la oportunidad de codearse con toda clase de gente. Se acerca a todas las ideologías políticas. La gente es libre de pensar, aunque eso no quiere decir que porque mis fincas estén en La Guajira y en el Cesar, yo pertenezca a un grupo de señores de “A”, o señores de “B”…, yo soy un artista, y allá hay de todo. Yo tengo que saludar a los de “A”, tengo que saludar a los de “B”, y tengo que respetar a estos señores porque hacen parte de organizaciones políticas con ideologías. No puedo negar mi contacto con ellos, pero aclaro que mis ideas no son esas, me ha tocado discutirlas, pero desde acá [le habla a la grabadora] mis respetos hacia ellos.

¿Es verdad que en Valledupar, cuando salía una producción suya, el alcalde declaraba día cívico y al llegar, usted repartía dinero y era tratado como un dios?
Sí, siempre ha sido la costumbre. Es la ciudad donde están mis mayores sentimientos. Yo tengo fama de que tiraba fajos de billetes, pero te explico. Alrededor mío circula un millón de personas a diario. Se me acercan con un problema y les ayudo con dinero, pero no lo hago por estrategia artística como dicen algunos medios. Es una simple dádiva, una propina, una colaboración. Muchas personas no están aseguradas, no tienen plan de salud y me llegan con la fórmula para el niño que está enfermito, le tienen que comprar alguna droga que cuesta treinta mil, cincuenta mil pesos. Teniendo ese dinero en el bolsillo, yo se los doy. Aunque tampoco es que yo sea San Martín de Porres, pero a todo el que pueda ayudar, lo ayudo.

Usted le ha dado duro al trago y a las drogas…
Yo siempre me he tomado mis tragos, hasta ahora y los que faltan. Dentro de esta vida artística no te puedo negar que las drogas son algo normal. Yo he probado de todo, he tenido fiestas que pa qué te cuento, pero gracias a Dios no me quedé en eso. Además, siempre que uno se fume algo, consuma algo, habrá gente que armará un escándalo, pero eso es natural, eso lo hizo Dios, solo hay que saber sobrellevarlo.

¿Qué hay sobre “el secreto del pañuelo” que usted cargaba en el escenario? ¿Sí tenía cocaína?
No, no, eso es mentira, ¡jamás!

¿Sigue pensando que aquella frase suya es real: “Como Diomedes no hay ninguno y si nace no se cría y si se cría se vuelve loco”?
[Risas] No, no, no… Eso es más un chiste, algo de folclor. Yo mantengo la esperanza de que surjan muchos muchachos que representen el vallenato colombiano como Silvestre, “Jorgito”, Peter, Rafael Santos, Martín Elías… Muchachos que continúen el legado que vengo representando. Yo a ellos los quiero mucho, pero que no se les olvide que soy su profesor. [Risas].

¿Se siente en paz con Dios?
Con los años me he vuelto más creyente, soy católico, pero respeto las otras religiones, entiendo las diferentes creencias, no excluyo los credos, yo estoy con toda mi gente, donde está Dios, está Diomedes Díaz. Estoy convencido de que hay un ser supremo que guía nuestras vidas. Por eso, a mis seguidores y lectores de esta revista, solo les digo que jamás dejen la fe, llévenla en su corazón, confíen en ustedes mismos y serán hombres de progreso… ¡He dicho!

Por Daniel Vivas Barandica

Farándula
23 marzo, 2015

Las verdades del Cacique Diomedes Díaz

La vida de ‘El Cacique de La Junta’ siempre será de interés para los amantes de la música vallenata. Por eso hoy publicamos esta entrevista que hizo en agosto de 2012 el periodista Daniel Vivas Barandica, y publicada en la edición número 11 de la Revista Bocas del diario El Tiempo.


La vida de ‘El Cacique de La Junta’ siempre será de interés para los amantes de la música vallenata. EL PILÓN/INTERNET
La vida de ‘El Cacique de La Junta’ siempre será de interés para los amantes de la música vallenata. EL PILÓN/INTERNET
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El 9 de marzo llegué a las ocho de la noche al penthouse de Diomedes Díaz Maestre, ubicado en el norte de Bogotá. Tenía planeado acompañarlo a un concierto en el centro de eventos Aguapanela’s Internacional. Me saludó de manera efusiva y me recalcó que esa noche no era el momento de preguntas, que la entrevista la haríamos otro día, pero que me sintiera como en mi casa. Lo miré por unos segundos. Llevaba un pantalón negro, una camisa del mismo color y una bufanda gris alrededor del cuello.

Su pelo negro estaba recogido en una gran trenza que le llegaba más allá de los hombros. El color de su piel es más oscuro de como se ve en las fotos, pesa más de 90 kilos y su cara está ligeramente deformada, el párpado de su ojo derecho se oculta sobre capas de piel estiradas quirúrgicamente con la intención de evitar el paso de los años. Sus movimientos eran pausados, calculados: secuelas del Guillain-Barré, un síndrome que atacó al cantante en la cárcel y que lo paralizó parcialmente.

Me senté en la sala con él y con su esposa Luz Consuelo Martínez, sus hijos Rafael Santos (también cantante de vallenato) y Luis Ángel, y sus respectivas esposas. De inmediato me ofrecieron copitas de Old Parr. Sobre las mesas reposaban portarretratos con fotos de otros hijos de Diomedes; no por nada le atribuyen más de treinta hijos y tres matrimonios y una vida de excesos que, en algún momento, rozó el rótulo de delincuente cuando fue sindicado del asesinato de su amiga Doris Adriana Niño –encontrada muerta tras haber estado en una de sus “parrandas”–, por ese crimen estuvo prófugo de la justicia y finalmente pagó más de tres años y medio de cárcel.

Brindamos varias veces con las copitas de Old Parr y una hora después salimos en una caravana de tres camionetas al concierto. Al entrar caminando por la parte de atrás del sitio, un grupo de sus más fervientes seguidores trató de abrazarlo, de tocarlo, besarlo, mientras le gritaban con entusiasmo “Cacique” –sobrenombre que un día le puso el difunto líder del Binomio de Oro, Rafael Orozco–. Pero los de seguridad lo escoltaron en una especie de calle de honor. “Al otro día –me dijo como excusa– me levanto lleno de morados. Me pellizcan muy duro”.

En la tarima me ubiqué atrás de los músicos, junto a su esposa, amigos y sus dos hijos. Durante casi una hora estuve a escasos centímetros del cantante, y mientras las luces iluminaban los alegres rostros de casi mil personas, Diomedes paró unos segundos para descansar y tomar whisky, me apretó varias veces la mano, luego yo le pasé unas copitas con trago.

El concierto finalizó y no hubo una gran fiesta. Pasada la media noche volvimos al penthouse. Sus hijos y amigos siguieron repartiendo copitas con Old Parr, pero Diomedes no quiso más. Una hora después se despidió de todos argumentando que ya había sido suficiente. Lo vi perderse por las gradas hacia su cuarto. “Hablamos luego”. Tres meses después volví a su apartamento, Diomedes había hecho una pausa de varios días en su agenda para realizar la entrevista. Nos sentamos en un sillón del hall del segundo piso donde reposan varios de sus premios, entre ellos un Grammy Latino y una impactante colección de discos de oro y platino.

A sus 55 años -de los que 35 ha estado dedicado a la música- Diomedes Díaz se jacta de ser uno de los pocos músicos colombianos que sigue vendiendo discos a pesar de la piratería.

¿Cómo ocurrió el accidente en el que perdió el ojo derecho?
[Diomedes sonríe y se acerca a la grabadora…] Bueno, primero que todo, un abrazo muy especial a todos los lectores de la revista Bocas, de la cual yo soy fanático… Nací con un ojo más apagadito que el otro, pero en las bellacadas de la infancia, en Villanueva, estaba en la copa de un árbol, y uno de los muchachos, por bajarse un mango con su cauchera, tiró una piedra y me dio en el ojo. Pero las muchachas siempre me han dicho que me queda bonito [risas]. Esto nunca fue un impedimento en mi vida, gracias a Dios veo bien por el otro, pa lo que hay que ver… ¡con un ojo basta!

¿Cómo era su casa en esa época?
Yo nací el 26 de mayo de 1957 en Carrizal, a 10 minutos de La Junta, muy cerca del cerro del Higuerón en La Guajira. En la casa éramos muchos y la comida no alcanzaba para todos. Pero mi niñez fue bonita. Me la pasaba en el campo cantando. Cuando me mandaban a hacer algún mandado, me iba pal pueblo jugando con mi trompo, o me llevaba mi cauchera y molestaba a los pájaros. Si me mandaban en la burra, me iba “molestándola” [risas]. Soy un campesino neto. Me la pasé entre La Junta, San Juan, El Molino, Urumita y Villanueva. Hice mis estudios en Valledupar. No terminé bachillerato porque me di cuenta de que lo mío era la música; lo mío era el canto.

¿En qué cosas trabajó antes de dedicarse a la música?
Yo hice de todo. Poco, poco, de lo malo. Mucho, mucho, de lo bueno. De lo bueno resultó lo que aún ando haciendo, y lo malo no se puede decir [risas]. Siempre quise ser cantante, me acuerdo que cuando había una parranda en el pueblo, era el primero que estaba allí, como dice la canción “me quedaba ahí”.

¿Cómo llegó al puesto de mensajero en Radio Guatapurí, en Valledupar?
Cuando estaba en tercero de bachillerato ya era todo un doctorcito y conocí a los músicos vallenatos Luciano Poveda y Jorge Quiroz. Ellos me grabaron dos canciones. Yo estudiaba de día en el INSTPECAM, pero me salí y gracias a un amigo entré a trabajar como mensajero en esa emisora. No sabía ni manejar la cicla, pero quería que pusieran mis canciones. Me hice amigo de los muchachos y me ayudaron a pegar “los disquitos”. Terminé estudiando de noche en el colegio Loperena, porque como te dije, tenía mi cupo allá, ¡quedé de tercero entre cinco mil muchachos! Allí llegué a quinto de bachillerato. Yo –casi un doctor– no necesitaba terminar [risas]. Me di cuenta de que lo mío no era el estudio, porque los profesores me regañaban. Yo ya estaba crecidito, andaba enamorado, tenía novia y… ¡miércoles!, ¡Díaz al tablero! Y allí dije no más de esto, me voy de aquí: el álgebra me enredó.

¿De dónde salió su sobrenombre: “El cacique de La Junta”?
Por Rafael Orozco –Dios lo tenga en la gloria–. [El cantante del Binomio de Oro, asesinado en 1992]. Cuando yo estudiaba en el INSTPECAM, él estaba en el Loperena, y nos conocimos en un intercambio cultural que realizaban los dos colegios. Yo era uno de los primeros en las clasificaciones de talentos y me mandaron a cantar al Loperena. Allá “Rafa” –gran amigo, gran maestro– me escuchó, le gustó lo que yo hacía y tiempo después grabó mi canción Cariñito de mi vida. En ese tema él hizo una especie de saludo y le dio por decir “El cacique de La Junta, Diomedes Díaz”. En ese momento yo no tenía una carrera, pero así me quedé. Con “Rafa” tuve quizás mis conciertos más memorables en Nueva York, ¡Había más de cien mil personas cantando nuestras canciones!

Su primer disco lo grabó con el acordeonero Náfer Durán, ¿cómo se conocieron?
Por Emilio Oviedo, un descubridor de talentos, que en esa época era el director artístico de Codiscos. A él le gustaba como yo cantaba. Cuando Náfer fue coronado rey vallenato, Codiscos lo invitó a grabar un long play. Emilio se acordó de mí y me llamó para que vocalizara ese disco. Me llevaron a Medellín y al otro día comenzamos a grabar. Me dieron una botellita de aguardiente, y a las nueve de la mañana empezamos. Ese primer trabajo se llamó Herencia vallenata. Me pagaron el pasaje, cuatrocientos pesos, y a las tres de la tarde ya estaba el disco sobre la mesa con carátula y todo. Yo terminé en la clínica intoxicado porque me tomé todas las botellas de aguardiente que me pasaban. Ese disco pegó cuando empecé a cantar mi éxito El chanchullito. Desde ese encuentro, Náfer y yo no nos volvimos a ver –hace más de 35 años–, no sé si estará muerto o vivo, pero desde acá [vuelve y se pega a la grabadora] un saludo.

Después grabó el disco Tres canciones, junto al acordeonero Elberto López, más conocido como “El Debe”…
Gabriel Muñoz –director de artistas y repertorios de CBS (actual Sony Music)– tuvo la oportunidad de escucharme en Valledupar. Luego me llevaron a Bogotá, me presentaron al gerente, al presidente, y vino gente desde Miami y Nueva York solo para escucharme. El disco se convirtió en un éxito y me la pasaba viajando desde Valledupar hasta la capital.

Precisamente en ese disco lanzó La ventanita marroncita, una canción que habla sobre la relación que tuvo con su primera esposa Patricia Acosta.
Ella fue uno de mis amores del pueblo, de muchacho. Con La ventanita marroncita mandé al mundo mi primer mensaje de cariño, ¡estaba muy enamorado! A través de la “ventanita” de la casa de Patricia me le declaré. Le cantaba serenatas. Patricia, al principio, fue un amor imposible. Yo no le gustaba a su familia. Si quieres pásate por La Junta, y encontrarás la famosa ventanita. Los grandes seguidores siguen yendo a conocerla…

Se dice que tiene más de treinta hijos. ¿Cuántos son realmente?
No, no, la gente ha hecho muy numerosa esa cifra, pero ¡qué va! Yo sé cuáles son mis hijos. La mayoría ya son profesionales, los últimos, fruto de mi tercer matrimonio con Luz Consuelo Martínez, son Freddy José, “El Cadete”, de quince años; Carmen Consuelo, de dos años y medio, y Katiuska, de casi nueve meses. Esos son mis “pichoncitos”. Ahora ya soy abuelo. Tengo cuatro nietos, pero no creas que tengo un colegio de muchachos. Por darte una cifra, pongámosle unos veinte hijos, como pa complacerlos [risas].

Tiene varias canciones en las que se menciona el tema de la paternidad, A mi papá, Mi primera cana, Mi muchacho, por mencionar algunas. ¿Considera que fue buen padre? En su historial reposan varias demandas de paternidad que le han impedido por momentos salir del país…
Las demandas no las puedo negar, pero las han instaurado mujeres celosas, porque a mis hijos siempre los he querido y los he tratado muy bien, los llevo en el corazón, no es que haya querido dejar a unos solos, sino que si uno se entrega totalmente a este arte, puede volverse descuidado. A todos les pido excusas y si necesitan algo no es sino que se presenten. Con Consuelo, como te dije, ya respondo por tres. De lo que sí estoy seguro es que todos mis muchachos están bien hechos. Todos son simpáticos.

¿Es verdad que cuando usted era joven, las mujeres le tiraban ropa interior durante los conciertos?
Óyeme, una pregunta, ¿por qué dices “cuando yo era joven”? Debes decir “cuando estaba más joven”. Obvio que era verdad, y todavía lo hacen. Eso es algo bonito, como adorno de la fiesta, por idolatrar al artista, por recocha. Lo que más les agradezco a las mujeres, la mayor satisfacción que me han dado es que por ellas soy padre. Gracias a las mujeres…, las quiero mucho… ¡Con mucho gusto! [Risas].

Esa frase característica que utiliza a menudo “con mucho gusto”, ¿por qué la empezó a usar?
Son fraseologías del pueblo, de cuando uno se siente contento, está celebrando, invitando, quiere complacer a la gente…, con el tiempo la volví parte de mi sello.

Con Juan Humberto Rois grabó La locura, un disco considerado una de sus mejores obras musicales…
Cuando me junté con “Juancho” Rois tenía más experiencia en el ámbito musical, Juancho era un baluarte de la música. Para mí él no ha muerto, por eso no fui a su entierro. Después de veinte años no concibo que se haya ido, y cuando pienso en su muerte me entra un poquito de resentimiento, de nostalgia. No hay nada más importante que la prudencia, y mi compadre murió saliéndose de esa línea, él no tenía nada que buscar por allá en esos montes. Ese no era su día. Desde acá [se acerca a la grabadora] mis oraciones para Juancho. [Juan Humberto Rois, acordeonero, falleció en 1994 en un accidente aéreo cuando se dirigía a una presentación en la población de El Tigre, Venezuela].

¿El mejor acordeonero?
Esa está difícil. Todos han sido buenos: Náfer, López, “Colacho”, pero ellos ya tenían su escuela. Quien hizo escuela conmigo fue “Juancho” Rois. Yo diría que todos son buenos, pero con Juancho está este detalle especial: se forjó conmigo.

¿De qué se siente orgulloso y de qué se arrepiente?
Me siento orgulloso de que la gente acepte mis mensajes, que a pesar de todos los años sigan apoyándome. Diomedes es del pueblo. De arrepentirme, no creo, no he tenido ese pequeño problema, no he tenido que retractarme sobre cosas mal hechas. No tengo ningún peso en la conciencia. Dios sabe que no.

Pero fue acusado del asesinato de su amiga Doris Adriana Niño. La encontraron muerta después de haber estado en una fiesta con usted…
A veces hay gente que se encapricha en pendejadas que se las echan a uno. Y se ensanchan en uno. Y en ocho años logré demostrar que yo no tuve que ver en ese hecho. Logré decir la verdad. Algunos dirán “ah, pero estuviste tras las rejas”, les respondo que tras las rejas logré comprobar que yo tenía la razón y las cosas no eran como ellos decían. Estuve tras las rejas sin ser delincuente. Yo ahora puedo decir que sé de todo. Me pueden llevar a la peor cárcel. Yo sé cómo comportarme, pero estar encerrado es algo muy verraco. El arma para pagar una condena es tu conciencia. Yo duré casi diez años indagando por qué me metieron preso sin haber hecho nada.

Pero usted estuvo prófugo de la justicia. Se dijo que estaba escondido en una de sus fincas y que durante un tiempo lo cuidaron los paramilitares, luego la guerrilla…
Uno tiene la oportunidad de codearse con toda clase de gente. Se acerca a todas las ideologías políticas. La gente es libre de pensar, aunque eso no quiere decir que porque mis fincas estén en La Guajira y en el Cesar, yo pertenezca a un grupo de señores de “A”, o señores de “B”…, yo soy un artista, y allá hay de todo. Yo tengo que saludar a los de “A”, tengo que saludar a los de “B”, y tengo que respetar a estos señores porque hacen parte de organizaciones políticas con ideologías. No puedo negar mi contacto con ellos, pero aclaro que mis ideas no son esas, me ha tocado discutirlas, pero desde acá [le habla a la grabadora] mis respetos hacia ellos.

¿Es verdad que en Valledupar, cuando salía una producción suya, el alcalde declaraba día cívico y al llegar, usted repartía dinero y era tratado como un dios?
Sí, siempre ha sido la costumbre. Es la ciudad donde están mis mayores sentimientos. Yo tengo fama de que tiraba fajos de billetes, pero te explico. Alrededor mío circula un millón de personas a diario. Se me acercan con un problema y les ayudo con dinero, pero no lo hago por estrategia artística como dicen algunos medios. Es una simple dádiva, una propina, una colaboración. Muchas personas no están aseguradas, no tienen plan de salud y me llegan con la fórmula para el niño que está enfermito, le tienen que comprar alguna droga que cuesta treinta mil, cincuenta mil pesos. Teniendo ese dinero en el bolsillo, yo se los doy. Aunque tampoco es que yo sea San Martín de Porres, pero a todo el que pueda ayudar, lo ayudo.

Usted le ha dado duro al trago y a las drogas…
Yo siempre me he tomado mis tragos, hasta ahora y los que faltan. Dentro de esta vida artística no te puedo negar que las drogas son algo normal. Yo he probado de todo, he tenido fiestas que pa qué te cuento, pero gracias a Dios no me quedé en eso. Además, siempre que uno se fume algo, consuma algo, habrá gente que armará un escándalo, pero eso es natural, eso lo hizo Dios, solo hay que saber sobrellevarlo.

¿Qué hay sobre “el secreto del pañuelo” que usted cargaba en el escenario? ¿Sí tenía cocaína?
No, no, eso es mentira, ¡jamás!

¿Sigue pensando que aquella frase suya es real: “Como Diomedes no hay ninguno y si nace no se cría y si se cría se vuelve loco”?
[Risas] No, no, no… Eso es más un chiste, algo de folclor. Yo mantengo la esperanza de que surjan muchos muchachos que representen el vallenato colombiano como Silvestre, “Jorgito”, Peter, Rafael Santos, Martín Elías… Muchachos que continúen el legado que vengo representando. Yo a ellos los quiero mucho, pero que no se les olvide que soy su profesor. [Risas].

¿Se siente en paz con Dios?
Con los años me he vuelto más creyente, soy católico, pero respeto las otras religiones, entiendo las diferentes creencias, no excluyo los credos, yo estoy con toda mi gente, donde está Dios, está Diomedes Díaz. Estoy convencido de que hay un ser supremo que guía nuestras vidas. Por eso, a mis seguidores y lectores de esta revista, solo les digo que jamás dejen la fe, llévenla en su corazón, confíen en ustedes mismos y serán hombres de progreso… ¡He dicho!

Por Daniel Vivas Barandica