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Columnista - 20 julio, 2014

Bajo el fuego celeste

Respiramos la atmósfera cargada sobre la que cabalgan los jinetes del Apocalipsis; somos masas de levadura y trigo, horneándonos en el microondas del instante; pasteles de pollo y cerdo, cocinándonos en el baño de María de la eternidad; rosetas de maíz entre el caldero del presente, a punto de estallar en medio de este calor […]

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Respiramos la atmósfera cargada sobre la que cabalgan los jinetes del Apocalipsis; somos masas de levadura y trigo, horneándonos en el microondas del instante; pasteles de pollo y cerdo, cocinándonos en el baño de María de la eternidad; rosetas de maíz entre el caldero del presente, a punto de estallar en medio de este calor que nos atosiga como un pasquín que destierra bajo amenaza de muerte.Calor asesino de intenciones, promotor de los mapas de sudor que invaden la ropa de quienes debemos guerrearla diariamente bajo el fuego celeste. Calor hecho a la medida de nuestras almas, calor pretaportera justado que evapora ilusiones secando esperanzas, reseteando ganas. Se siente entrar hasta por las hendiduras más estrechas de ventanas y puertas de lugares que gozan de la bendición de un aire acondicionado para esta sofocación, como subida desde el centro del averno, que parece querer quedarse una larga temporada para ambientar nuestro pandemonio actual, que incluye pagarla cada vez más espumosa factura de Electricaribe.
Se instaló para asfixiar con su cuerpo los verdes, imponiendo en el paisaje con la complicidad de una brisa secuaz, una tiranía de ocres, una sobre población de sepias, marfiles y kakis, envuelto entre el silbido del viento rasgado por pastizales y ramas secas, perfumado con polvo y humo. Un calor sobrenatural que hace de estos unos días con fiebre en más de cuarenta; una fiebre calcinante, con escalofríos por lo que será el futuro inmediato de los ganaderos y agricultores de la región, nuestros proveedores, a quienes el mal tiempo que envuelve este calor los tiene al borde del suicidio ¿Y a quién no, viendo las cosechas achicharrarse ya los animales muriéndose de sed y hambre día a día, mientras el verano amenaza con prolongarse quién sabe hasta cuándo y las políticas gubernamentales solo empezarán a operar, en el mejor de los casos, mucho después de ocurrida la tragedia, cuando ya sea demasiado tarde, cuando solo queden víctimas para engrosar las listas del informe oficial de la catástrofe?
Impertinente, picante, ave de mal agüero, arrecho. Imposible huir de él, nos calcina el espíritu, nos exorciza las iniciativas. Calor letárgico, litúrgico, soporífero, hipnótico, sedante, narcótico, que desviste, que derrite cuerpos. Deambular por nuestras ciudades y pueblos- poseídos por su presencia- es sumergirnos bajo su espesor, incrustado en los rincones de los lugares menos ventilados; es sentirnos desprotegidos ante la furia del astro rey, incluso bajo la sombra de un árbol frondoso; es un tratar de escapar sin éxito de una profecía fatal e inexpugnable porque este calor, hijo del infierno, es de un pasivo- agresivo difícil de evitar cuando está encima con su intensidad insoportable,incluso cuando hace promesas de lluvia. Calor, amor imposible por efusivo, impalpable y perturbante, no le ha bastado una semana para despedirse pero espero que como llegó, pronto se largue, aunque no creo.

Por Jarol Ferreira Acosta

Columnista
20 julio, 2014

Bajo el fuego celeste

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Respiramos la atmósfera cargada sobre la que cabalgan los jinetes del Apocalipsis; somos masas de levadura y trigo, horneándonos en el microondas del instante; pasteles de pollo y cerdo, cocinándonos en el baño de María de la eternidad; rosetas de maíz entre el caldero del presente, a punto de estallar en medio de este calor […]


Respiramos la atmósfera cargada sobre la que cabalgan los jinetes del Apocalipsis; somos masas de levadura y trigo, horneándonos en el microondas del instante; pasteles de pollo y cerdo, cocinándonos en el baño de María de la eternidad; rosetas de maíz entre el caldero del presente, a punto de estallar en medio de este calor que nos atosiga como un pasquín que destierra bajo amenaza de muerte.Calor asesino de intenciones, promotor de los mapas de sudor que invaden la ropa de quienes debemos guerrearla diariamente bajo el fuego celeste. Calor hecho a la medida de nuestras almas, calor pretaportera justado que evapora ilusiones secando esperanzas, reseteando ganas. Se siente entrar hasta por las hendiduras más estrechas de ventanas y puertas de lugares que gozan de la bendición de un aire acondicionado para esta sofocación, como subida desde el centro del averno, que parece querer quedarse una larga temporada para ambientar nuestro pandemonio actual, que incluye pagarla cada vez más espumosa factura de Electricaribe.
Se instaló para asfixiar con su cuerpo los verdes, imponiendo en el paisaje con la complicidad de una brisa secuaz, una tiranía de ocres, una sobre población de sepias, marfiles y kakis, envuelto entre el silbido del viento rasgado por pastizales y ramas secas, perfumado con polvo y humo. Un calor sobrenatural que hace de estos unos días con fiebre en más de cuarenta; una fiebre calcinante, con escalofríos por lo que será el futuro inmediato de los ganaderos y agricultores de la región, nuestros proveedores, a quienes el mal tiempo que envuelve este calor los tiene al borde del suicidio ¿Y a quién no, viendo las cosechas achicharrarse ya los animales muriéndose de sed y hambre día a día, mientras el verano amenaza con prolongarse quién sabe hasta cuándo y las políticas gubernamentales solo empezarán a operar, en el mejor de los casos, mucho después de ocurrida la tragedia, cuando ya sea demasiado tarde, cuando solo queden víctimas para engrosar las listas del informe oficial de la catástrofe?
Impertinente, picante, ave de mal agüero, arrecho. Imposible huir de él, nos calcina el espíritu, nos exorciza las iniciativas. Calor letárgico, litúrgico, soporífero, hipnótico, sedante, narcótico, que desviste, que derrite cuerpos. Deambular por nuestras ciudades y pueblos- poseídos por su presencia- es sumergirnos bajo su espesor, incrustado en los rincones de los lugares menos ventilados; es sentirnos desprotegidos ante la furia del astro rey, incluso bajo la sombra de un árbol frondoso; es un tratar de escapar sin éxito de una profecía fatal e inexpugnable porque este calor, hijo del infierno, es de un pasivo- agresivo difícil de evitar cuando está encima con su intensidad insoportable,incluso cuando hace promesas de lluvia. Calor, amor imposible por efusivo, impalpable y perturbante, no le ha bastado una semana para despedirse pero espero que como llegó, pronto se largue, aunque no creo.

Por Jarol Ferreira Acosta