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Columnista - 6 enero, 2015

Razones para querer a Valledupar

Valledupar es un himno a las esperanza, una tierra sembrada de ilusión; por sus calles transita la herencia glamorosa de juglares y poetas que mantienen viva su historia, a través de esos cantos que hacen posible eternizar su nombre en el tiempo. Existen muchas razones por las cuales tenemos, necesariamente, que querer a Valledupar; aquí […]

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Valledupar es un himno a las esperanza, una tierra sembrada de ilusión; por sus calles transita la herencia glamorosa de juglares y poetas que mantienen viva su historia, a través de esos cantos que hacen posible eternizar su nombre en el tiempo.

Existen muchas razones por las cuales tenemos, necesariamente, que querer a Valledupar; aquí nos referiremos a las que consideramos más relevantes, o sea, a aquellas que tocan el hilo invisible de nuestra sensibilidad cuando, por ejemplo, alzamos desprevenidamente nuestra vista hacia su cielo y corroboramos, absortos, que ciertamente…”tiene un tinte azul pálido y sereno”…., como bellamente lo describiera Gustavo Gutiérrez Cabello, en una de sus inmortales odas a la ciudad.

Si bajamos un poco la vista y la posamos en el noroccidente, nos sobrecoge la imponente majestuosidad de la Sierra Nevada que, como un guardián imperturbable nos protege, además de enviarnos en las alas del viento, la delicia de sus diversos aromas milenarios.

Si seguimos el curso de los hilos diamantinos y serpenteantes que bajan por las faldas de la Sierra Nevada, no podríamos soslayar el atractivo Balneario Hurtado, formado por el Río Guatapurí, aquel que otrora albergara en su lecho a la única Sirena de río de que se tenga noticia en el planeta; ahí está la Sirena y su enhiesta anatomía ebúrnea – pez-mujer – , con su embrujo misterioso, mirando socarronamente a los bañistas y dando testimonio fiel de las historias surrealistas que se tejen acerca de su pasado.

A unos pasos del Río Guatapurí encontramos el Parque de la Leyenda Vallenata, singular monumento arquitectónico erigido para rendir tributo a la música vallenata, considerada la más auténtica y universal expresión del folclor colombiano.

Valledupar es, además, una ciudad acogedora y “amañadora”; posee un raro encanto para todos quienes la visitan; crea muchas expectativas con sólo mencionar su nombre, y es tan apetecible, que quien pisa por vez primera tierra vallenata, difícilmente regresa a su lugar de origen o, simplemente, se queda entre nosotros.

Pecaríamos de profanos, si no hacemos mención de una de las criaturas más hermosas que adornan a Valledupar: ¡sus mujeres! (aclaramos que toda mujer que habita en Valledupar,por extensión, es vallenata). Para quererlas, hay que conocerlas; para comprenderlas, hay que tratarlas. Nuestras mujeres cautivan con su andar cadencioso y altanero; su raza Caribe hace que sean impetuosas, altivas y arrogantes; aunque son irreverentes, misteriosas a veces y adorablemente posesivas, dejan entrever a través del piélago de sus ojos, una inefable e infinita ternura. Así es la mujer vallenata: ¡una perturbadora fusión de la serenidad y mansedumbre de un lago con las borrascas de un océano!
Por todas las razones expuestas, sería posible ¿no querer a Valledupar?

LEOVIGILDO RODRIGUEZ VEGA

Columnista
6 enero, 2015

Razones para querer a Valledupar

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
El Pilón

Valledupar es un himno a las esperanza, una tierra sembrada de ilusión; por sus calles transita la herencia glamorosa de juglares y poetas que mantienen viva su historia, a través de esos cantos que hacen posible eternizar su nombre en el tiempo. Existen muchas razones por las cuales tenemos, necesariamente, que querer a Valledupar; aquí […]


Valledupar es un himno a las esperanza, una tierra sembrada de ilusión; por sus calles transita la herencia glamorosa de juglares y poetas que mantienen viva su historia, a través de esos cantos que hacen posible eternizar su nombre en el tiempo.

Existen muchas razones por las cuales tenemos, necesariamente, que querer a Valledupar; aquí nos referiremos a las que consideramos más relevantes, o sea, a aquellas que tocan el hilo invisible de nuestra sensibilidad cuando, por ejemplo, alzamos desprevenidamente nuestra vista hacia su cielo y corroboramos, absortos, que ciertamente…”tiene un tinte azul pálido y sereno”…., como bellamente lo describiera Gustavo Gutiérrez Cabello, en una de sus inmortales odas a la ciudad.

Si bajamos un poco la vista y la posamos en el noroccidente, nos sobrecoge la imponente majestuosidad de la Sierra Nevada que, como un guardián imperturbable nos protege, además de enviarnos en las alas del viento, la delicia de sus diversos aromas milenarios.

Si seguimos el curso de los hilos diamantinos y serpenteantes que bajan por las faldas de la Sierra Nevada, no podríamos soslayar el atractivo Balneario Hurtado, formado por el Río Guatapurí, aquel que otrora albergara en su lecho a la única Sirena de río de que se tenga noticia en el planeta; ahí está la Sirena y su enhiesta anatomía ebúrnea – pez-mujer – , con su embrujo misterioso, mirando socarronamente a los bañistas y dando testimonio fiel de las historias surrealistas que se tejen acerca de su pasado.

A unos pasos del Río Guatapurí encontramos el Parque de la Leyenda Vallenata, singular monumento arquitectónico erigido para rendir tributo a la música vallenata, considerada la más auténtica y universal expresión del folclor colombiano.

Valledupar es, además, una ciudad acogedora y “amañadora”; posee un raro encanto para todos quienes la visitan; crea muchas expectativas con sólo mencionar su nombre, y es tan apetecible, que quien pisa por vez primera tierra vallenata, difícilmente regresa a su lugar de origen o, simplemente, se queda entre nosotros.

Pecaríamos de profanos, si no hacemos mención de una de las criaturas más hermosas que adornan a Valledupar: ¡sus mujeres! (aclaramos que toda mujer que habita en Valledupar,por extensión, es vallenata). Para quererlas, hay que conocerlas; para comprenderlas, hay que tratarlas. Nuestras mujeres cautivan con su andar cadencioso y altanero; su raza Caribe hace que sean impetuosas, altivas y arrogantes; aunque son irreverentes, misteriosas a veces y adorablemente posesivas, dejan entrever a través del piélago de sus ojos, una inefable e infinita ternura. Así es la mujer vallenata: ¡una perturbadora fusión de la serenidad y mansedumbre de un lago con las borrascas de un océano!
Por todas las razones expuestas, sería posible ¿no querer a Valledupar?

LEOVIGILDO RODRIGUEZ VEGA