Valledupar, Ciudad Ecológica de Colombia. Recuperemos y Conservemos las cuencas de los ríos Guatapurí y Cesar.
Por: Hernán Maestre Martínez
Valledupar, Ciudad Ecológica de Colombia. Recuperemos y Conservemos las cuencas de los ríos Guatapurí y Cesar. Hagamos causa común para que el Embalse Los Besotes sea una realidad, es agua para vida en Valledupar, La Paz y San Diego. En Río 92, el mundo entero se movió en torno a la construcción de una nueva visión sobre el desarrollo y a poner en marcha el entonces recientemente elaborado concepto de desarrollo sostenible.
El ideario ambiental desde distintas perspectivas quedó plasmado, o eso se pensó, en los acuerdos que se firmaron como el Programa 21 (programa para el siglo XXI), y los dos Convenios sobre Diversidad Biológica (CDB), y la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CNUCC). El año 1992 marca una clara globalización del tema del ambiente y un aumento de esfuerzos locales en torno a la sostenibilidad, entendida de muy diferentes maneras, diferenciaciones que hoy día se han tomado opuestas y contrapuestas.
A partir de ahí por lo menos en América Latina, ese ideario se consignó en los textos constitucionales y legales que incluyeron como meta la sostenibilidad, y trataron de incorporar los mayores estándares hasta llegar hace pocos años al Ecuador, que se apuntó, por los derechos de la naturaleza, expresión máxima de la importancia otorgada al tema. Y en una institucionalidad creada a partir de ese hito que dotó a los países de ministerios y secretarias responsables de la cuestión ambiental. También los planes de desarrollo de los estados reflejaron esta variable.
Poco a poco se permitió una mayor participación ciudadana en el debate, aun cuando menos en las decisiones que impactaron el medio ambiente, pero podría decirse que hubo una modernización de la estructura estatal para abordar el tema ambiental. A la par de esos esfuerzos la economía como motor del desarrollo siguió su propia dinámica, y los esfuerzos por crearle límites fueron casi nulos, apenas esbozados si acaso por la exigencia de estudios de impacto ambiental a algunas actividades. Lo que sí se instaló fue una conciencia creciente sobre los derechos, y el ambientalismo como movimiento, desde lo local hasta lo global, salió al paso de los continuos incumplimientos de lo pactado en Rio 92, reclamando coherencia con los compromisos.
Lo que tal vez no se midió es que el modelo sí era coherente y que los límites estaban impuestos desde el mismo concepto de sostenibilidad el cual impregnó todos los discursos desde la banca multilateral, los gobiernos, las empresas y la ciudadanía.
Valledupar, Ciudad Ecológica de Colombia. Recuperemos y Conservemos las cuencas de los ríos Guatapurí y Cesar.
Por: Hernán Maestre Martínez
Valledupar, Ciudad Ecológica de Colombia. Recuperemos y Conservemos las cuencas de los ríos Guatapurí y Cesar. Hagamos causa común para que el Embalse Los Besotes sea una realidad, es agua para vida en Valledupar, La Paz y San Diego. En Río 92, el mundo entero se movió en torno a la construcción de una nueva visión sobre el desarrollo y a poner en marcha el entonces recientemente elaborado concepto de desarrollo sostenible.
El ideario ambiental desde distintas perspectivas quedó plasmado, o eso se pensó, en los acuerdos que se firmaron como el Programa 21 (programa para el siglo XXI), y los dos Convenios sobre Diversidad Biológica (CDB), y la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CNUCC). El año 1992 marca una clara globalización del tema del ambiente y un aumento de esfuerzos locales en torno a la sostenibilidad, entendida de muy diferentes maneras, diferenciaciones que hoy día se han tomado opuestas y contrapuestas.
A partir de ahí por lo menos en América Latina, ese ideario se consignó en los textos constitucionales y legales que incluyeron como meta la sostenibilidad, y trataron de incorporar los mayores estándares hasta llegar hace pocos años al Ecuador, que se apuntó, por los derechos de la naturaleza, expresión máxima de la importancia otorgada al tema. Y en una institucionalidad creada a partir de ese hito que dotó a los países de ministerios y secretarias responsables de la cuestión ambiental. También los planes de desarrollo de los estados reflejaron esta variable.
Poco a poco se permitió una mayor participación ciudadana en el debate, aun cuando menos en las decisiones que impactaron el medio ambiente, pero podría decirse que hubo una modernización de la estructura estatal para abordar el tema ambiental. A la par de esos esfuerzos la economía como motor del desarrollo siguió su propia dinámica, y los esfuerzos por crearle límites fueron casi nulos, apenas esbozados si acaso por la exigencia de estudios de impacto ambiental a algunas actividades. Lo que sí se instaló fue una conciencia creciente sobre los derechos, y el ambientalismo como movimiento, desde lo local hasta lo global, salió al paso de los continuos incumplimientos de lo pactado en Rio 92, reclamando coherencia con los compromisos.
Lo que tal vez no se midió es que el modelo sí era coherente y que los límites estaban impuestos desde el mismo concepto de sostenibilidad el cual impregnó todos los discursos desde la banca multilateral, los gobiernos, las empresas y la ciudadanía.