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Columnista - 23 febrero, 2014

El Profesor

Por: Jarol Ferreira 1. Algodonales secos, varitas secas y algunos charcos con mariposas. La Ford 100, conducida por su propietario, lo recogió en la terminal de transporte de Valledupar y lo dejó en medio del ramal de Urumita, envuelto en una nube de polvo que produjo la camioneta al irse. Eran las 5 de la […]

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Por: Jarol Ferreira

1. Algodonales secos, varitas secas y algunos charcos con mariposas. La Ford 100, conducida por su propietario, lo recogió en la terminal de transporte de Valledupar y lo dejó en medio del ramal de Urumita, envuelto en una nube de polvo que produjo la camioneta al irse. Eran las 5 de la tarde.

2. Cuando en Barranquilla, recién graduado le ofrecieron el puesto de profesor de planta en un municipio del sur de La Guajira no lo pensó antes de aceptar, aunque nunca se imaginó que el colegio al que lo habían asignado fuera prácticamente una barraca. Pero la llave que le habían dejado abrió el candado de la puerta y adentro había un tablero, pupitres, un atlas y otros objetos donados por la comunidad por ser considerados útiles para la enseñanza. Como el feto humano de seis meses de gestación, embalsamado en un frasco de salsa rosada, que estaba debajo del planchón sobre el que El Profesor pasó la primera noche.

3. En la región se vivía la época de la bonanza marimbera. Trancó la puerta de lo que al día siguiente sería su aula de clases, extendió la manta que le prestó la indiecita con la que le dejaron la llave de la escuela- único miembro del comité de bienvenida- y se acostó a dormir, aunque no pudo pegar el ojo en la oscuridad. Entre los calados del cuarto la brisa aullaba como La Llorona, y lo desvelaba la ansiedad. Al llegar la había sentido en todo el municipio.

4. Al amanecer, para El Profesor no dejó de ser una sorpresa que la mayoría de sus alumnos fueran adultos acostumbrados a beber aguardiente en el salón de clases. Con sus mochilas los vio llegar, en cámara lenta por el sendero hecho a golpes de pisadas constantes entre la maleza que conducía a las aulas, y desde ese momento en el salón, en la casa en que alquiló una pieza, en la tienda donde hizo las compras y en general en todo el pueblo, empezaron a llamarlo Profesor; título posteriormente afincado a fuerza de trabajo. Yo lo conozco desde que fui su alumno en el bachillerato; es más, seguramente cuando lea esto me va a escribir: “Ferreira- A veces me dice así- el texto tiene errores de construcción y hay una errata en el renglón tal del párrafo tal. Escríbeles a ver si corrigen la edición virtual”.

5. Al sur, casi al extremo sur de La Guajira, en medio de calagualas está el instituto en el que trabaja, se distingue por su ubicación privilegiada sobre una ladera en el extremo nororiental del pueblo. Hace años fue él quien me dijo- “¿Por qué no escribes columnas de opinión?” Y hace unos años, cuando le comenté que maquinaba una columna sobre él, pudorosamente me solicitó que suprimiera su nombre del texto. Sin embargo, espero que a pesar de eso cualquiera que lea esto y haya sido su alumno pueda identificarlo y concluir fácilmente a quién hago alusión.

Columnista
23 febrero, 2014

El Profesor

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Por: Jarol Ferreira 1. Algodonales secos, varitas secas y algunos charcos con mariposas. La Ford 100, conducida por su propietario, lo recogió en la terminal de transporte de Valledupar y lo dejó en medio del ramal de Urumita, envuelto en una nube de polvo que produjo la camioneta al irse. Eran las 5 de la […]


Por: Jarol Ferreira

1. Algodonales secos, varitas secas y algunos charcos con mariposas. La Ford 100, conducida por su propietario, lo recogió en la terminal de transporte de Valledupar y lo dejó en medio del ramal de Urumita, envuelto en una nube de polvo que produjo la camioneta al irse. Eran las 5 de la tarde.

2. Cuando en Barranquilla, recién graduado le ofrecieron el puesto de profesor de planta en un municipio del sur de La Guajira no lo pensó antes de aceptar, aunque nunca se imaginó que el colegio al que lo habían asignado fuera prácticamente una barraca. Pero la llave que le habían dejado abrió el candado de la puerta y adentro había un tablero, pupitres, un atlas y otros objetos donados por la comunidad por ser considerados útiles para la enseñanza. Como el feto humano de seis meses de gestación, embalsamado en un frasco de salsa rosada, que estaba debajo del planchón sobre el que El Profesor pasó la primera noche.

3. En la región se vivía la época de la bonanza marimbera. Trancó la puerta de lo que al día siguiente sería su aula de clases, extendió la manta que le prestó la indiecita con la que le dejaron la llave de la escuela- único miembro del comité de bienvenida- y se acostó a dormir, aunque no pudo pegar el ojo en la oscuridad. Entre los calados del cuarto la brisa aullaba como La Llorona, y lo desvelaba la ansiedad. Al llegar la había sentido en todo el municipio.

4. Al amanecer, para El Profesor no dejó de ser una sorpresa que la mayoría de sus alumnos fueran adultos acostumbrados a beber aguardiente en el salón de clases. Con sus mochilas los vio llegar, en cámara lenta por el sendero hecho a golpes de pisadas constantes entre la maleza que conducía a las aulas, y desde ese momento en el salón, en la casa en que alquiló una pieza, en la tienda donde hizo las compras y en general en todo el pueblo, empezaron a llamarlo Profesor; título posteriormente afincado a fuerza de trabajo. Yo lo conozco desde que fui su alumno en el bachillerato; es más, seguramente cuando lea esto me va a escribir: “Ferreira- A veces me dice así- el texto tiene errores de construcción y hay una errata en el renglón tal del párrafo tal. Escríbeles a ver si corrigen la edición virtual”.

5. Al sur, casi al extremo sur de La Guajira, en medio de calagualas está el instituto en el que trabaja, se distingue por su ubicación privilegiada sobre una ladera en el extremo nororiental del pueblo. Hace años fue él quien me dijo- “¿Por qué no escribes columnas de opinión?” Y hace unos años, cuando le comenté que maquinaba una columna sobre él, pudorosamente me solicitó que suprimiera su nombre del texto. Sin embargo, espero que a pesar de eso cualquiera que lea esto y haya sido su alumno pueda identificarlo y concluir fácilmente a quién hago alusión.