“Ahí viene pepe se escucha un grito, grita la gente ya trajo el Cristo” Hemos recordado durante estos días la canción titulada “El Cristo de Mariangola” de la autoría de Rafael Escalona, incluida por los Hermanos Zuleta en el CD “Cien días de bohemia” en el año 2005 del la cual hemos transcrito un aparte, […]
“Ahí viene pepe se escucha un grito, grita la gente ya trajo el Cristo”
Hemos recordado durante estos días la canción titulada “El Cristo de Mariangola” de la autoría de Rafael Escalona, incluida por los Hermanos Zuleta en el CD “Cien días de bohemia” en el año 2005 del la cual hemos transcrito un aparte, a propósito de la vida pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo cuyo martirio agonía y defunción, fueron consecuencia del primer prevaricato cometido por un administrador de justicia, por físico miedo a la multitud que pedía sangre en la arena, y a los sumos sacerdotes que veían en peligro su gallina de los huevos de oro por las actividades subversivas del hijo de María.
A esa inequívoca conclusión hemos llegado con la ayuda de mi hermano de sangre y de fe Evaristo quien en su calidad de Sacerdote (Hermano menor Capuchino) me ha explicado con detalles algunos episodios bíblicos que leía, me los sabía pero nada entendía, recuerdo cuando Evaristo mi viejo me explicaba a su manera mientras escuchábamos por su Radio Transistor de dos bandas el Sermón de las Siete Palabras, pero no estaba entonces en condiciones de entender semejante asesinato en nombre de la ley, ahora sí porque estoy más grandecito.
Al hijo de Dios, le violaron sus derechos fundamentales al debido proceso que incluye, los derechos de defensa y contradicción porque no tuvo la asistencia de un defensor y tampoco los necesitaba en principio porque no había cometido ningún delito, allí, no hubo juicio, sino linchamiento por no obedecer ni permitir que sus amigos obedecieran al Cesar lo que despertó el celo, la envidia y la ira de quienes se consideraban Dioses terrenales y sometían quitaban y ponían sin más explicaciones que sus propios caprichos, esa vaina no se la perdonarían y así estaba escrito.
Es esa la razón por la cual dice Juan dirigiéndose a los judíos, que no encontraba delito en ese hombre, pero la suerte del mesías estaba decidida, nadie estaba en condiciones de escuchar, había que eliminarlo y para ello debía aplicarse la pena de muerte en la cruz que el mismo fue obligado a cargar mientras era azotado y portando la corona de espinas que los soldados hicieron y su manto purpura para lo cual, fue entregado por Pilatos el pusilánime Operador Judicial cuando les dijo; “He aquí el hombre”, es decir, ahí lo tienen y hagan con él lo que quieran.
No estamos entonces ante una fiesta de fantasía, no nos aprestamos a disfrutar de una semana de ron y playa, más que una celebración es una conmemoración lo que se nos vino encima, es la brillante oportunidad para recordar honrar y homenajear a quien dio lo único que tenía, su vida, para salvarnos a todos, y ni siquiera en su agonía olvidó encomendar su madre porque pues enterado de su presencia junto a Juan le dijo que ante su partida este lo sustituiría, “Mujer he ahí tu hijo”, y después dijo al discípulo “he ahí tu madre”, después en cumplimiento de las santas escrituras, pronunció aquellas palabras, “Tengo sed”, y fue cuando estando allí una vasija con vinagre ellos empaparon una esponja y la acercaron a su boca con un hisopo, después de tomarlo dijo sus últimas palabras para iniciar su vida eterna: “Todo está consumado”
“Ahí viene pepe se escucha un grito, grita la gente ya trajo el Cristo” Hemos recordado durante estos días la canción titulada “El Cristo de Mariangola” de la autoría de Rafael Escalona, incluida por los Hermanos Zuleta en el CD “Cien días de bohemia” en el año 2005 del la cual hemos transcrito un aparte, […]
“Ahí viene pepe se escucha un grito, grita la gente ya trajo el Cristo”
Hemos recordado durante estos días la canción titulada “El Cristo de Mariangola” de la autoría de Rafael Escalona, incluida por los Hermanos Zuleta en el CD “Cien días de bohemia” en el año 2005 del la cual hemos transcrito un aparte, a propósito de la vida pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo cuyo martirio agonía y defunción, fueron consecuencia del primer prevaricato cometido por un administrador de justicia, por físico miedo a la multitud que pedía sangre en la arena, y a los sumos sacerdotes que veían en peligro su gallina de los huevos de oro por las actividades subversivas del hijo de María.
A esa inequívoca conclusión hemos llegado con la ayuda de mi hermano de sangre y de fe Evaristo quien en su calidad de Sacerdote (Hermano menor Capuchino) me ha explicado con detalles algunos episodios bíblicos que leía, me los sabía pero nada entendía, recuerdo cuando Evaristo mi viejo me explicaba a su manera mientras escuchábamos por su Radio Transistor de dos bandas el Sermón de las Siete Palabras, pero no estaba entonces en condiciones de entender semejante asesinato en nombre de la ley, ahora sí porque estoy más grandecito.
Al hijo de Dios, le violaron sus derechos fundamentales al debido proceso que incluye, los derechos de defensa y contradicción porque no tuvo la asistencia de un defensor y tampoco los necesitaba en principio porque no había cometido ningún delito, allí, no hubo juicio, sino linchamiento por no obedecer ni permitir que sus amigos obedecieran al Cesar lo que despertó el celo, la envidia y la ira de quienes se consideraban Dioses terrenales y sometían quitaban y ponían sin más explicaciones que sus propios caprichos, esa vaina no se la perdonarían y así estaba escrito.
Es esa la razón por la cual dice Juan dirigiéndose a los judíos, que no encontraba delito en ese hombre, pero la suerte del mesías estaba decidida, nadie estaba en condiciones de escuchar, había que eliminarlo y para ello debía aplicarse la pena de muerte en la cruz que el mismo fue obligado a cargar mientras era azotado y portando la corona de espinas que los soldados hicieron y su manto purpura para lo cual, fue entregado por Pilatos el pusilánime Operador Judicial cuando les dijo; “He aquí el hombre”, es decir, ahí lo tienen y hagan con él lo que quieran.
No estamos entonces ante una fiesta de fantasía, no nos aprestamos a disfrutar de una semana de ron y playa, más que una celebración es una conmemoración lo que se nos vino encima, es la brillante oportunidad para recordar honrar y homenajear a quien dio lo único que tenía, su vida, para salvarnos a todos, y ni siquiera en su agonía olvidó encomendar su madre porque pues enterado de su presencia junto a Juan le dijo que ante su partida este lo sustituiría, “Mujer he ahí tu hijo”, y después dijo al discípulo “he ahí tu madre”, después en cumplimiento de las santas escrituras, pronunció aquellas palabras, “Tengo sed”, y fue cuando estando allí una vasija con vinagre ellos empaparon una esponja y la acercaron a su boca con un hisopo, después de tomarlo dijo sus últimas palabras para iniciar su vida eterna: “Todo está consumado”