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Columnista - 7 julio, 2013

Y comparto tu dolor

Lo conozco desde hace tiempo, somos amigos incondicionales, hablamos con mucha frecuencia, sobre lo cotidiano, la gente, la vida, el arte, la escritura, la tristeza de tener una tragedia en casa, la alegría de un premio que se demoran en pagar cuando las necesidades del dinero, ganado con poemas, son muchas. Coincidimos en muchas apreciaciones sobre el existir, sobre la crueldad de los humanos que van lanzando críticas sin detenerse a pensar en la herida que pueden infligir; sobre los amigos lejanos, que quisieran estar en estos momentos aquí, y nos sentimos solitarios e incomprendidos.

Boton Wpp

Por Mary Daza Orozco

Lo conozco desde hace tiempo, somos amigos incondicionales, hablamos con mucha frecuencia, sobre lo cotidiano, la gente, la vida, el arte, la escritura, la tristeza de tener una tragedia en casa, la alegría de un premio que se demoran en pagar cuando las necesidades del dinero, ganado con poemas, son muchas. Coincidimos en muchas apreciaciones sobre el existir, sobre la crueldad de los humanos que van lanzando críticas sin detenerse a pensar en la herida que pueden infligir; sobre los amigos lejanos, que quisieran estar en estos momentos aquí, y nos sentimos solitarios e incomprendidos.

Ayer mi amigo, en su columna semanal, lanzó un grito de angustia, lo percibí y lo entendí perfectamente: no es fácil ver cómo la vida de todos los nuestros se va resquebrajando y amenaza con esfumarse y dejarnos solos. Él ha sido valiente, nunca pensé que lo fuera tanto, dada su sensibilidad de artista, el dolor y las circunstancias lo han llevado a demostrar una fortaleza y responsabilidad que ya quisieran muchos tener.

Yo bien pudiera decirle: cuando la vida crepita atizada por soledades y desencuentros, por tragedias y asomos de alegrías, hay un remedio infalible: la poesía. Es posible que te haga llorar (llanto liberador) o que te haga soñar, sonreír, ansiar; todo eso lo encuentras en versos, a veces amargos, es más, acompaña con dulce encanto, o exorciza malos momentos, ayuda a reparar estragos o a aceptarlos, pero en este caso ese no es un buen remedio, porque mi amigo está viviendo en carne propia el poema al dolor, a lo incomprensible, a lo trágico, a lo angustioso, a la espera y a la esperanza. Entonces hoy no es buen tema la poesía, tampoco el arte, ni la música, son atenuantes para sus momentos desesperados, pero al rato está otra vez observando el cuadro adolorido de los suyos y deseando tener el poder de ordenarles que se levanten y que la vida comience de nuevo.

Y dice mi amigo: “Hoy más que nunca me siento sin lugar a dónde recurrir a poner mi queja de desamparo, porque hasta lo que se supone diseñado para eso se vuelve en contra”, me duele su dolor, me entristece que sus días los pase dando tumbos en la casona familiar como buscando en los rincones, en el patio sombreado, en la historia escondida en las anchas paredes, la explicación al dolor que en rama, sin consideración, se le vino encima.

Ante sus Palabras Desesperadas, solo puedo decirle que tienen eco en mí, en la amistad de siempre, en mis pobres oraciones al Creador, en mi mano tendida siempre, en mis buenos deseos, en mi hombro listo para que repose su pesar. ¿Qué más puede brindar un amigo fuera de sentir el mismo dolor que el otro, compartirlo y tratar de que sus palabras no sean de desespero sino de aceptación de que todo eso es la vida y no hay una varita mágica para conjurarlo?   

Columnista
7 julio, 2013

Y comparto tu dolor

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Lo conozco desde hace tiempo, somos amigos incondicionales, hablamos con mucha frecuencia, sobre lo cotidiano, la gente, la vida, el arte, la escritura, la tristeza de tener una tragedia en casa, la alegría de un premio que se demoran en pagar cuando las necesidades del dinero, ganado con poemas, son muchas. Coincidimos en muchas apreciaciones sobre el existir, sobre la crueldad de los humanos que van lanzando críticas sin detenerse a pensar en la herida que pueden infligir; sobre los amigos lejanos, que quisieran estar en estos momentos aquí, y nos sentimos solitarios e incomprendidos.


Por Mary Daza Orozco

Lo conozco desde hace tiempo, somos amigos incondicionales, hablamos con mucha frecuencia, sobre lo cotidiano, la gente, la vida, el arte, la escritura, la tristeza de tener una tragedia en casa, la alegría de un premio que se demoran en pagar cuando las necesidades del dinero, ganado con poemas, son muchas. Coincidimos en muchas apreciaciones sobre el existir, sobre la crueldad de los humanos que van lanzando críticas sin detenerse a pensar en la herida que pueden infligir; sobre los amigos lejanos, que quisieran estar en estos momentos aquí, y nos sentimos solitarios e incomprendidos.

Ayer mi amigo, en su columna semanal, lanzó un grito de angustia, lo percibí y lo entendí perfectamente: no es fácil ver cómo la vida de todos los nuestros se va resquebrajando y amenaza con esfumarse y dejarnos solos. Él ha sido valiente, nunca pensé que lo fuera tanto, dada su sensibilidad de artista, el dolor y las circunstancias lo han llevado a demostrar una fortaleza y responsabilidad que ya quisieran muchos tener.

Yo bien pudiera decirle: cuando la vida crepita atizada por soledades y desencuentros, por tragedias y asomos de alegrías, hay un remedio infalible: la poesía. Es posible que te haga llorar (llanto liberador) o que te haga soñar, sonreír, ansiar; todo eso lo encuentras en versos, a veces amargos, es más, acompaña con dulce encanto, o exorciza malos momentos, ayuda a reparar estragos o a aceptarlos, pero en este caso ese no es un buen remedio, porque mi amigo está viviendo en carne propia el poema al dolor, a lo incomprensible, a lo trágico, a lo angustioso, a la espera y a la esperanza. Entonces hoy no es buen tema la poesía, tampoco el arte, ni la música, son atenuantes para sus momentos desesperados, pero al rato está otra vez observando el cuadro adolorido de los suyos y deseando tener el poder de ordenarles que se levanten y que la vida comience de nuevo.

Y dice mi amigo: “Hoy más que nunca me siento sin lugar a dónde recurrir a poner mi queja de desamparo, porque hasta lo que se supone diseñado para eso se vuelve en contra”, me duele su dolor, me entristece que sus días los pase dando tumbos en la casona familiar como buscando en los rincones, en el patio sombreado, en la historia escondida en las anchas paredes, la explicación al dolor que en rama, sin consideración, se le vino encima.

Ante sus Palabras Desesperadas, solo puedo decirle que tienen eco en mí, en la amistad de siempre, en mis pobres oraciones al Creador, en mi mano tendida siempre, en mis buenos deseos, en mi hombro listo para que repose su pesar. ¿Qué más puede brindar un amigo fuera de sentir el mismo dolor que el otro, compartirlo y tratar de que sus palabras no sean de desespero sino de aceptación de que todo eso es la vida y no hay una varita mágica para conjurarlo?