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Columnista - 30 agosto, 2013

Los milagros de la literatura

En diciembre del 2009 le pregunté a un amigo adentrado en edad cual había sido el amor de su vida. Él se limitó a responderme con los ojos bañados de una brizna transparente, como de niño cuando quiere algo imposible.

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Por José Gregorio 

En diciembre del 2009 le pregunté a un amigo adentrado en edad cual había sido el amor de su vida. Él se limitó a responderme con los ojos bañados de una brizna transparente, como de niño cuando quiere algo imposible; entonces me dijo: -Fulana de Tal- y me contó la historia acaecida hacía cuarenta años, incluyendo su final esa mañana temprana en la esquina del Café la Bolsa, y remató “desde entonces no se de ella, pero la amo cada día más, y su indiferencia es la peor de las enfermedades” no dudé en tomar la historia y escribirla.

En febrero del año siguiente por este mismo medio lo publiqué como columna “cuando el silencio habla”, el impreso llegó a sus manos en Mayo y sin saber que la protagonista era ella, supo sin ninguna duda que era ella la que el columnista describía.

En ese momento la soledad era su sombra, pero al poco tiempo, llamó a mi amigo un 23 de mayo y llevaron a cabo uno de los romances más profundos de la vida real.

El primer encuentro fue en un parque de Estocolmo en un ameno café Bianchi & Cycles. Desde ese momento iniciaron unos amores silenciosos pero con la fuerza del Guatapurí en invierno y de eso hoy ya no queda nada (según ellos) “Se le olvido quererme” me dijo hace pocos días “pero  yo también estoy aprendiendo a olvidarla  puntualizó- el cree que yo le creí.

Recuerdo que muchas veces me decía que si no era muy cursi pretender bajarle unas estrellas del cielo, o aprender el arte de volar en escoba solo para llegar a su prohibida venta y verla dormir de noche. “ahora si estamos jodidos, después de viejos contrabandeando besos” me expresó un día.

Llegó él al atrevimiento de regalarle varias canciones de Rafael Manjarrés, y ella para no dejarse echar vaina le dio unas cuantas de Gustavo Gutiérrez; entonces el cantaba en voz alta: bésame todos los días… Pero me impactó de sobremanera verle las ganas a ella de meterse dentro de él para saber lo que estaba pensando, y las de él de no dejarla entrar por que de lo contrario ella se enteraría del diluvio de amor que le llovía por dentro “es mejor que no lo sepa porque pierdo” me dijo. Fueron unos amores como de un mundo raro.

Me da risa verlos hoy (a esta hora tiene que estarse el uno muriendo por el otro), unos sexagenarios enamorados jugando al olvido eterno, sin saber ellos que una columna les tatuó el alma, y en medio de aquel silencio severo los recuerdos gritan y por los pasillos de sus vidas solo se escuchan ecos de canciones de Poncho y  Emiliano, notas marcianas de Colacho y huellas sospechosas en  pieles perdidas.

Si ustedes me preguntan  como escritor cual ha sido la columna que mayor satisfacción me ha dado, sin duda les digo: “cuando el silencio habla” porque fue  donde vi los milagros de la literatura, el poder de las letras. No se molesten en preguntarme quienes son los protagonistas, solo les digo que no están en Valledupar por que se han dedicado a vivir el uno dentro del otro. Yo solo le digo a él: si aún te duele, aún te importa.

Columnista
30 agosto, 2013

Los milagros de la literatura

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Gregorio Guerrero Ramírez

En diciembre del 2009 le pregunté a un amigo adentrado en edad cual había sido el amor de su vida. Él se limitó a responderme con los ojos bañados de una brizna transparente, como de niño cuando quiere algo imposible.


Por José Gregorio 

En diciembre del 2009 le pregunté a un amigo adentrado en edad cual había sido el amor de su vida. Él se limitó a responderme con los ojos bañados de una brizna transparente, como de niño cuando quiere algo imposible; entonces me dijo: -Fulana de Tal- y me contó la historia acaecida hacía cuarenta años, incluyendo su final esa mañana temprana en la esquina del Café la Bolsa, y remató “desde entonces no se de ella, pero la amo cada día más, y su indiferencia es la peor de las enfermedades” no dudé en tomar la historia y escribirla.

En febrero del año siguiente por este mismo medio lo publiqué como columna “cuando el silencio habla”, el impreso llegó a sus manos en Mayo y sin saber que la protagonista era ella, supo sin ninguna duda que era ella la que el columnista describía.

En ese momento la soledad era su sombra, pero al poco tiempo, llamó a mi amigo un 23 de mayo y llevaron a cabo uno de los romances más profundos de la vida real.

El primer encuentro fue en un parque de Estocolmo en un ameno café Bianchi & Cycles. Desde ese momento iniciaron unos amores silenciosos pero con la fuerza del Guatapurí en invierno y de eso hoy ya no queda nada (según ellos) “Se le olvido quererme” me dijo hace pocos días “pero  yo también estoy aprendiendo a olvidarla  puntualizó- el cree que yo le creí.

Recuerdo que muchas veces me decía que si no era muy cursi pretender bajarle unas estrellas del cielo, o aprender el arte de volar en escoba solo para llegar a su prohibida venta y verla dormir de noche. “ahora si estamos jodidos, después de viejos contrabandeando besos” me expresó un día.

Llegó él al atrevimiento de regalarle varias canciones de Rafael Manjarrés, y ella para no dejarse echar vaina le dio unas cuantas de Gustavo Gutiérrez; entonces el cantaba en voz alta: bésame todos los días… Pero me impactó de sobremanera verle las ganas a ella de meterse dentro de él para saber lo que estaba pensando, y las de él de no dejarla entrar por que de lo contrario ella se enteraría del diluvio de amor que le llovía por dentro “es mejor que no lo sepa porque pierdo” me dijo. Fueron unos amores como de un mundo raro.

Me da risa verlos hoy (a esta hora tiene que estarse el uno muriendo por el otro), unos sexagenarios enamorados jugando al olvido eterno, sin saber ellos que una columna les tatuó el alma, y en medio de aquel silencio severo los recuerdos gritan y por los pasillos de sus vidas solo se escuchan ecos de canciones de Poncho y  Emiliano, notas marcianas de Colacho y huellas sospechosas en  pieles perdidas.

Si ustedes me preguntan  como escritor cual ha sido la columna que mayor satisfacción me ha dado, sin duda les digo: “cuando el silencio habla” porque fue  donde vi los milagros de la literatura, el poder de las letras. No se molesten en preguntarme quienes son los protagonistas, solo les digo que no están en Valledupar por que se han dedicado a vivir el uno dentro del otro. Yo solo le digo a él: si aún te duele, aún te importa.