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Columnista - 2 marzo, 2015

Superlativos y demás

Ya es tiempo perdido insistir en el buen manejo del idioma. Varias veces esta columna se ha dedicado a dar normas del buen hablar y escribir, con la intención de que términos mal usados no hicieran carrera, pero ya hay que (me perdonan el lugar común) tirar la toalla, porque nadie ataja el turbión de […]

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Ya es tiempo perdido insistir en el buen manejo del idioma. Varias veces esta columna se ha dedicado a dar normas del buen hablar y escribir, con la intención de que términos mal usados no hicieran carrera, pero ya hay que (me perdonan el lugar común) tirar la toalla, porque nadie ataja el turbión de palabras mal dichas, mal escritas y de términos nuevos inventados por personas que se sienten con derecho de pasar sobre las autoridades que vigilan el correcto manejo del idioma.

Eso creíamos, pero esas autoridades han sido laxas, y aceptaron, después de un largo estudio, una cantidad de términos inventados por el común de la gente, como una que me parece horrible, sin elegancia, es papichulo. Es divertido leer el nuevo diccionario de la Real Academia de la Lengua Española con palabras que escuchamos desde hace tiempo y ahora se han graduado y hacen parte de la lista extensas de términos de nuestra lengua.

Ya con esa aceptación de los académicos la gente se siente con la libertad de seguir inventando palabras, que dentro de diez o veinte años estarán en el diccionario. Ante esa situación, me ha resultado divertido conocer términos que de un momento para otro se hacen comunes, se adoptan con una facilidad enorme sólo porque les suena bonito. Eso recuerda a Miguel de Unamuno cuando inventaba una palabra y cuando se lo hacían ver, decía ‘ya la pondrán en el diccionario’.

En estos momentos están haciendo carrera los superlativos, no es que sean horrores gramaticales, pero se llegan a usos innecesarios, ejemplos: ‘bienvenidísimo’, invitadísimo, tenemos ‘reinísima’ universal’, en fin son de uso frecuente entre las periodistas de farándula, las nuevas periodistas, en especial del interior del país.
El superlativo, en muchas ocasiones, se usa por falta de seguridad en los que se dice, se cree que no somos lo suficiente elocuentes y enfatizamos la palabra alargándola. Le quitan la sencillez a términos como limpio, por límpisimo, a escritora por escritorísima, a doctora por doctorísima, la única que me gusta es primísimo, por primo. Eso no quiere decir que sean aceptados por la RAE.

El superlativo es mágico, da elegancia al hablar, pero ya los profesores no los enseñan como en otras épocas, no porque hayan pasado de moda, sino porque seguramente no los conocen, ejemplos de los que tuvimos que aprender: celebérrimo, por célebre; paupérrimo, por pobre; bonísimo, por bueno; acérrimo, por acre; libérrimo, por libre; integérrimo, por integro; certísimo de cierto. La lista es enorme, la usaban los antiguos maestros y en la actualidad creo que se destaca como sabio de este tema, el expresidente Belisario Betancurt.

Leer las palabras aceptadas por la RAE, es divertido, ¿Y qué más podemos hacer? Aceptarlas. Cuando es la autoridad la que acepta nuevas normas, solo nos queda decir, para estar al día: ¡aceptadísimas!

Columnista
2 marzo, 2015

Superlativos y demás

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Ya es tiempo perdido insistir en el buen manejo del idioma. Varias veces esta columna se ha dedicado a dar normas del buen hablar y escribir, con la intención de que términos mal usados no hicieran carrera, pero ya hay que (me perdonan el lugar común) tirar la toalla, porque nadie ataja el turbión de […]


Ya es tiempo perdido insistir en el buen manejo del idioma. Varias veces esta columna se ha dedicado a dar normas del buen hablar y escribir, con la intención de que términos mal usados no hicieran carrera, pero ya hay que (me perdonan el lugar común) tirar la toalla, porque nadie ataja el turbión de palabras mal dichas, mal escritas y de términos nuevos inventados por personas que se sienten con derecho de pasar sobre las autoridades que vigilan el correcto manejo del idioma.

Eso creíamos, pero esas autoridades han sido laxas, y aceptaron, después de un largo estudio, una cantidad de términos inventados por el común de la gente, como una que me parece horrible, sin elegancia, es papichulo. Es divertido leer el nuevo diccionario de la Real Academia de la Lengua Española con palabras que escuchamos desde hace tiempo y ahora se han graduado y hacen parte de la lista extensas de términos de nuestra lengua.

Ya con esa aceptación de los académicos la gente se siente con la libertad de seguir inventando palabras, que dentro de diez o veinte años estarán en el diccionario. Ante esa situación, me ha resultado divertido conocer términos que de un momento para otro se hacen comunes, se adoptan con una facilidad enorme sólo porque les suena bonito. Eso recuerda a Miguel de Unamuno cuando inventaba una palabra y cuando se lo hacían ver, decía ‘ya la pondrán en el diccionario’.

En estos momentos están haciendo carrera los superlativos, no es que sean horrores gramaticales, pero se llegan a usos innecesarios, ejemplos: ‘bienvenidísimo’, invitadísimo, tenemos ‘reinísima’ universal’, en fin son de uso frecuente entre las periodistas de farándula, las nuevas periodistas, en especial del interior del país.
El superlativo, en muchas ocasiones, se usa por falta de seguridad en los que se dice, se cree que no somos lo suficiente elocuentes y enfatizamos la palabra alargándola. Le quitan la sencillez a términos como limpio, por límpisimo, a escritora por escritorísima, a doctora por doctorísima, la única que me gusta es primísimo, por primo. Eso no quiere decir que sean aceptados por la RAE.

El superlativo es mágico, da elegancia al hablar, pero ya los profesores no los enseñan como en otras épocas, no porque hayan pasado de moda, sino porque seguramente no los conocen, ejemplos de los que tuvimos que aprender: celebérrimo, por célebre; paupérrimo, por pobre; bonísimo, por bueno; acérrimo, por acre; libérrimo, por libre; integérrimo, por integro; certísimo de cierto. La lista es enorme, la usaban los antiguos maestros y en la actualidad creo que se destaca como sabio de este tema, el expresidente Belisario Betancurt.

Leer las palabras aceptadas por la RAE, es divertido, ¿Y qué más podemos hacer? Aceptarlas. Cuando es la autoridad la que acepta nuevas normas, solo nos queda decir, para estar al día: ¡aceptadísimas!