El desafío planetario requiere integrar lo urbano, lo rural y lo natural. En la sociedad moderna, el universo urbano e industrial casi siempre se ha erigido sobre las ruinas del mundo rural y sobre las cenizas de una naturaleza avasallada. Los desequilibrios entre la ciudad y el campo y entre éstos y la naturaleza han […]
El desafío planetario requiere integrar lo urbano, lo rural y lo natural.
En la sociedad moderna, el universo urbano e industrial casi siempre se ha erigido sobre las ruinas del mundo rural y sobre las cenizas de una naturaleza avasallada. Los desequilibrios entre la ciudad y el campo y entre éstos y la naturaleza han sido el denominador común no la excepción, durante el establecimiento de la modernidad.
Hoy esta situación está tocando sus límites. En efecto el enorme desequilibrio global provocado tras varias décadas de industrialismo en el ecosistema planetario (y que se expresa a través de las numerosas anomalías climáticas, la destrucción de la capa de ozono, la deforestación, la severa contaminación de los mares y lagunas costeras, la pérdida de los suelos agrícolas y, en fin, la acumulación de enromes volúmenes de desechos tóxicos) es una amenaza que se cierne ya sobre todos los habitantes del planeta.
Acompañando este proceso colosal, se ha infiltrado la falsa idea de la supremacía del ciudadano urbano y en general del modo de vida urbano por sobre el de los habitantes y las comunidades rurales. Desde la ciudad suele mirarse con desdén a las culturas rurales, casi siempre consideradas como relictos sociales, igual que como se mira con desprecio a la naturaleza, solo concebida como fuente de riquezas explotables.
Rota la conexión tangible y visual entre la producción y el consumo, industrializado y mecanizado todo el proceso por el cual los seres humanos satisfacen sus necesidades, la naturaleza se volvió una entidad no sólo lejana, sino prácticamente inexistente. En la actualidad, los niños de las grandes urbes tienden a olvidar el origen de lo que consumen y confunden con facilidad un ser viviente con un artificio industrial, igual que los adultos olvidan que buena parte de los satisfactores que aparecen diariamente en su vida cotidiana provienen de procesos en los que seres humanos se apropian objetos del mundo natural.
De acuerdo con lo planteado, entonces el reto es lo que dijimos al principio integrar lo urbano, lo rural y lo natural. Digamos que para una sociedad verdaderamente democrática es establecer los mecanismos y los procedimientos adecuados para revertir la tendencia señalada anteriormente. Debemos revalorar y restaurar la importancia del papel desempeñado por los habitantes y productores rurales y por los ecosistemas que forman la naturaleza.
La integración cada vez más estrecha de un mundo globalizado nos ha hecho recordar que dentro del metabolismo planetario (y por lo mismo dentro de cada región) las ciudades (y sus industria), el campo y la naturaleza forman un todo indisoluble porque se encuentran vinculados entre sí de tal forma que lo que sucede en cada uno de estos tres ámbitos afecta irremediablemente a las otras dos.
El desafío planetario requiere integrar lo urbano, lo rural y lo natural. En la sociedad moderna, el universo urbano e industrial casi siempre se ha erigido sobre las ruinas del mundo rural y sobre las cenizas de una naturaleza avasallada. Los desequilibrios entre la ciudad y el campo y entre éstos y la naturaleza han […]
El desafío planetario requiere integrar lo urbano, lo rural y lo natural.
En la sociedad moderna, el universo urbano e industrial casi siempre se ha erigido sobre las ruinas del mundo rural y sobre las cenizas de una naturaleza avasallada. Los desequilibrios entre la ciudad y el campo y entre éstos y la naturaleza han sido el denominador común no la excepción, durante el establecimiento de la modernidad.
Hoy esta situación está tocando sus límites. En efecto el enorme desequilibrio global provocado tras varias décadas de industrialismo en el ecosistema planetario (y que se expresa a través de las numerosas anomalías climáticas, la destrucción de la capa de ozono, la deforestación, la severa contaminación de los mares y lagunas costeras, la pérdida de los suelos agrícolas y, en fin, la acumulación de enromes volúmenes de desechos tóxicos) es una amenaza que se cierne ya sobre todos los habitantes del planeta.
Acompañando este proceso colosal, se ha infiltrado la falsa idea de la supremacía del ciudadano urbano y en general del modo de vida urbano por sobre el de los habitantes y las comunidades rurales. Desde la ciudad suele mirarse con desdén a las culturas rurales, casi siempre consideradas como relictos sociales, igual que como se mira con desprecio a la naturaleza, solo concebida como fuente de riquezas explotables.
Rota la conexión tangible y visual entre la producción y el consumo, industrializado y mecanizado todo el proceso por el cual los seres humanos satisfacen sus necesidades, la naturaleza se volvió una entidad no sólo lejana, sino prácticamente inexistente. En la actualidad, los niños de las grandes urbes tienden a olvidar el origen de lo que consumen y confunden con facilidad un ser viviente con un artificio industrial, igual que los adultos olvidan que buena parte de los satisfactores que aparecen diariamente en su vida cotidiana provienen de procesos en los que seres humanos se apropian objetos del mundo natural.
De acuerdo con lo planteado, entonces el reto es lo que dijimos al principio integrar lo urbano, lo rural y lo natural. Digamos que para una sociedad verdaderamente democrática es establecer los mecanismos y los procedimientos adecuados para revertir la tendencia señalada anteriormente. Debemos revalorar y restaurar la importancia del papel desempeñado por los habitantes y productores rurales y por los ecosistemas que forman la naturaleza.
La integración cada vez más estrecha de un mundo globalizado nos ha hecho recordar que dentro del metabolismo planetario (y por lo mismo dentro de cada región) las ciudades (y sus industria), el campo y la naturaleza forman un todo indisoluble porque se encuentran vinculados entre sí de tal forma que lo que sucede en cada uno de estos tres ámbitos afecta irremediablemente a las otras dos.