Ante los últimos hechos violentos las autoridades están desconcertadas. Son frecuentes las escenas de apuñalamiento entre seguidores de diferentes equipos de fútbol, solo por portar la camiseta rival.
Por Luis Augusto González Pimienta
Ante los últimos hechos violentos las autoridades están desconcertadas. Son frecuentes las escenas de apuñalamiento entre seguidores de diferentes equipos de fútbol, solo por portar la camiseta rival.
Desde la antigüedad los hombres han corrido detrás de una esférica para satisfacer una necesidad lúdica. Le cupo a los ingleses el honor de reglamentar este deporte tal como se lo conoce hoy, pero también les cupo el deshonor de verlo enfrentado al vandalismo cuando de su seno surgieron los “hooligans”. Esto ocurrió por los años ochenta, fue superado, pero el ejemplo cundió por todas partes.
Poco después aparecieron las barras bravas en el sur del continente americano. Aunque al principio eran aislados los enfrentamientos y entre pocas personas, los grupos fueron creciendo volviéndose cada vez más violentos. La diferencia entre europeos y americanos estriba en que allá los enfrentamientos se daban entre barras de diferentes países y acá los problemas son entre barras de clubes nacionales.
Argentina es considerada la nación precursora de las barras bravas, aquellas que con cánticos y banderas no paran de animar a sus oncenos durante noventa minutos. De allí se pasó a la violencia generalizada dentro y fuera del estadio entre los seguidores de equipos contrincantes, creando un problema de orden público que desgraciadamente hoy es imitado en nuestro medio.
Se le achaca al alcohol y a las drogas este mal comportamiento. Pero hay otras causas, como el rencor y la rabia reprimidos de los protagonistas de las riñas, venidos de un núcleo familiar violento y por ende generador de violencia. También la situación económica de los implicados y la carencia de educación cívica.
Contribuyen igualmente a la violencia en los estadios los locutores deportivos cuando lanzan arengas pendencieras y utilizan un lenguaje belicista para alentar a la hinchada; los árbitros con decisiones apresuradas, cuando no manifiestamente injustas y provocadoras, y los mismos jugadores con su histrionismo para fingir lesiones en procura de la expulsión de su agresor.
Anhelamos que las cosas vuelvan a su cauce normal, cuando el fútbol era un espectáculo en el que se congregan las personas para tener un rato de esparcimiento con familiares y amigos. Donde se den cita la solidaridad, la camaradería, la inteligencia y la generosidad, y se proscriban la agresividad, el vandalismo, el fanatismo y el chovinismo. Cuando usar unos colores distintivos no desencadene mortales reacciones.
P.S. Me sumo a los dolientes por la partida del gran Chente Munive ocurrida en septiembre, como las de Consuelo (12 años) y Colacho (10 años).
Ante los últimos hechos violentos las autoridades están desconcertadas. Son frecuentes las escenas de apuñalamiento entre seguidores de diferentes equipos de fútbol, solo por portar la camiseta rival.
Por Luis Augusto González Pimienta
Ante los últimos hechos violentos las autoridades están desconcertadas. Son frecuentes las escenas de apuñalamiento entre seguidores de diferentes equipos de fútbol, solo por portar la camiseta rival.
Desde la antigüedad los hombres han corrido detrás de una esférica para satisfacer una necesidad lúdica. Le cupo a los ingleses el honor de reglamentar este deporte tal como se lo conoce hoy, pero también les cupo el deshonor de verlo enfrentado al vandalismo cuando de su seno surgieron los “hooligans”. Esto ocurrió por los años ochenta, fue superado, pero el ejemplo cundió por todas partes.
Poco después aparecieron las barras bravas en el sur del continente americano. Aunque al principio eran aislados los enfrentamientos y entre pocas personas, los grupos fueron creciendo volviéndose cada vez más violentos. La diferencia entre europeos y americanos estriba en que allá los enfrentamientos se daban entre barras de diferentes países y acá los problemas son entre barras de clubes nacionales.
Argentina es considerada la nación precursora de las barras bravas, aquellas que con cánticos y banderas no paran de animar a sus oncenos durante noventa minutos. De allí se pasó a la violencia generalizada dentro y fuera del estadio entre los seguidores de equipos contrincantes, creando un problema de orden público que desgraciadamente hoy es imitado en nuestro medio.
Se le achaca al alcohol y a las drogas este mal comportamiento. Pero hay otras causas, como el rencor y la rabia reprimidos de los protagonistas de las riñas, venidos de un núcleo familiar violento y por ende generador de violencia. También la situación económica de los implicados y la carencia de educación cívica.
Contribuyen igualmente a la violencia en los estadios los locutores deportivos cuando lanzan arengas pendencieras y utilizan un lenguaje belicista para alentar a la hinchada; los árbitros con decisiones apresuradas, cuando no manifiestamente injustas y provocadoras, y los mismos jugadores con su histrionismo para fingir lesiones en procura de la expulsión de su agresor.
Anhelamos que las cosas vuelvan a su cauce normal, cuando el fútbol era un espectáculo en el que se congregan las personas para tener un rato de esparcimiento con familiares y amigos. Donde se den cita la solidaridad, la camaradería, la inteligencia y la generosidad, y se proscriban la agresividad, el vandalismo, el fanatismo y el chovinismo. Cuando usar unos colores distintivos no desencadene mortales reacciones.
P.S. Me sumo a los dolientes por la partida del gran Chente Munive ocurrida en septiembre, como las de Consuelo (12 años) y Colacho (10 años).