Por José Gregorio Guerrero Dos horas antes de morir, ya Manuel Bolívar Córdoba Zuñiga sabía que moriría; entonces llamó a sus hijos en derredor de él y les hizo su última petición en vida, que más diría yo era su última advertencia: “ya yo estoy listo, en dos horas estaré reencontrándome con mi “mama” en […]
Por José Gregorio Guerrero
Dos horas antes de morir, ya Manuel Bolívar Córdoba Zuñiga sabía que moriría; entonces llamó a sus hijos en derredor de él y les hizo su última petición en vida, que más diría yo era su última advertencia: “ya yo estoy listo, en dos horas estaré reencontrándome con mi “mama” en el cielo; entiérrenme en el blanquito (refiriéndose al cementerio central). Les advierto, el cajón que sea livianongo tanto de peso como de valor; para que no lo sientan mucho, ni en los hombros ni en el bolsillo”. Creció bajo la sotana del padre Vicente de España, convirtiéndose en su hombre de confianza. Fue amigo del pintor Molina, y alcahueta de sus amores con “La Piba”.
Me cuentan fuentes de alta precisión que para las fiestas de abril en el viejo Valle, era el encargado de tirar los voladores, y se divertía ver a los muchos ubicar en lontananza el lugar en donde caería el palo que minutos después se disputaban a puño limpio. En semana santa era pieza fundamental en las procesiones, le tocaba caminarla de espalda mirando al santo, rezando retahílas en latín, y repicando las campanas de acuerdo al protocolo acordado con Roma. Fue mi amigo, siempre lo catalogué como uno de los valduparenses más representativos, leyenda viviente, hombre que se llevó a la tumba los secretos de Santo Eccehomo, fue el responsable del color moreno que tomó el santo con el transcurrir de los años, debido al aceite con que era limpiado y el calor de las velas, según él.
Le aclaró a Denis Zuleta la historiadora que no fue un santo ensamblado, sino enterizo y tallado por un indio ecuatoriano también de nombre Manuel, a pesar del peso de la hipótesis de ciertos eruditos que sometieron al santo a unas placas de rayos X. Hijo de La Vieja “Joaca” Zúñiga y de Rafael Córdoba. La última vez que lo vi me habló de lo feo que eran los hombres chismosos y me dijo con la mirada al cielo “ojalá que a mi entierro no vayan, porque soy capaz de levantarme y echarlos” y en efecto no fueron; fue de genio volado, pero aun así fue muy querido por el pueblo valduparense. En múltiples ocasiones lo vi hablar y tenía un brillo en sus ademanes, que sino estoy mal era el mismo que lucía en las procesiones o en las misa de los lunes cuando asistía vestido todo de blanco con una corbata rojo patilla.
Es la hora y no me explico por qué los medios locales dejaron pasar este acontecimiento por alto; fue Manuel un hombre que seguro seguirá vivo en la historia de nuestra tierra. Mis condolencias a sus hijos, a Aníbal, mi hermano de cabullita. Paz en su tumba.
Por José Gregorio Guerrero Dos horas antes de morir, ya Manuel Bolívar Córdoba Zuñiga sabía que moriría; entonces llamó a sus hijos en derredor de él y les hizo su última petición en vida, que más diría yo era su última advertencia: “ya yo estoy listo, en dos horas estaré reencontrándome con mi “mama” en […]
Por José Gregorio Guerrero
Dos horas antes de morir, ya Manuel Bolívar Córdoba Zuñiga sabía que moriría; entonces llamó a sus hijos en derredor de él y les hizo su última petición en vida, que más diría yo era su última advertencia: “ya yo estoy listo, en dos horas estaré reencontrándome con mi “mama” en el cielo; entiérrenme en el blanquito (refiriéndose al cementerio central). Les advierto, el cajón que sea livianongo tanto de peso como de valor; para que no lo sientan mucho, ni en los hombros ni en el bolsillo”. Creció bajo la sotana del padre Vicente de España, convirtiéndose en su hombre de confianza. Fue amigo del pintor Molina, y alcahueta de sus amores con “La Piba”.
Me cuentan fuentes de alta precisión que para las fiestas de abril en el viejo Valle, era el encargado de tirar los voladores, y se divertía ver a los muchos ubicar en lontananza el lugar en donde caería el palo que minutos después se disputaban a puño limpio. En semana santa era pieza fundamental en las procesiones, le tocaba caminarla de espalda mirando al santo, rezando retahílas en latín, y repicando las campanas de acuerdo al protocolo acordado con Roma. Fue mi amigo, siempre lo catalogué como uno de los valduparenses más representativos, leyenda viviente, hombre que se llevó a la tumba los secretos de Santo Eccehomo, fue el responsable del color moreno que tomó el santo con el transcurrir de los años, debido al aceite con que era limpiado y el calor de las velas, según él.
Le aclaró a Denis Zuleta la historiadora que no fue un santo ensamblado, sino enterizo y tallado por un indio ecuatoriano también de nombre Manuel, a pesar del peso de la hipótesis de ciertos eruditos que sometieron al santo a unas placas de rayos X. Hijo de La Vieja “Joaca” Zúñiga y de Rafael Córdoba. La última vez que lo vi me habló de lo feo que eran los hombres chismosos y me dijo con la mirada al cielo “ojalá que a mi entierro no vayan, porque soy capaz de levantarme y echarlos” y en efecto no fueron; fue de genio volado, pero aun así fue muy querido por el pueblo valduparense. En múltiples ocasiones lo vi hablar y tenía un brillo en sus ademanes, que sino estoy mal era el mismo que lucía en las procesiones o en las misa de los lunes cuando asistía vestido todo de blanco con una corbata rojo patilla.
Es la hora y no me explico por qué los medios locales dejaron pasar este acontecimiento por alto; fue Manuel un hombre que seguro seguirá vivo en la historia de nuestra tierra. Mis condolencias a sus hijos, a Aníbal, mi hermano de cabullita. Paz en su tumba.