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Columnista - 15 febrero, 2015

El momento en el que la copa se vacía

Ser barman es ser un superhéroe de la posmodernidad. Es ser sacerdote, sicoanalista, prostituta y santo al mismo tiempo; es oír culpas, dejando desarrollar la más extensa de las retóricas etílicas sin interrumpir salvo para avivar la llama de la emoción de la narración, estando atento al momento en el que la copa se vacía […]

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Ser barman es ser un superhéroe de la posmodernidad. Es ser sacerdote, sicoanalista, prostituta y santo al mismo tiempo; es oír culpas, dejando desarrollar la más extensa de las retóricas etílicas sin interrumpir salvo para avivar la llama de la emoción de la narración, estando atento al momento en el que la copa se vacía para nuevamente llenarla de licor, por el simple hecho de estar en ese preciso instante ahí para eso. Ser barman es estar ebrio por la ebriedad del otro, es sufrir a través del pellejo del lobo las desdichas cotidianas de cada oveja que acude al púlpito en busca de la redención a través de la liviandad de la conciencia, es ayudar a quien paga por el servicio a sepultar bajo un océano de alcohol a su súper yo freudiano para dejar flotar las irresponsabilidades de su yo sartriano, es ayudar a sobrevivir a ese que acude con la esperanza de un flechazo instantáneo para llevar, usar, y reciclar en caso de veranos tipo Fenómeno de El Niño.

Sobre las butacas de las barras de licor se condensan energías eufóricas y lúgubres, de historias que luego de divagar por parajes inesperados confluyen en lugares comunes: unos cachos, una cana al aire, un desliz que se ostenta como trofeo de guerra aunque se haya perdido, porque el vivir para contarlo es un triunfo: “Una vez fui a Medellín, a visitar a una hija que estudia allá, y por las noches salía por ahí, a darme una vuelta, hasta que terminé en uno de esos lugares de desnudistas…”

Algunas narraciones empiezan con una pregunta: “¿Conoce Medellín?”, en otras la primera línea es una suposición con pregunta abierta y respuesta sugerida: “Me imagino que usted que ha viajado conocerá muchos lugares de esos en donde uno encuentra de todo…” Luego viene el resto de la historia y el desenlace, que casi siempre concluye bajo las faldas de las esposas, que hacen las veces de gallinas protectoras de los placeres del mundo exterior.

A los oídos de un barman llegan, como al tímpano de un cura, de un sicoanalista, de una prostituta, los secretos que desviaron las cosas hasta convertirlas en lo que finalmente fueron: pecados, glorias, miedos, placeres, derrotas, pensamientos que precedieron actos que terminaron entre rejas o entre sábanas y con mucha resaca. En cada anécdota una confesión, un complejo, un deseo; situaciones que escalaron o no hasta las últimas consecuencias; sugerencias, propuestas.

Cada historia un planeta, un arresto encarnado, un cuerpo adolorido, un alma vacilante; momentos vividos para equilibrar el gozómetro personal del ego. ¿Cuántos buenos cuentos nuevos no llegarán en estos días de carnaval a los oídos de los barmans, cuántas anécdotas como para best seller ahora que se aproximan elecciones? Sobre los asientos quejumbrosos de los bares, amansados por el uso constante, o en las butacas que no alcanzan a contener el nalgatorio completo de quienes se posan sobre ellas, hay materia prima infinita, quilates en bruto para desarrollar las mejores joyas de la literatura universal contemporánea.

Columnista
15 febrero, 2015

El momento en el que la copa se vacía

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Ser barman es ser un superhéroe de la posmodernidad. Es ser sacerdote, sicoanalista, prostituta y santo al mismo tiempo; es oír culpas, dejando desarrollar la más extensa de las retóricas etílicas sin interrumpir salvo para avivar la llama de la emoción de la narración, estando atento al momento en el que la copa se vacía […]


Ser barman es ser un superhéroe de la posmodernidad. Es ser sacerdote, sicoanalista, prostituta y santo al mismo tiempo; es oír culpas, dejando desarrollar la más extensa de las retóricas etílicas sin interrumpir salvo para avivar la llama de la emoción de la narración, estando atento al momento en el que la copa se vacía para nuevamente llenarla de licor, por el simple hecho de estar en ese preciso instante ahí para eso. Ser barman es estar ebrio por la ebriedad del otro, es sufrir a través del pellejo del lobo las desdichas cotidianas de cada oveja que acude al púlpito en busca de la redención a través de la liviandad de la conciencia, es ayudar a quien paga por el servicio a sepultar bajo un océano de alcohol a su súper yo freudiano para dejar flotar las irresponsabilidades de su yo sartriano, es ayudar a sobrevivir a ese que acude con la esperanza de un flechazo instantáneo para llevar, usar, y reciclar en caso de veranos tipo Fenómeno de El Niño.

Sobre las butacas de las barras de licor se condensan energías eufóricas y lúgubres, de historias que luego de divagar por parajes inesperados confluyen en lugares comunes: unos cachos, una cana al aire, un desliz que se ostenta como trofeo de guerra aunque se haya perdido, porque el vivir para contarlo es un triunfo: “Una vez fui a Medellín, a visitar a una hija que estudia allá, y por las noches salía por ahí, a darme una vuelta, hasta que terminé en uno de esos lugares de desnudistas…”

Algunas narraciones empiezan con una pregunta: “¿Conoce Medellín?”, en otras la primera línea es una suposición con pregunta abierta y respuesta sugerida: “Me imagino que usted que ha viajado conocerá muchos lugares de esos en donde uno encuentra de todo…” Luego viene el resto de la historia y el desenlace, que casi siempre concluye bajo las faldas de las esposas, que hacen las veces de gallinas protectoras de los placeres del mundo exterior.

A los oídos de un barman llegan, como al tímpano de un cura, de un sicoanalista, de una prostituta, los secretos que desviaron las cosas hasta convertirlas en lo que finalmente fueron: pecados, glorias, miedos, placeres, derrotas, pensamientos que precedieron actos que terminaron entre rejas o entre sábanas y con mucha resaca. En cada anécdota una confesión, un complejo, un deseo; situaciones que escalaron o no hasta las últimas consecuencias; sugerencias, propuestas.

Cada historia un planeta, un arresto encarnado, un cuerpo adolorido, un alma vacilante; momentos vividos para equilibrar el gozómetro personal del ego. ¿Cuántos buenos cuentos nuevos no llegarán en estos días de carnaval a los oídos de los barmans, cuántas anécdotas como para best seller ahora que se aproximan elecciones? Sobre los asientos quejumbrosos de los bares, amansados por el uso constante, o en las butacas que no alcanzan a contener el nalgatorio completo de quienes se posan sobre ellas, hay materia prima infinita, quilates en bruto para desarrollar las mejores joyas de la literatura universal contemporánea.