Parecía la puerta de una iglesia, grande y ancha; por ahí ingresó un hombre que no media más de uno sesenta, pero se veía aún más pequeño; llevaba un sombrero blanco de paja, con una cinta negra y acordeón tercia´o a la espalda y allá al fondo de la casona, bajo un frondoso palo e mango, en sendas mecedoras de mimbre, dos hombres y dos mujeres conversaban animadamente; el músico aligeró el paso y con un ademán reverente saludó al cuarteto quitándose el sombrero. Serían las cuatro de la tarde de ese día de enero de 1968.
Por: Jorge Naín Ruiz
Parecía la puerta de una iglesia, grande y ancha; por ahí ingresó un hombre que no media más de uno sesenta, pero se veía aún más pequeño; llevaba un sombrero blanco de paja, con una cinta negra y acordeón tercia´o a la espalda y allá al fondo de la casona, bajo un frondoso palo e mango, en sendas mecedoras de mimbre, dos hombres y dos mujeres conversaban animadamente; el músico aligeró el paso y con un ademán reverente saludó al cuarteto quitándose el sombrero. Serían las cuatro de la tarde de ese día de enero de 1968.
Buenas tardes, Rafa; me dijiste que viniera y aquí estoy- expresó con una sonrisa el músico. –Bienvenido, Emilianito- dijo la más alta de las mujeres, invitándolo a sentarse en un taburete de cuero que ya le tenían estratégicamente ubicado.
Continuó diciendo la esbelta dama de impecable vestido blanco largo y bordado a mano, quien no revelaba más de unos 25 años: – imagínate, Emilianito, que el señor Gobernador quiere escuchar tus notas y le pidió a Rafa que te llamara; entonces yo creo que aquí se va a armá es una parranda, porque el compa Andrés Becerra no demora en llegar.
De inmediato el hombre de acento “cachaco” se levantó de su mecedora y con un abrazo fuerte saludó al músico y le dijo: -Hace mucho tiempo quería conocerte; Rafa me ha hablado maravillas de cómo tocas el acordeón y ya he escuchado algunas composiciones tuyas; me cuentan que también eres bueno para la Piqueria. Bueno, hoy es el día que estaba esperando.
El hombre al que llamaban Emilianito se puso su acordeón al pecho e inició la faena, nada menos que con La gota fría, sin caja ni guacharaca. La otra dama a quien todos llamaban doña Miriam, miró al Gobernador de reojo y le dijo: -Pollo, ese puede ser el primer Rey-
Consuelo, la del vestido blanco, le preguntó a Rafa: -Bueno y ¿tú no invitaste a “Colacho”?- y este con una sonrisa sarcástica y señalando la gran puerta de la casona le dijo: -Míralo ahí a´onde viene con su camina´o parsimonioso y su bendito sombrero.
Emilianito se levantó del taburete y recibió al otro músico con un abrazo fuerte; detrás de “Colacho” venían el cajero y el guacharaquero, y se cumplió lo que Consuelo había pronosticado.
Esa tarde Alfonso López, el Gobernador, Consuelo Araújo, La Cacica; Andrés Becerra, Miriam Pupo y Rafael Escalona llegaron a la conclusión de que a la fiesta de la Leyenda Vallenata había que incorporarle una competencia de acordeoneros…
Así nació el festival.
Parecía la puerta de una iglesia, grande y ancha; por ahí ingresó un hombre que no media más de uno sesenta, pero se veía aún más pequeño; llevaba un sombrero blanco de paja, con una cinta negra y acordeón tercia´o a la espalda y allá al fondo de la casona, bajo un frondoso palo e mango, en sendas mecedoras de mimbre, dos hombres y dos mujeres conversaban animadamente; el músico aligeró el paso y con un ademán reverente saludó al cuarteto quitándose el sombrero. Serían las cuatro de la tarde de ese día de enero de 1968.
Por: Jorge Naín Ruiz
Parecía la puerta de una iglesia, grande y ancha; por ahí ingresó un hombre que no media más de uno sesenta, pero se veía aún más pequeño; llevaba un sombrero blanco de paja, con una cinta negra y acordeón tercia´o a la espalda y allá al fondo de la casona, bajo un frondoso palo e mango, en sendas mecedoras de mimbre, dos hombres y dos mujeres conversaban animadamente; el músico aligeró el paso y con un ademán reverente saludó al cuarteto quitándose el sombrero. Serían las cuatro de la tarde de ese día de enero de 1968.
Buenas tardes, Rafa; me dijiste que viniera y aquí estoy- expresó con una sonrisa el músico. –Bienvenido, Emilianito- dijo la más alta de las mujeres, invitándolo a sentarse en un taburete de cuero que ya le tenían estratégicamente ubicado.
Continuó diciendo la esbelta dama de impecable vestido blanco largo y bordado a mano, quien no revelaba más de unos 25 años: – imagínate, Emilianito, que el señor Gobernador quiere escuchar tus notas y le pidió a Rafa que te llamara; entonces yo creo que aquí se va a armá es una parranda, porque el compa Andrés Becerra no demora en llegar.
De inmediato el hombre de acento “cachaco” se levantó de su mecedora y con un abrazo fuerte saludó al músico y le dijo: -Hace mucho tiempo quería conocerte; Rafa me ha hablado maravillas de cómo tocas el acordeón y ya he escuchado algunas composiciones tuyas; me cuentan que también eres bueno para la Piqueria. Bueno, hoy es el día que estaba esperando.
El hombre al que llamaban Emilianito se puso su acordeón al pecho e inició la faena, nada menos que con La gota fría, sin caja ni guacharaca. La otra dama a quien todos llamaban doña Miriam, miró al Gobernador de reojo y le dijo: -Pollo, ese puede ser el primer Rey-
Consuelo, la del vestido blanco, le preguntó a Rafa: -Bueno y ¿tú no invitaste a “Colacho”?- y este con una sonrisa sarcástica y señalando la gran puerta de la casona le dijo: -Míralo ahí a´onde viene con su camina´o parsimonioso y su bendito sombrero.
Emilianito se levantó del taburete y recibió al otro músico con un abrazo fuerte; detrás de “Colacho” venían el cajero y el guacharaquero, y se cumplió lo que Consuelo había pronosticado.
Esa tarde Alfonso López, el Gobernador, Consuelo Araújo, La Cacica; Andrés Becerra, Miriam Pupo y Rafael Escalona llegaron a la conclusión de que a la fiesta de la Leyenda Vallenata había que incorporarle una competencia de acordeoneros…
Así nació el festival.