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Columnista - 24 marzo, 2014

Conversación con un taxista

Se acercaba el medio día y el sol reverberaba, ¡el calor del Valle!, bueno, todos los valles tropicales tienen como tipificación, ser ardientes. Tomé un taxi y ya adentro aminoró solo un poquito la temperatura a pesar de que el aire acondicionado hacía su mayor esfuerzo para refrescar el ambiente. El taxista era un joven […]

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Se acercaba el medio día y el sol reverberaba, ¡el calor del Valle!, bueno, todos los valles tropicales tienen como tipificación, ser ardientes. Tomé un taxi y ya adentro aminoró solo un poquito la temperatura a pesar de que el aire acondicionado hacía su mayor esfuerzo para refrescar el ambiente.

El taxista era un joven de veintitantos años, moreno y con una sonrisa blanca que le iluminaba la cara. En un momento otro taxi con vidrios polarizados, inexplicablemente nos cerró el paso y tuvimos que detenernos, no vimos de quién se trataba, yo pensé lo peor, pero respiré tranquila cuando vi que el imprudente chofer solo quería robar un pasajero a otro, allí se quedaron discutiendo mientras seguimos a mi destino.

¿Por qué usan vidrios polarizados, no están prohibidos? Le pregunté a mi joven chofer. “Uno los oscurece un poquito para evitar el sol, usted no se imagina como nos daña la vista, pero a ese carro se pasó, no sé cómo lo dejan transitar con esos vidrios negros”. El sudor perlaba la frente, me imaginé a un cachaco bogotano de esos que dicen que los costeños son flojos, en un medio día así, ganándose la vida al volante de un taxi por las calles vallenatas.

Interrumpió mis pensamientos la voz del taxista: “Este país es una locura, mire el tráfico, mire el montón de gente esperando la plata de Familias en Acción; el gobierno debería no dar más ese dinero y reunirlo, porque son millones, y crear con élpequeñas empresas para que ellos y otros trabajen”; buena idea, le contesté y siguió: “Esos son los mismos que venden los votos hasta por cien mil y al día siguiente tienen hambre otra vez”. Y siguió juiciosamente hablándome de la falta de programas sociales para el país. Le pregunté si estudiaba y sí, cuando termina su turno se va al SENA, está preparándose en el manejo de maquinaria pesada para optar por un trabajo en las minas de carbón.

Siguió con su exposición:‘que si bien hecho que a Petro lo hubieran sacado, que así se debe hacer con los que no sirven en este país’; me pareció muy duro, pero no dije nada lo dejé que siguiera con su análisis socio-económico.
Todos los jóvenes tienen como meta, la mina, comenté, me contestó: “Con lo que gane podré estudiar lo que quiero: ingeniería industrial”. Llegué y me despedí con una de esas frases que ya son un lugar común: no deje de luchar por sus sueños.

Regresé en otro taxi, el chofer era un hombre mayor, escuchaba a todo volumen Radio Guatapurí, un programa en el que unos locutores daban clases de español: “El verbo llover solo se puede conjugar en tercera persona porque es ‘plano’, impersonal”. El taxista a carcajadas me dijo: “Está oyendo ese disparate: él llueve o se llueve, debe ser que se le moja la canoa.” Me hizo reír. Llegué a casa con una grata sensación: hay taxistas que tienen los problemas del país en la cabeza, otros que se preocupan por el idioma.

Fue un buen día.

Columnista
24 marzo, 2014

Conversación con un taxista

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Se acercaba el medio día y el sol reverberaba, ¡el calor del Valle!, bueno, todos los valles tropicales tienen como tipificación, ser ardientes. Tomé un taxi y ya adentro aminoró solo un poquito la temperatura a pesar de que el aire acondicionado hacía su mayor esfuerzo para refrescar el ambiente. El taxista era un joven […]


Se acercaba el medio día y el sol reverberaba, ¡el calor del Valle!, bueno, todos los valles tropicales tienen como tipificación, ser ardientes. Tomé un taxi y ya adentro aminoró solo un poquito la temperatura a pesar de que el aire acondicionado hacía su mayor esfuerzo para refrescar el ambiente.

El taxista era un joven de veintitantos años, moreno y con una sonrisa blanca que le iluminaba la cara. En un momento otro taxi con vidrios polarizados, inexplicablemente nos cerró el paso y tuvimos que detenernos, no vimos de quién se trataba, yo pensé lo peor, pero respiré tranquila cuando vi que el imprudente chofer solo quería robar un pasajero a otro, allí se quedaron discutiendo mientras seguimos a mi destino.

¿Por qué usan vidrios polarizados, no están prohibidos? Le pregunté a mi joven chofer. “Uno los oscurece un poquito para evitar el sol, usted no se imagina como nos daña la vista, pero a ese carro se pasó, no sé cómo lo dejan transitar con esos vidrios negros”. El sudor perlaba la frente, me imaginé a un cachaco bogotano de esos que dicen que los costeños son flojos, en un medio día así, ganándose la vida al volante de un taxi por las calles vallenatas.

Interrumpió mis pensamientos la voz del taxista: “Este país es una locura, mire el tráfico, mire el montón de gente esperando la plata de Familias en Acción; el gobierno debería no dar más ese dinero y reunirlo, porque son millones, y crear con élpequeñas empresas para que ellos y otros trabajen”; buena idea, le contesté y siguió: “Esos son los mismos que venden los votos hasta por cien mil y al día siguiente tienen hambre otra vez”. Y siguió juiciosamente hablándome de la falta de programas sociales para el país. Le pregunté si estudiaba y sí, cuando termina su turno se va al SENA, está preparándose en el manejo de maquinaria pesada para optar por un trabajo en las minas de carbón.

Siguió con su exposición:‘que si bien hecho que a Petro lo hubieran sacado, que así se debe hacer con los que no sirven en este país’; me pareció muy duro, pero no dije nada lo dejé que siguiera con su análisis socio-económico.
Todos los jóvenes tienen como meta, la mina, comenté, me contestó: “Con lo que gane podré estudiar lo que quiero: ingeniería industrial”. Llegué y me despedí con una de esas frases que ya son un lugar común: no deje de luchar por sus sueños.

Regresé en otro taxi, el chofer era un hombre mayor, escuchaba a todo volumen Radio Guatapurí, un programa en el que unos locutores daban clases de español: “El verbo llover solo se puede conjugar en tercera persona porque es ‘plano’, impersonal”. El taxista a carcajadas me dijo: “Está oyendo ese disparate: él llueve o se llueve, debe ser que se le moja la canoa.” Me hizo reír. Llegué a casa con una grata sensación: hay taxistas que tienen los problemas del país en la cabeza, otros que se preocupan por el idioma.

Fue un buen día.