Cuando escribí sobre las remembranzas que me traían algunos temas musicales escuchados en el transcurso de mi vida, no pensé que se me viniera una avalancha de nuevos temas sonoros, trayendo consigo más recuerdos y paralelamente un “tsunami” de buenos lectores y críticos para comentarme acerca de esa columna y su efecto en sus nostalgias, […]
Cuando escribí sobre las remembranzas que me traían algunos temas musicales escuchados en el transcurso de mi vida, no pensé que se me viniera una avalancha de nuevos temas sonoros, trayendo consigo más recuerdos y paralelamente un “tsunami” de buenos lectores y críticos para comentarme acerca de esa columna y su efecto en sus nostalgias, destaco a uno en especial, porque es quizás una de las personas que más sabe de música en Colombia, me refiero a mi gran amigo y columnista de este diario, mi tocayo Julio César Oñate Martínez, a este polifacético camarada, lo conozco de toda la vida, dada la amistad de su madre Doña Clara, con mi abuela Pacha y el comadrazgo de mi mamá, con su hermana Sonia. Durante mi época de estudiante en Barranquilla, fui asiduo visitante a su acogedor “apartamento musical” y lo llamo así, porque era sorprendente la cantidad de discos que allí habían, Oñate es un coleccionista de música excelsa y en su casa en donde quiera que uno metiera el ojo, habían guardados acetatos; en la cocina, en los baños, en la sala, eran tantos que si no estoy mal, tuvo que alquilar un local para su bodegaje. Por la amistad que mantengo con su hijo Julito, no las pasábamos escuchando música en el apartamento de “Los Laureles”, que para un melómano consumado como yo, era algo realmente mágico. Mi columna tocó las fibras del corazón melodioso de Julio Oñate, y lo “transportó” a la época en que abrió su famosa discoteca: Congas, la cual es sin duda la mejor que ha existido en la historia de Valledupar, para los que tuvimos la oportunidad de ser clientes de ese establecimiento, tenemos muchos gratos recuerdos, primero porque su música y ambiente eran excelentes, esto debido al gusto cosmopolita de su propietario, quien al igual que su hermano, Jorge Luis, es un visionario hombre de empresa, y jamás les ha dado miedo arriesgarse e invertir en negocios creados con altura, cosa que les falta a muchos paisanos, a quienes les da miedo invertir en su ciudad, por eso fue el éxito de ese templo de la rumba, una discoteca que se hizo con gusto, sin escatimar esfuerzos, que a pesar de estar en el sector del mercado público y no precisamente en una “Zona Rosa”, todo el mundo allí quería concurrir, su lleno era total. También en su momento así sucedió con la boutique Mister Onate, de propiedad de su desaparecido carnal: Rodrigo, un almacén que traía la ropa con las marcas más exclusivas, en un tiempo en donde no había tanto acceso a indumentaria y accesorios extranjeros, y su otro hermano “Betico” montó el gimnasio de mayor prestigio en la capital cesarense, con los primeros baños turcos y saunas de la ciudad: El Masalim. Por su parte, ni hablar de mi amigo Jorge Luis, a quien quiero y admiro mucho, quien es un hombre que juega en las ligas mayores del gremio empresarial de la costa. Todos estos recuerdos se me vinieron a la memoria gracias a esta columna, y al encuentro con Julio Oñate, en la máquina del tiempo que nuestro gusto por la música nos hizo embarcar, y esta que estoy escribiendo la hago a modo de reflexión, porque estos amigos, muy a pesar de su origen humilde y provinciano tuvieron la visión y el valor para crear empresa en un Valledupar, que en aquel entonces era un pueblo grande.
Por Julio Mario Celedón
Cuando escribí sobre las remembranzas que me traían algunos temas musicales escuchados en el transcurso de mi vida, no pensé que se me viniera una avalancha de nuevos temas sonoros, trayendo consigo más recuerdos y paralelamente un “tsunami” de buenos lectores y críticos para comentarme acerca de esa columna y su efecto en sus nostalgias, […]
Cuando escribí sobre las remembranzas que me traían algunos temas musicales escuchados en el transcurso de mi vida, no pensé que se me viniera una avalancha de nuevos temas sonoros, trayendo consigo más recuerdos y paralelamente un “tsunami” de buenos lectores y críticos para comentarme acerca de esa columna y su efecto en sus nostalgias, destaco a uno en especial, porque es quizás una de las personas que más sabe de música en Colombia, me refiero a mi gran amigo y columnista de este diario, mi tocayo Julio César Oñate Martínez, a este polifacético camarada, lo conozco de toda la vida, dada la amistad de su madre Doña Clara, con mi abuela Pacha y el comadrazgo de mi mamá, con su hermana Sonia. Durante mi época de estudiante en Barranquilla, fui asiduo visitante a su acogedor “apartamento musical” y lo llamo así, porque era sorprendente la cantidad de discos que allí habían, Oñate es un coleccionista de música excelsa y en su casa en donde quiera que uno metiera el ojo, habían guardados acetatos; en la cocina, en los baños, en la sala, eran tantos que si no estoy mal, tuvo que alquilar un local para su bodegaje. Por la amistad que mantengo con su hijo Julito, no las pasábamos escuchando música en el apartamento de “Los Laureles”, que para un melómano consumado como yo, era algo realmente mágico. Mi columna tocó las fibras del corazón melodioso de Julio Oñate, y lo “transportó” a la época en que abrió su famosa discoteca: Congas, la cual es sin duda la mejor que ha existido en la historia de Valledupar, para los que tuvimos la oportunidad de ser clientes de ese establecimiento, tenemos muchos gratos recuerdos, primero porque su música y ambiente eran excelentes, esto debido al gusto cosmopolita de su propietario, quien al igual que su hermano, Jorge Luis, es un visionario hombre de empresa, y jamás les ha dado miedo arriesgarse e invertir en negocios creados con altura, cosa que les falta a muchos paisanos, a quienes les da miedo invertir en su ciudad, por eso fue el éxito de ese templo de la rumba, una discoteca que se hizo con gusto, sin escatimar esfuerzos, que a pesar de estar en el sector del mercado público y no precisamente en una “Zona Rosa”, todo el mundo allí quería concurrir, su lleno era total. También en su momento así sucedió con la boutique Mister Onate, de propiedad de su desaparecido carnal: Rodrigo, un almacén que traía la ropa con las marcas más exclusivas, en un tiempo en donde no había tanto acceso a indumentaria y accesorios extranjeros, y su otro hermano “Betico” montó el gimnasio de mayor prestigio en la capital cesarense, con los primeros baños turcos y saunas de la ciudad: El Masalim. Por su parte, ni hablar de mi amigo Jorge Luis, a quien quiero y admiro mucho, quien es un hombre que juega en las ligas mayores del gremio empresarial de la costa. Todos estos recuerdos se me vinieron a la memoria gracias a esta columna, y al encuentro con Julio Oñate, en la máquina del tiempo que nuestro gusto por la música nos hizo embarcar, y esta que estoy escribiendo la hago a modo de reflexión, porque estos amigos, muy a pesar de su origen humilde y provinciano tuvieron la visión y el valor para crear empresa en un Valledupar, que en aquel entonces era un pueblo grande.
Por Julio Mario Celedón