Cuando una persona es diagnosticada con una enfermedad terminal, su vida y la de toda su familia sufre un vuelco. En esos momentos apenas valen las palabras de consuelo y todo se aferra a cualquier esperanza por pequeña que sea. A medida que aumenta el deterioro físico, la prioridad de los que están cerca es […]
Cuando una persona es diagnosticada con una enfermedad terminal, su vida y la de toda su familia sufre un vuelco. En esos momentos apenas valen las palabras de consuelo y todo se aferra a cualquier esperanza por pequeña que sea. A medida que aumenta el deterioro físico, la prioridad de los que están cerca es complacerla y hacer cualquier cosa para mitigar unos dolores que cada día se agudizan.
En muchos casos se llega a desear hasta la muerte para que cese el sufrimiento, pero es ahí cuando se debe apelar a la dignidad, que no sólo hay que tenerla en la plenitud de la vida, sino también en los últimos momentos de ella.
La atención integral a una persona cuando existe una enfermedad avanzada, progresiva e incurable, con un pronóstico de vida inferior a seis meses, síntomas intensos, múltiples, cambiantes y con muchos dolores es a lo que se denomina cuidados paliativos. Estos cuidados ni aceleran ni detienen el proceso de morir, no prolongan la vida pero tampoco precipitan la muerte, tan sólo proporcionan a los pacientes comodidad y dignidad, que estén libres de dolor y con los síntomas de la enfermedad controlados en sus últimos momentos de vida.
Es un derecho que, por desgracia, no está garantizado ni para todos los pacientes con este tipo de enfermedades irreversibles ni para sus familias. El trabajo lo realizan profesionales de la salud y voluntarios que ofrecen apoyo médico y psicológico a enfermos terminales y a sus familiares.
Pero el problema lo encontramos en la nula acreditación oficial de los profesionales paliativos, que no está considerada una especialización, y en la ausencia de una ley nacional que legisle todos los aspectos relacionados con la atención integral al final de la vida de un paciente.
El conflicto se suele resolver de una manera tan arbitraria para el enfermo terminal como que depende del servicio asistencial, del médico y hasta de su atrevimiento para actuar con buenas prácticas médicas y dormir al enfermo para que su tránsito de la vida a la muerte sea lo más tranquilo posible. Para los defensores del derecho a morir, esta sedación paliativa no es más que una forma de eutanasia indirecta, pero legal, mientras que para los detractores, es esencial y básico diferenciar ambas prácticas.
Cuando una persona es diagnosticada con una enfermedad terminal, su vida y la de toda su familia sufre un vuelco. En esos momentos apenas valen las palabras de consuelo y todo se aferra a cualquier esperanza por pequeña que sea. A medida que aumenta el deterioro físico, la prioridad de los que están cerca es […]
Cuando una persona es diagnosticada con una enfermedad terminal, su vida y la de toda su familia sufre un vuelco. En esos momentos apenas valen las palabras de consuelo y todo se aferra a cualquier esperanza por pequeña que sea. A medida que aumenta el deterioro físico, la prioridad de los que están cerca es complacerla y hacer cualquier cosa para mitigar unos dolores que cada día se agudizan.
En muchos casos se llega a desear hasta la muerte para que cese el sufrimiento, pero es ahí cuando se debe apelar a la dignidad, que no sólo hay que tenerla en la plenitud de la vida, sino también en los últimos momentos de ella.
La atención integral a una persona cuando existe una enfermedad avanzada, progresiva e incurable, con un pronóstico de vida inferior a seis meses, síntomas intensos, múltiples, cambiantes y con muchos dolores es a lo que se denomina cuidados paliativos. Estos cuidados ni aceleran ni detienen el proceso de morir, no prolongan la vida pero tampoco precipitan la muerte, tan sólo proporcionan a los pacientes comodidad y dignidad, que estén libres de dolor y con los síntomas de la enfermedad controlados en sus últimos momentos de vida.
Es un derecho que, por desgracia, no está garantizado ni para todos los pacientes con este tipo de enfermedades irreversibles ni para sus familias. El trabajo lo realizan profesionales de la salud y voluntarios que ofrecen apoyo médico y psicológico a enfermos terminales y a sus familiares.
Pero el problema lo encontramos en la nula acreditación oficial de los profesionales paliativos, que no está considerada una especialización, y en la ausencia de una ley nacional que legisle todos los aspectos relacionados con la atención integral al final de la vida de un paciente.
El conflicto se suele resolver de una manera tan arbitraria para el enfermo terminal como que depende del servicio asistencial, del médico y hasta de su atrevimiento para actuar con buenas prácticas médicas y dormir al enfermo para que su tránsito de la vida a la muerte sea lo más tranquilo posible. Para los defensores del derecho a morir, esta sedación paliativa no es más que una forma de eutanasia indirecta, pero legal, mientras que para los detractores, es esencial y básico diferenciar ambas prácticas.