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Columnista - 1 marzo, 2015

El día que nací

Antes que nada quiero que sepan que me sentí feliz el día que nací, aunque lloré como nunca disfruté mucho sentirme mal. 6:00 a.m. Rogué a ese Dios fallecido y venerado nuestro del que de ninguno se acuerda, para que nadie intentara hacerme celebrar; menos bajo ninguno de los rituales conocidos: velita, serenata, etc. 7:00 […]

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Antes que nada quiero que sepan que me sentí feliz el día que nací, aunque lloré como nunca disfruté mucho sentirme mal.
6:00 a.m. Rogué a ese Dios fallecido y venerado nuestro del que de ninguno se acuerda, para que nadie intentara hacerme celebrar; menos bajo ninguno de los rituales conocidos: velita, serenata, etc.

7:00 a.m. Yendo al mercado, traté de tomarme el día como cualquier otro, intenté corregir el humor que desde la noche anterior ya andaba mal por la muerte ahogada de mi hicotea. (En alguna parte había oído que cuando una mascota fallece lo libra a uno del mal que ella absorbe en forma de padecimiento mortal; y me había pasado que cuando se acercaba mi aniversario un suceso me aterrizaba ante la cita con la flacuchenta.) Sin embargo, traté de ser práctico, metódico, comportamiento que nunca tengo el resto de los días del año; pero ajá.

7:30 a.m. Seleccionando malangas pensé en la muerte y en la estupidez consiguiente que representa dejar instrucciones póstumas, excepto una: “Hagan lo que puedan”, que no sería una instrucción sino una burla. “Esparzan mis cenizas en la piscina del Hotel Guazara, siémbrenlas detrás del árbol de marañón del patio de mi abuela, arrójenlas al Guatapurí (el centro comercial), esos lugares en donde tanto quise…”
8:20 a.m. Una Coca Cola y una pipa. Me juré que en la tarde empezaría mi rutina de ejercicios.
8:30 a.m. Me deprimí, pero fui práctico, metódico, y seguí mi rutina. 8:31 a.m. Me fui al parque y esperé hasta que llegara alguien para conversar.
12 meridiano. Pensé en mi mamá, en lo que estaríamos haciendo, en que seguramente me habría comprado una torta.
12:35 p.m. Lloré un poquito. Comí amarillo asado con carne molida y ensalada, y le serví la comida a Draco, antes de salir por un helado.
2:30 p.m. Siesta: soñé con gatos de colores.
5:30 p.m. Salí a llamar a ese número que recordaba tan bien pero al que no llamaba desde hace rato. Y hablamos, pero no dije lo que quería, y colgué.
5: 45 p.m. Jacques Coll me regaló, de Kerouac: “Los pasajeros del Dharma”. Quedamos en vernos luego.
6:00 p.m. Me encerré en mi cuarto, a leer y a fumar más que prostituta presa.
7:30 p.m. Llegaron: Margarita, Jacques y Oriana (que en la mañana se había ido furiosa conmigo), cenamos: boliqueso, papas fritas, Doritos y Coca Cola. De postre un ponqué de tienda. Pusimos a Cerati, mucho Cerati; y nos fumamos su recuerdo.
11:00 p.m. To’ el mundo pa’ su casa. (Había que madrugar.)
11:30 p.m. Saqué la basura, para que no se acumulara en caso de que mañana el recolector decidiera anticiparse; sin importarme si en la madrugada la derramaban los perros o las vacas que callejeaban junto a espectros masacrados de indios y criollos, en el limbo de la noche villanuevera.
11: 45 p.m. Pensé en eso de que “Sólo comprendemos aquellas preguntas que podemos responder”; hasta que me fundí.
11:55 p.m. Me profundicé.
12 en punto. Soñé con Draco, persiguiendo gatos de colores.

Columnista
1 marzo, 2015

El día que nací

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Antes que nada quiero que sepan que me sentí feliz el día que nací, aunque lloré como nunca disfruté mucho sentirme mal. 6:00 a.m. Rogué a ese Dios fallecido y venerado nuestro del que de ninguno se acuerda, para que nadie intentara hacerme celebrar; menos bajo ninguno de los rituales conocidos: velita, serenata, etc. 7:00 […]


Antes que nada quiero que sepan que me sentí feliz el día que nací, aunque lloré como nunca disfruté mucho sentirme mal.
6:00 a.m. Rogué a ese Dios fallecido y venerado nuestro del que de ninguno se acuerda, para que nadie intentara hacerme celebrar; menos bajo ninguno de los rituales conocidos: velita, serenata, etc.

7:00 a.m. Yendo al mercado, traté de tomarme el día como cualquier otro, intenté corregir el humor que desde la noche anterior ya andaba mal por la muerte ahogada de mi hicotea. (En alguna parte había oído que cuando una mascota fallece lo libra a uno del mal que ella absorbe en forma de padecimiento mortal; y me había pasado que cuando se acercaba mi aniversario un suceso me aterrizaba ante la cita con la flacuchenta.) Sin embargo, traté de ser práctico, metódico, comportamiento que nunca tengo el resto de los días del año; pero ajá.

7:30 a.m. Seleccionando malangas pensé en la muerte y en la estupidez consiguiente que representa dejar instrucciones póstumas, excepto una: “Hagan lo que puedan”, que no sería una instrucción sino una burla. “Esparzan mis cenizas en la piscina del Hotel Guazara, siémbrenlas detrás del árbol de marañón del patio de mi abuela, arrójenlas al Guatapurí (el centro comercial), esos lugares en donde tanto quise…”
8:20 a.m. Una Coca Cola y una pipa. Me juré que en la tarde empezaría mi rutina de ejercicios.
8:30 a.m. Me deprimí, pero fui práctico, metódico, y seguí mi rutina. 8:31 a.m. Me fui al parque y esperé hasta que llegara alguien para conversar.
12 meridiano. Pensé en mi mamá, en lo que estaríamos haciendo, en que seguramente me habría comprado una torta.
12:35 p.m. Lloré un poquito. Comí amarillo asado con carne molida y ensalada, y le serví la comida a Draco, antes de salir por un helado.
2:30 p.m. Siesta: soñé con gatos de colores.
5:30 p.m. Salí a llamar a ese número que recordaba tan bien pero al que no llamaba desde hace rato. Y hablamos, pero no dije lo que quería, y colgué.
5: 45 p.m. Jacques Coll me regaló, de Kerouac: “Los pasajeros del Dharma”. Quedamos en vernos luego.
6:00 p.m. Me encerré en mi cuarto, a leer y a fumar más que prostituta presa.
7:30 p.m. Llegaron: Margarita, Jacques y Oriana (que en la mañana se había ido furiosa conmigo), cenamos: boliqueso, papas fritas, Doritos y Coca Cola. De postre un ponqué de tienda. Pusimos a Cerati, mucho Cerati; y nos fumamos su recuerdo.
11:00 p.m. To’ el mundo pa’ su casa. (Había que madrugar.)
11:30 p.m. Saqué la basura, para que no se acumulara en caso de que mañana el recolector decidiera anticiparse; sin importarme si en la madrugada la derramaban los perros o las vacas que callejeaban junto a espectros masacrados de indios y criollos, en el limbo de la noche villanuevera.
11: 45 p.m. Pensé en eso de que “Sólo comprendemos aquellas preguntas que podemos responder”; hasta que me fundí.
11:55 p.m. Me profundicé.
12 en punto. Soñé con Draco, persiguiendo gatos de colores.