Refiere el libro del Génesis que Matusalén vivió la friolera de 979 años. Ningún otro personaje bíblico superó ese tope y ningún otro humano contó tantos años de vida, que en términos actuales resulta ser excesivo, al punto de hacer dudar de su veracidad.
Por Luis Augusto González Pimienta
Refiere el libro del Génesis que Matusalén vivió la friolera de 979 años. Ningún otro personaje bíblico superó ese tope y ningún otro humano contó tantos años de vida, que en términos actuales resulta ser excesivo, al punto de hacer dudar de su veracidad.
Sería necesario profundizar en el estudio del calendario que tuvo en cuenta el relator del libro sagrado para determinar de qué manera se puede llegar a ese límite. También valdría la pena indagar en qué difiere el conteo antiguo del moderno. Todo con el propósito de establecer por qué hoy en día nadie se aproxima a la edad de quien ha sido considerado desde entonces el símbolo de la longevidad.
Hace algunos años ocurrió unsimpático episodio que podría dar explicación a la larga edad de Matusalén. Paso a contarlo.
Un martes de junio apareció en la página social de este diario mi retrato con el pie de foto que indicaba que me encontraba de cumpleaños. Grande fue mi sorpresa porque eso no era cierto. Ese mismo día, haciendo eco a la noticia, mis amigos de las emisoras vallenatas de mayor sintonía también me felicitaron, deseándome larga vida. De allí en adelante, por obra y gracia de la revelación, comenzó la romería de felicitaciones. A las dos primeras personas que llamaron por teléfono les dije que había un error en el anuncio. Al percibir su desánimo, resolví, por cortesía, no repetir en lo sucesivo la aclaración y aceptar los parabienes. Debo confesar que empecé a disfrutarlo.
Los días subsiguientes sirvieron para que quienes no habían tenido la oportunidad de acercarse a mí o de llamarme me felicitaran, con cierto tono de aflicción por hacerlo tarde. Poco a poco se redoblaron las congratulaciones, en particular de familiares y allegados que, conocedores de la verdadera fecha, no se dejaron arrastrar por la corriente y lo hicieron el día que era. Algunas personas alcanzaron a felicitarme dos veces en días distintos.
Cumplida una semana proseguían las enhorabuenas. En este punto mi alborozo había superado los linderos de la dicha y comenzaba a decrecer hasta convertirse en molestia. Empezó a parecerme incómoda la situación. Agobiado, al décimo día no acepté llamadas ni visitas, en prevención de saludos lisonjeros. En total, fueron nueve días cumpliendo años. Comprendí entonces el poder de la publicidad y me compadecí de las figuras prominentes que sin tregua son acosadas a diario por motivos no propiamente halagüeños.
Cuando por fin cesaron las felicitaciones me quedó elaborada la teoría: si cada año cumplo nueve o más veces, está cercano el día en que me aproxime a la edad de Matusalén.
Refiere el libro del Génesis que Matusalén vivió la friolera de 979 años. Ningún otro personaje bíblico superó ese tope y ningún otro humano contó tantos años de vida, que en términos actuales resulta ser excesivo, al punto de hacer dudar de su veracidad.
Por Luis Augusto González Pimienta
Refiere el libro del Génesis que Matusalén vivió la friolera de 979 años. Ningún otro personaje bíblico superó ese tope y ningún otro humano contó tantos años de vida, que en términos actuales resulta ser excesivo, al punto de hacer dudar de su veracidad.
Sería necesario profundizar en el estudio del calendario que tuvo en cuenta el relator del libro sagrado para determinar de qué manera se puede llegar a ese límite. También valdría la pena indagar en qué difiere el conteo antiguo del moderno. Todo con el propósito de establecer por qué hoy en día nadie se aproxima a la edad de quien ha sido considerado desde entonces el símbolo de la longevidad.
Hace algunos años ocurrió unsimpático episodio que podría dar explicación a la larga edad de Matusalén. Paso a contarlo.
Un martes de junio apareció en la página social de este diario mi retrato con el pie de foto que indicaba que me encontraba de cumpleaños. Grande fue mi sorpresa porque eso no era cierto. Ese mismo día, haciendo eco a la noticia, mis amigos de las emisoras vallenatas de mayor sintonía también me felicitaron, deseándome larga vida. De allí en adelante, por obra y gracia de la revelación, comenzó la romería de felicitaciones. A las dos primeras personas que llamaron por teléfono les dije que había un error en el anuncio. Al percibir su desánimo, resolví, por cortesía, no repetir en lo sucesivo la aclaración y aceptar los parabienes. Debo confesar que empecé a disfrutarlo.
Los días subsiguientes sirvieron para que quienes no habían tenido la oportunidad de acercarse a mí o de llamarme me felicitaran, con cierto tono de aflicción por hacerlo tarde. Poco a poco se redoblaron las congratulaciones, en particular de familiares y allegados que, conocedores de la verdadera fecha, no se dejaron arrastrar por la corriente y lo hicieron el día que era. Algunas personas alcanzaron a felicitarme dos veces en días distintos.
Cumplida una semana proseguían las enhorabuenas. En este punto mi alborozo había superado los linderos de la dicha y comenzaba a decrecer hasta convertirse en molestia. Empezó a parecerme incómoda la situación. Agobiado, al décimo día no acepté llamadas ni visitas, en prevención de saludos lisonjeros. En total, fueron nueve días cumpliendo años. Comprendí entonces el poder de la publicidad y me compadecí de las figuras prominentes que sin tregua son acosadas a diario por motivos no propiamente halagüeños.
Cuando por fin cesaron las felicitaciones me quedó elaborada la teoría: si cada año cumplo nueve o más veces, está cercano el día en que me aproxime a la edad de Matusalén.