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Columnista - 17 marzo, 2013

Mujeres y sociedad

Las mujeres parecemos condenadas a repetir cada año, el 8 de marzo, el mismo listado de cosas que nos afectan y a insistir en nuestros reclamos por una sociedad más justa y más igualitaria

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Por: Imelda Daza Cotes

Las mujeres parecemos condenadas a repetir cada año, el 8 de marzo, el mismo listado de cosas que nos afectan y a insistir en nuestros reclamos por una sociedad más justa y más igualitaria. Somos la mitad de la pareja, la mitad de la población del mundo y por lo tanto la mitad de la sociedad; sin embargo, cargamos en mayor proporción con los males de la humanidad; resulta inaceptable que sea tan escasa nuestra capacidad de actuar para superar tantas injusticias. Ciertamente algo hemos avanzado en cuanto a oportunidades educativas, pero falta muchísimo por resolver en otros campos

La mayoría hemos nacido y vivido en sociedades patriarcales que, sostenidas sobre todo en creencias religiosas, han relegado a la mujer a papeles que se dicen propios del sexo débil. Desde siempre nos fueron asignados los ingratos, aunque indispensables, oficios del hogar que ningún país del mundo incluye en las Cuentas Nacionales a la hora de calcular el Producto Interno Bruto. Se dice que no es un trabajo remunerado y por eso no se puede cuantificar, pero se estima en un tercio de la producción de cada país. Ese es el tamaño de la deuda económica que la sociedad tiene con las amas de casa, que deberían por eso tener derecho a la jubilación y tendría que sumar a la hora de calcular la pensión para las mujeres trabajadoras fuera del hogar

La falta de oportunidades, las limitaciones al libre ejercicio de derechos y sobre todo la violencia en todas sus formas son los peores males. Las estadísticas no ceden, los asesinatos de mujeres por parte de sus parejas ocurren a diario en buena parte del mundo. Pero, desde luego, los problemas no afectan por igual a todas. Las hay muy favorecidas y bien acomodadas al injusto orden de cosas, pero ellas son escasa minoría. Las demás soportan en mayor o menor grado las carencias, los maltratos, el sometimiento, las privaciones, la doble carga laboral y como si fuera poco hay que cargar con la responsabilidad moral de una sociedad que censura en la mujer mucho de lo que en el hombre aplaude

Pero la lucha por la emancipación femenina no es tarea exenta de riesgos pues en ocasiones ha llevado a la mujer a una especie de avasallamiento masculino que apoyado en los medios y en la moda tiende a esclavizarla. La liberación mal interpretada conduce a veces a un destape cosificador del cuerpo femenino y lo convierte en un objeto decorativo del paisaje social donde desfilan jóvenes bulímicas, anoréxicas, remodeladas unas y “rejuvenecidas” otras a punta de bisturíes e implantes que además inoculan en su imaginario y en sus conciencias el afán esclavizante por competir entre ellas y/o por lograr la aprobación masculina como única recompensa. Por supuesto ese modelo de mujer no corresponde para nada a la mayoría de las mujeres del mundo que no son rubias, ni escuálidas sino auténticas indígenas, africanas, asiáticas o mestizas más dueñas de un sentir propio

En el campo laboral la discriminación contra la mujer es un oprobio. Se da en muchas formas. Con frecuencia se reclaman cuotas políticas como solución y son muchos los gobiernos que exhiben rostros femeninos en altos cargos, igualmente abundan las ejecutivas de importantes consorcios y empresas así como una que otra presidenta. Pero la condición femenina no es en sí mismo garantía de mucho. Abundan los ejemplos de mujeres promotoras de políticas contrarias a las mayorías, las hay que aplican con rigor recortes neoliberales para tratar de superar la crisis europea, otras promueven guerras, son corruptas e indolentes, igualmente hay empresarias que sin compasión alguna discriminan a otras mujeres. Es decir, muchas mujeres acceden al poder sin una mirada crítica del poder masculino, sin una visión política desde la femineidad, comprometida con la causa de la justicia. En realidad todo se reduce al reemplazo de un hombre por una mujer para que todo siga igual. Por ahí no es la cosa

La verdadera liberación femenina tiene que pasar por la reorientación de la educación en nuevos valores y por la adquisición de nuevos saberes que le permitan por igual a hombres y mujeres aprovechar todas sus capacidades y potencialidades. Las mujeres tenemos que cuestionar el concepto de poder, reivindicar nuestros derechos con firmeza y valentía, luchar contra la violencia de género y contra la discriminación, por una sociedad donde la procreación sea un acto libre y voluntario y donde al lado de los hombres y con ellos, podamos construir un mundo donde prevalezca la paz y donde sea posible la igualdad y la fraternidad

 

 

Columnista
17 marzo, 2013

Mujeres y sociedad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Imelda Daza Cotes

Las mujeres parecemos condenadas a repetir cada año, el 8 de marzo, el mismo listado de cosas que nos afectan y a insistir en nuestros reclamos por una sociedad más justa y más igualitaria


Por: Imelda Daza Cotes

Las mujeres parecemos condenadas a repetir cada año, el 8 de marzo, el mismo listado de cosas que nos afectan y a insistir en nuestros reclamos por una sociedad más justa y más igualitaria. Somos la mitad de la pareja, la mitad de la población del mundo y por lo tanto la mitad de la sociedad; sin embargo, cargamos en mayor proporción con los males de la humanidad; resulta inaceptable que sea tan escasa nuestra capacidad de actuar para superar tantas injusticias. Ciertamente algo hemos avanzado en cuanto a oportunidades educativas, pero falta muchísimo por resolver en otros campos

La mayoría hemos nacido y vivido en sociedades patriarcales que, sostenidas sobre todo en creencias religiosas, han relegado a la mujer a papeles que se dicen propios del sexo débil. Desde siempre nos fueron asignados los ingratos, aunque indispensables, oficios del hogar que ningún país del mundo incluye en las Cuentas Nacionales a la hora de calcular el Producto Interno Bruto. Se dice que no es un trabajo remunerado y por eso no se puede cuantificar, pero se estima en un tercio de la producción de cada país. Ese es el tamaño de la deuda económica que la sociedad tiene con las amas de casa, que deberían por eso tener derecho a la jubilación y tendría que sumar a la hora de calcular la pensión para las mujeres trabajadoras fuera del hogar

La falta de oportunidades, las limitaciones al libre ejercicio de derechos y sobre todo la violencia en todas sus formas son los peores males. Las estadísticas no ceden, los asesinatos de mujeres por parte de sus parejas ocurren a diario en buena parte del mundo. Pero, desde luego, los problemas no afectan por igual a todas. Las hay muy favorecidas y bien acomodadas al injusto orden de cosas, pero ellas son escasa minoría. Las demás soportan en mayor o menor grado las carencias, los maltratos, el sometimiento, las privaciones, la doble carga laboral y como si fuera poco hay que cargar con la responsabilidad moral de una sociedad que censura en la mujer mucho de lo que en el hombre aplaude

Pero la lucha por la emancipación femenina no es tarea exenta de riesgos pues en ocasiones ha llevado a la mujer a una especie de avasallamiento masculino que apoyado en los medios y en la moda tiende a esclavizarla. La liberación mal interpretada conduce a veces a un destape cosificador del cuerpo femenino y lo convierte en un objeto decorativo del paisaje social donde desfilan jóvenes bulímicas, anoréxicas, remodeladas unas y “rejuvenecidas” otras a punta de bisturíes e implantes que además inoculan en su imaginario y en sus conciencias el afán esclavizante por competir entre ellas y/o por lograr la aprobación masculina como única recompensa. Por supuesto ese modelo de mujer no corresponde para nada a la mayoría de las mujeres del mundo que no son rubias, ni escuálidas sino auténticas indígenas, africanas, asiáticas o mestizas más dueñas de un sentir propio

En el campo laboral la discriminación contra la mujer es un oprobio. Se da en muchas formas. Con frecuencia se reclaman cuotas políticas como solución y son muchos los gobiernos que exhiben rostros femeninos en altos cargos, igualmente abundan las ejecutivas de importantes consorcios y empresas así como una que otra presidenta. Pero la condición femenina no es en sí mismo garantía de mucho. Abundan los ejemplos de mujeres promotoras de políticas contrarias a las mayorías, las hay que aplican con rigor recortes neoliberales para tratar de superar la crisis europea, otras promueven guerras, son corruptas e indolentes, igualmente hay empresarias que sin compasión alguna discriminan a otras mujeres. Es decir, muchas mujeres acceden al poder sin una mirada crítica del poder masculino, sin una visión política desde la femineidad, comprometida con la causa de la justicia. En realidad todo se reduce al reemplazo de un hombre por una mujer para que todo siga igual. Por ahí no es la cosa

La verdadera liberación femenina tiene que pasar por la reorientación de la educación en nuevos valores y por la adquisición de nuevos saberes que le permitan por igual a hombres y mujeres aprovechar todas sus capacidades y potencialidades. Las mujeres tenemos que cuestionar el concepto de poder, reivindicar nuestros derechos con firmeza y valentía, luchar contra la violencia de género y contra la discriminación, por una sociedad donde la procreación sea un acto libre y voluntario y donde al lado de los hombres y con ellos, podamos construir un mundo donde prevalezca la paz y donde sea posible la igualdad y la fraternidad