Unos van a tientas por la vida como buscando la lucidez que perdieron. Otros son dueños de una euforia sin sonrisas. Mientras esperaba a que me atendieran en una farmacia entraron tres: una mujer, delgada como un junquito, vestida con jirones de tela húmeda y el pelo como estambre negro, parecía acabado de cortar; dos […]
Unos van a tientas por la vida como buscando la lucidez que perdieron. Otros son dueños de una euforia sin sonrisas. Mientras esperaba a que me atendieran en una farmacia entraron tres: una mujer, delgada como un junquito, vestida con jirones de tela húmeda y el pelo como estambre negro, parecía acabado de cortar; dos hombres arrastrando los pies como si hubieran caminado muchos kilómetros: Los observé y sentí curiosidad y rabia de que el abandono los llevara a una vida de sonambulismo, de hambre, de miseria, la condición humana zaherida.
El dueño de la farmacia dijo: “Qué le pasa al alcalde que no se da cuenta de este espectáculos; esos los trajeron de otros pueblos y los dejaron aquí en los días del festival, esa es la costumbre”. Me acordé de un personaje que conocí recién llegada a trabajar aquí en el Valle, le decían Pan Cachaco y entre otros trabajos, recogía y llevaba a los dementes, que dejaban aquí, a un manicomio de Bucaramanga, creo que el nombre era San Quintín; sí, esa era o es la costumbre, pensé que se había superado, se agrupan a todos los loquitos de una región y los sueltan en cualquier ciudad.
El día anterior al espectáculo de la farmacia, me encontré, mientras caminaba en la mañana hasta el puente de Hurtado, a uno que con una vieja cámara en mano gritaba consignas como: “Abajo los Derechos Humanos encargados del maltrato familiar”, de pronto lo vi arrodillarse y tratar de tomar una fotografía a unos excrementos de caballo, movía la cámara como buscando el mejor ángulo, los que íbamos buscando salud en la marcha, no pudimos aguantar la risa, él, en medio de su aturdimiento, encontró en lo que trataba de inmortalizar en una fotografía la verdadera realidad del país, eso pensé.
Por encima de las anécdotas hay una situación deprimente en nuestro país, que aunque no es nueva siempre nos horroriza y nos duele: la falta de programas sociales por parte del Gobierno. Esos desquiciados son colombianos y tienen derecho a un tratamiento para su enfermedad, a tener un lugar en el que sus mentes cansadas puedan encontrar tranquilidad, a que quizás encuentren la claridad mental que se les fue sin que se dieran cuenta.
¿Y los familiares? Si es que los tienen, es seguro que la mayoría tienen familia, cómo hacen para abandonarlos, para dejarlos a la deriva, víctimas de malos tratos, de burlas, acosados por el hambre o por la intemperie inclemente. Recuerdo la imagen de la flaquita que vi en la droguería y pienso en Nervo, como en una oración: “Pobres alma que cruzó valles y montes y dejó en los brumosos horizontes sus ideales y sus ritos muertos”.
Esto no solo es del alcalde, esto es desgobierno en un país que tiene tanto para estar bien, pero que los que lo regentan insisten en llevarlo a un destino insondable.
“Pobres almas…”
Unos van a tientas por la vida como buscando la lucidez que perdieron. Otros son dueños de una euforia sin sonrisas. Mientras esperaba a que me atendieran en una farmacia entraron tres: una mujer, delgada como un junquito, vestida con jirones de tela húmeda y el pelo como estambre negro, parecía acabado de cortar; dos […]
Unos van a tientas por la vida como buscando la lucidez que perdieron. Otros son dueños de una euforia sin sonrisas. Mientras esperaba a que me atendieran en una farmacia entraron tres: una mujer, delgada como un junquito, vestida con jirones de tela húmeda y el pelo como estambre negro, parecía acabado de cortar; dos hombres arrastrando los pies como si hubieran caminado muchos kilómetros: Los observé y sentí curiosidad y rabia de que el abandono los llevara a una vida de sonambulismo, de hambre, de miseria, la condición humana zaherida.
El dueño de la farmacia dijo: “Qué le pasa al alcalde que no se da cuenta de este espectáculos; esos los trajeron de otros pueblos y los dejaron aquí en los días del festival, esa es la costumbre”. Me acordé de un personaje que conocí recién llegada a trabajar aquí en el Valle, le decían Pan Cachaco y entre otros trabajos, recogía y llevaba a los dementes, que dejaban aquí, a un manicomio de Bucaramanga, creo que el nombre era San Quintín; sí, esa era o es la costumbre, pensé que se había superado, se agrupan a todos los loquitos de una región y los sueltan en cualquier ciudad.
El día anterior al espectáculo de la farmacia, me encontré, mientras caminaba en la mañana hasta el puente de Hurtado, a uno que con una vieja cámara en mano gritaba consignas como: “Abajo los Derechos Humanos encargados del maltrato familiar”, de pronto lo vi arrodillarse y tratar de tomar una fotografía a unos excrementos de caballo, movía la cámara como buscando el mejor ángulo, los que íbamos buscando salud en la marcha, no pudimos aguantar la risa, él, en medio de su aturdimiento, encontró en lo que trataba de inmortalizar en una fotografía la verdadera realidad del país, eso pensé.
Por encima de las anécdotas hay una situación deprimente en nuestro país, que aunque no es nueva siempre nos horroriza y nos duele: la falta de programas sociales por parte del Gobierno. Esos desquiciados son colombianos y tienen derecho a un tratamiento para su enfermedad, a tener un lugar en el que sus mentes cansadas puedan encontrar tranquilidad, a que quizás encuentren la claridad mental que se les fue sin que se dieran cuenta.
¿Y los familiares? Si es que los tienen, es seguro que la mayoría tienen familia, cómo hacen para abandonarlos, para dejarlos a la deriva, víctimas de malos tratos, de burlas, acosados por el hambre o por la intemperie inclemente. Recuerdo la imagen de la flaquita que vi en la droguería y pienso en Nervo, como en una oración: “Pobres alma que cruzó valles y montes y dejó en los brumosos horizontes sus ideales y sus ritos muertos”.
Esto no solo es del alcalde, esto es desgobierno en un país que tiene tanto para estar bien, pero que los que lo regentan insisten en llevarlo a un destino insondable.
“Pobres almas…”