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Columnista - 4 septiembre, 2013

La bomba social, factura de cobro

Hace algún tiempo, apareció un grafitis en el cementerio central de Bogotá con una frase graciosa y profunda que parecía dirigida a los vivos: “levántense haraganes, la tierra es para el que la trabaja”.

Boton Wpp

Por Luis Napoleón de Amas P.

Hace algún tiempo, apareció un grafitis en el cementerio central de Bogotá con una frase graciosa y profunda que parecía dirigida a los vivos: “levántense haraganes, la tierra es para el que la trabaja”.

Parece como si el grafitero intentara decir que el derecho a la tierra y a las reivindicaciones sobre ella, así como el derecho al trabajo, van mas allá de la muerte.

No creo que los campesinos de Colombia hayan leído este epitafio pero fue una premonición de lo que meses mas tarde sucedería en el país. Los muertos no se levantaron pero los vivos sí, dispuestos a morir por la tierra que los vio nacer y dónde han tratado de vivir sin interferencias, solo de lo que da la madre tierra ya que el Estado nunca les ha dado nada.

Desde la revolución comunera, suscitada por las alcabaleras cargas de la colonia, quizás, no ocurría en Colombia, un levantamiento generalizado, en protesta por el abandono consuetudinario en que los han mantenido, pese a su estoicismo intentando darles comida a los que viven en las ciudades, en medio de una prolongada guerra, sometidos a las presiones de la delincuencia, a las erradas políticas agrarias del Estado, a la intromisión del narcotráfico corruptor y goloso, al envenenamiento de sus aguas y de sus cultivos por mandato de Monsanto y los EE.UU, y , pese a la guerrilla y a los paramilitares, con apoyo, a veces, de los cuerpos de seguridad estatal, han seguido allí, sin servicios sanitarios, sin un mercado racional para sus productos y sin un futuro para sus familias.

Eso sí que es heroísmo, eso ser patriotas pero a cambio de nada, a veces a cambio de balas. Ellos no necesitan ni de cementerios porque allí mismo los entierran, en ocasiones, sin saber donde duermen sus cuerpos, ni por qué han muerto porque les tocó en el fuego cruzado o por sospecha de pertenecer a un bando del cual nunca hicieron parte.

Pero ya nadie está conforme en este país, parece como si todos los males hubiesen alcanzado su punto de ebullición; los mineros por tradición o por necesidad llegaron a su límite, los transportistas, que son una continuación de muchas actividades, ya no encuentran razones para trabajar; los estudiantes ven como se depaupera el nivel de educación y salen a protestar.

Esta confluencia no es gratuita, es que el proceso de maduración de los problemas del país ha terminado y ahora se ve la pus. Es probable que muchos de los que han participado en esta jornada, estén pescando en río revuelto, pero esto no deslegitimiza las causas que lo originan. 

Columnista
4 septiembre, 2013

La bomba social, factura de cobro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Hace algún tiempo, apareció un grafitis en el cementerio central de Bogotá con una frase graciosa y profunda que parecía dirigida a los vivos: “levántense haraganes, la tierra es para el que la trabaja”.


Por Luis Napoleón de Amas P.

Hace algún tiempo, apareció un grafitis en el cementerio central de Bogotá con una frase graciosa y profunda que parecía dirigida a los vivos: “levántense haraganes, la tierra es para el que la trabaja”.

Parece como si el grafitero intentara decir que el derecho a la tierra y a las reivindicaciones sobre ella, así como el derecho al trabajo, van mas allá de la muerte.

No creo que los campesinos de Colombia hayan leído este epitafio pero fue una premonición de lo que meses mas tarde sucedería en el país. Los muertos no se levantaron pero los vivos sí, dispuestos a morir por la tierra que los vio nacer y dónde han tratado de vivir sin interferencias, solo de lo que da la madre tierra ya que el Estado nunca les ha dado nada.

Desde la revolución comunera, suscitada por las alcabaleras cargas de la colonia, quizás, no ocurría en Colombia, un levantamiento generalizado, en protesta por el abandono consuetudinario en que los han mantenido, pese a su estoicismo intentando darles comida a los que viven en las ciudades, en medio de una prolongada guerra, sometidos a las presiones de la delincuencia, a las erradas políticas agrarias del Estado, a la intromisión del narcotráfico corruptor y goloso, al envenenamiento de sus aguas y de sus cultivos por mandato de Monsanto y los EE.UU, y , pese a la guerrilla y a los paramilitares, con apoyo, a veces, de los cuerpos de seguridad estatal, han seguido allí, sin servicios sanitarios, sin un mercado racional para sus productos y sin un futuro para sus familias.

Eso sí que es heroísmo, eso ser patriotas pero a cambio de nada, a veces a cambio de balas. Ellos no necesitan ni de cementerios porque allí mismo los entierran, en ocasiones, sin saber donde duermen sus cuerpos, ni por qué han muerto porque les tocó en el fuego cruzado o por sospecha de pertenecer a un bando del cual nunca hicieron parte.

Pero ya nadie está conforme en este país, parece como si todos los males hubiesen alcanzado su punto de ebullición; los mineros por tradición o por necesidad llegaron a su límite, los transportistas, que son una continuación de muchas actividades, ya no encuentran razones para trabajar; los estudiantes ven como se depaupera el nivel de educación y salen a protestar.

Esta confluencia no es gratuita, es que el proceso de maduración de los problemas del país ha terminado y ahora se ve la pus. Es probable que muchos de los que han participado en esta jornada, estén pescando en río revuelto, pero esto no deslegitimiza las causas que lo originan.