El día de votación para muchos se convierte en el último para sacarle partido al postulante al poder antes de que se esfume la fantasía del proselitismo y aparezca la realidad del ahogamiento o de la elevación del antes candidato a una posición inalcanzable para el estatus permanentemente deprimido de los individuos que lo ayudan […]
El día de votación para muchos se convierte en el último para sacarle partido al postulante al poder antes de que se esfume la fantasía del proselitismo y aparezca la realidad del ahogamiento o de la elevación del antes candidato a una posición inalcanzable para el estatus permanentemente deprimido de los individuos que lo ayudan a subir.
Malo si pierde y malo si gana, aunque en la segunda instancia todavía se puede pedir el puesto prometido para el familiar o para él mismo, y rondarle la oficina como hiena a la carroña en busca de un favorcito.
Todo empieza con perifoneos de canciones populares con letras cambiadas por propaganda que pretende incrustarse en el subconsciente de igual manera que los estribillos pegajosos originales que lograron a fuerza de repetición enraizarse entre las dendritas de las neuronas del pueblo que responde ante estos estímulos auditivos.
Después aparecen los primeros afiches en las casas de los antes desinteresados en asuntos de política pero ahora entregadísimos a las tareas electorales; la mayoría de ellos incrédulos hasta que un candidato lesdio un empleo que los ha mantenido a flote.
Ya saben como funciona el juego. Ahora el balón está de su lado, es hora de que hagan lo suyo: lo imposible con tal de que el candidato benefactor se vuelva a subir al trono; no por simpatía ni respeto ni ideales porque no existen esas categorías en ninguna de las partes entre las que ocurren estas transacciones, sino porque su propio pellejo y el de su familia dependen de que el tipo no se baje de ahí, que se levante de la butaca solo simbólicamente el día de las elecciones para votar e inmediatamente nuevamente la ocupe,todavía caliente por su culo plano de tanto estar sentado entorpeciendo el desarrollo del país, enriqueciéndose para dilapidar según sus compromisos, simpatías afectivas, intelectuales, familiares, o las que fueran.
Pasaron ya las visitas puerta a puerta, las promesas, las peticiones, el pago de servicios públicos con una tijera gigante impresa sobre la factura, las campañas de salud con especialistas para pueblos y barrios marginales de las ciudades, las fórmulas médicas para aliviar dolores que enmascaran males mayores, las libretas militares para que el muchacho de la casa no tenga que irse de carne de cañón al ejército, el cupo para que la hija mayor, recién graduada con notas sobresalientes del colegio, pueda entrar a una universidad pública en donde sin embargo hay que pagar matricula, transporte, alimentación, hospedaje, fotocopias, etc.
Llegó el día del efectivo, la fiesta del voto, el día en donde incluso algunos de los pocos que no lo tienen comprometido finalmente optarán por venderlo y no elegir según su criterio porque en la mayoría de los casos no existe tal criterio o si existe tampoco eso garantizaría un mejor país. Estamos perdidos.
El día de votación para muchos se convierte en el último para sacarle partido al postulante al poder antes de que se esfume la fantasía del proselitismo y aparezca la realidad del ahogamiento o de la elevación del antes candidato a una posición inalcanzable para el estatus permanentemente deprimido de los individuos que lo ayudan […]
El día de votación para muchos se convierte en el último para sacarle partido al postulante al poder antes de que se esfume la fantasía del proselitismo y aparezca la realidad del ahogamiento o de la elevación del antes candidato a una posición inalcanzable para el estatus permanentemente deprimido de los individuos que lo ayudan a subir.
Malo si pierde y malo si gana, aunque en la segunda instancia todavía se puede pedir el puesto prometido para el familiar o para él mismo, y rondarle la oficina como hiena a la carroña en busca de un favorcito.
Todo empieza con perifoneos de canciones populares con letras cambiadas por propaganda que pretende incrustarse en el subconsciente de igual manera que los estribillos pegajosos originales que lograron a fuerza de repetición enraizarse entre las dendritas de las neuronas del pueblo que responde ante estos estímulos auditivos.
Después aparecen los primeros afiches en las casas de los antes desinteresados en asuntos de política pero ahora entregadísimos a las tareas electorales; la mayoría de ellos incrédulos hasta que un candidato lesdio un empleo que los ha mantenido a flote.
Ya saben como funciona el juego. Ahora el balón está de su lado, es hora de que hagan lo suyo: lo imposible con tal de que el candidato benefactor se vuelva a subir al trono; no por simpatía ni respeto ni ideales porque no existen esas categorías en ninguna de las partes entre las que ocurren estas transacciones, sino porque su propio pellejo y el de su familia dependen de que el tipo no se baje de ahí, que se levante de la butaca solo simbólicamente el día de las elecciones para votar e inmediatamente nuevamente la ocupe,todavía caliente por su culo plano de tanto estar sentado entorpeciendo el desarrollo del país, enriqueciéndose para dilapidar según sus compromisos, simpatías afectivas, intelectuales, familiares, o las que fueran.
Pasaron ya las visitas puerta a puerta, las promesas, las peticiones, el pago de servicios públicos con una tijera gigante impresa sobre la factura, las campañas de salud con especialistas para pueblos y barrios marginales de las ciudades, las fórmulas médicas para aliviar dolores que enmascaran males mayores, las libretas militares para que el muchacho de la casa no tenga que irse de carne de cañón al ejército, el cupo para que la hija mayor, recién graduada con notas sobresalientes del colegio, pueda entrar a una universidad pública en donde sin embargo hay que pagar matricula, transporte, alimentación, hospedaje, fotocopias, etc.
Llegó el día del efectivo, la fiesta del voto, el día en donde incluso algunos de los pocos que no lo tienen comprometido finalmente optarán por venderlo y no elegir según su criterio porque en la mayoría de los casos no existe tal criterio o si existe tampoco eso garantizaría un mejor país. Estamos perdidos.