Mientras agonizaba el día, dos hombres transitaban cabizbajos por uno de los polvorientos caminos que se alejaba de la ciudad; en sus rostros una profunda tristeza, en sus palabras pesar y, flotando en el ambiente, la más grande de las decepciones. Habían depositado sus esperanzas en un “proyecto”, en una persona, pero todo había sido […]
Mientras agonizaba el día, dos hombres transitaban cabizbajos por uno de los polvorientos caminos que se alejaba de la ciudad; en sus rostros una profunda tristeza, en sus palabras pesar y, flotando en el ambiente, la más grande de las decepciones. Habían depositado sus esperanzas en un “proyecto”, en una persona, pero todo había sido en vano.
Cabe aclarar que el proyecto no era político, que la persona objeto de su confianza no era un “servidor” público recién electo que se había vuelto inalcanzable, y que ellos no eran electores engañados a quienes un día les habían puesto o les pondrían “pañitos de agua tibia” para paliar momentáneamente las dolencias de una enfermedad peor que el cáncer: la injusticia social.
Dos hombres caminaban una tarde, alejándose de la ciudad, abatidos por el fracaso, derrotados por la vida. Iban, como muchos hoy día, pensando que no hay razones por las que luchar, que no hay soluciones de fondo para los problemas, que la vida es demasiado dura y que el peso puesto sobre sus espaldas es imposible de soportar. De pronto un nuevo caminante se acercó y, no sólo escuchó la charla de los derrotados, sino que participó en ella brindando una nueva perspectiva: el aparente fracaso era en realidad una victoria, un nuevo comienzo, una oportunidad.
Al llegar a su destino, pidieron al recién conocido que se quedara con ellos y se sentaron para comer. Aquello era extraño. La disposición de la mesa les hacía recordar una cena particular: una cena en la que su Maestro les lavó los pies y se despidió para nunca más volver. Pero era hora de dejar atrás la nostalgia y enfrentar el futuro. Sin embargo, muchas veces el pasado que se pretende olvidar es precisamente la clave para seguir adelante: sus ojos se abrieron y, por un momento, contemplaron el rostro de Jesús; en sus manos estaban el pan y el vino y de sus labios volvieron a brotar las palabras: “Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”.
Los cristianos seguimos celebrando la Resurrección de Jesús, pero lejos de convertirse en un agente distractor o en un estimulante del sistema nervioso que nos saca de la realidad, ella debe ser un impulso para asumir de manera consciente todas las realidades de la vida: la paz, la educación, la cultura, la recreación, la política, el arte, las ciencias, el amor, los enfrentamientos entre servidores públicos o instituciones, el festival vallenato, el transporte público y el caos vehicular de nuestra ciudad, el desarrollo sostenible, el mirador del Ecce Homo, la contaminación y agonía del Guatapurí, los conciertos gratuitos y aquellos por los que hay que pagar, etc.
Pido perdón a mis lectores por brindarles hoy una columna sin lógica aparente, pero como dijo en una célebre entrevista con Ernesto McCausland el desaparecido Cacique de La Junta: “Analicen bien la situación y verán”.
Mientras agonizaba el día, dos hombres transitaban cabizbajos por uno de los polvorientos caminos que se alejaba de la ciudad; en sus rostros una profunda tristeza, en sus palabras pesar y, flotando en el ambiente, la más grande de las decepciones. Habían depositado sus esperanzas en un “proyecto”, en una persona, pero todo había sido […]
Mientras agonizaba el día, dos hombres transitaban cabizbajos por uno de los polvorientos caminos que se alejaba de la ciudad; en sus rostros una profunda tristeza, en sus palabras pesar y, flotando en el ambiente, la más grande de las decepciones. Habían depositado sus esperanzas en un “proyecto”, en una persona, pero todo había sido en vano.
Cabe aclarar que el proyecto no era político, que la persona objeto de su confianza no era un “servidor” público recién electo que se había vuelto inalcanzable, y que ellos no eran electores engañados a quienes un día les habían puesto o les pondrían “pañitos de agua tibia” para paliar momentáneamente las dolencias de una enfermedad peor que el cáncer: la injusticia social.
Dos hombres caminaban una tarde, alejándose de la ciudad, abatidos por el fracaso, derrotados por la vida. Iban, como muchos hoy día, pensando que no hay razones por las que luchar, que no hay soluciones de fondo para los problemas, que la vida es demasiado dura y que el peso puesto sobre sus espaldas es imposible de soportar. De pronto un nuevo caminante se acercó y, no sólo escuchó la charla de los derrotados, sino que participó en ella brindando una nueva perspectiva: el aparente fracaso era en realidad una victoria, un nuevo comienzo, una oportunidad.
Al llegar a su destino, pidieron al recién conocido que se quedara con ellos y se sentaron para comer. Aquello era extraño. La disposición de la mesa les hacía recordar una cena particular: una cena en la que su Maestro les lavó los pies y se despidió para nunca más volver. Pero era hora de dejar atrás la nostalgia y enfrentar el futuro. Sin embargo, muchas veces el pasado que se pretende olvidar es precisamente la clave para seguir adelante: sus ojos se abrieron y, por un momento, contemplaron el rostro de Jesús; en sus manos estaban el pan y el vino y de sus labios volvieron a brotar las palabras: “Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”.
Los cristianos seguimos celebrando la Resurrección de Jesús, pero lejos de convertirse en un agente distractor o en un estimulante del sistema nervioso que nos saca de la realidad, ella debe ser un impulso para asumir de manera consciente todas las realidades de la vida: la paz, la educación, la cultura, la recreación, la política, el arte, las ciencias, el amor, los enfrentamientos entre servidores públicos o instituciones, el festival vallenato, el transporte público y el caos vehicular de nuestra ciudad, el desarrollo sostenible, el mirador del Ecce Homo, la contaminación y agonía del Guatapurí, los conciertos gratuitos y aquellos por los que hay que pagar, etc.
Pido perdón a mis lectores por brindarles hoy una columna sin lógica aparente, pero como dijo en una célebre entrevista con Ernesto McCausland el desaparecido Cacique de La Junta: “Analicen bien la situación y verán”.