Publicidad
Categorías
Categorías
General - 12 diciembre, 2012

“…Es un buen tipo mi viejo…”

“Aguantamos mucha hambre, como animalitos abandonados en las calles”, dice, mientras las arrugas de su rostro, marcas imbatibles de los años, se intensifican y su mirada cansada expresa tristeza o tal vez esperanza de continuar batallando, sus manos guardan las cicatrices de un pasado de trabajo.

Boton Wpp

Dios tarda, pero nunca olvida, es el nombre de la fundación que resguarda a diez adultos mayores, la mayoría de ellos abandonados a su suerte por sus familiares.  

Por: Karen Liliana Pérez

“Aguantamos mucha hambre, como animalitos abandonados en las calles”, dice, mientras las arrugas de su rostro, marcas imbatibles de los años, se intensifican y su mirada cansada expresa tristeza o tal vez esperanza de continuar batallando, sus manos guardan las cicatrices de un pasado de trabajo, su cuerpo con cierta agilidad a pesar de sus ochenta y nueve años,  sigue con la fuerza que da el deseo de no dejarse vencer. Él es, Marcial Pacheco, un anciano que se dedica a cuidar como si fuesen hermanos a nueve adultos mayores.

Al estilo más costumbrista de la región: sandalias tres puntá, pantalón de tela y camisa de colores desvaídos; en brazo izquierdo usa un accesorio de fina coquetería, un reloj color plateado. Marcial nos recibe en su hogar, en la terraza donde todos se disponen a comer a las horas establecidas. Nos atiende con amabilidad y educación, la misma que caracteriza a las personas de su época.

Nos sentamos junto a él y al lado contiguo de Marcial está otro anciano, nos observa  con atención y escucha cada palabra de nuestra charla.  “Aguantamos más hambre que los perritos callejeros”, fue la frase expresada por él cuando iniciamos la conversación. Y es que, ellos se sostienen con la buena fe de algunas personas del sector que  les llevan mercados y algunos implementos de aseo.

“Nos tiraron aquí como como fardos inservibles y aguantamos más hambre como le estoy diciendo, porque las anteriores administraciones municipales nos ubicaron acá y nos dejaron a la deriva”, afirma Marcial Pacheco, en su afán por recibir la ayuda que tanto necesitan y que -según él- le corresponde a la Primera Dama de la ciudad, a quien nunca vemos por acá.

 Marcial respiró profundo, se tomó tiempo quizás para apartar un triste recuerdo,  y nos habló sobre él, echó su cuerpo hacia atrás para acomodarse bien en la silla, empezó a recordar: “Yo nací el cuatro de enero de 1924, en Magangué, Bolívar, allí vivía con mis padres, pero cuando hubo la abonanza del algodón llegué acá y me gustó Valledupar. Como venia a recolectar algodón llegué a una finca que se llamaba El Carmen, cerca de Valencia de Jesús donde me apreciaron mucho y, luego vi a unos viejos por ahí y el mismo Dios me dijo recoge a esos viejitos”.

Como un llamado de Dios, así define la labor social que realiza hace doce años, al ofrecer una casa y alimentación a personas olvidadas por sus familiares. Dice que ha sido duro ver partir,  por el llamado del Señor, a once abuelos. “Se han muerto once viejitos, antes cuando vivíamos en el barrio Las Manuelitas, se murieron seis y acá, en Los Mayales,  se han muerto cinco”, dijo con un gesto de resignación.
“Hay dos ancianos en sillas de rueda, a ellos los baño, los cambio y, además tengo que pagar el crédito en la tienda. Esto es duro no vayan a creer que es fácil”,  asegura Marcial, con un gesto de preocupación.
 
“…Como perdonando el tiempo…”

A las cinco de la mañana y Marcial ya está preparando el café, junto con Sobeida Gómez, la ´Chiqui´, su compañera, recorren la habitación donde duermen sus amigos, después de una hora llega la señora Ana, quien prepara el desayuno.

“Nosotros comemos lo que haya, si hay huevo comemos huevo y sino hay nada no comemos nada”, dice con sus anhelos ardientes de continuar con la labor que realiza día a día por más de doce años.
Al medio día, sin mayores contratiempos se disponen a almorzar en el mismo lugar donde Marcial nos atendió. Con pasos lerdos, ‘como perdonando el tiempo’, llega Hugo Manotas, el del bastón, y con ayuda de los demás llegan: Luis Bahena y José Sarmiento, en sillas de rueda.

Como si fueran niños, juegan entre ellos y hasta se burlan de sus problemas, problemas que según ellos se solucionan con amor.

Amor que para Marcial, #no tiene edad ni fecha de calendario. Uno con la mujer se enamora todos los días y realiza todo con muchas ganas”, al referirse de la ´Chiqui´, su novia de más de ocho años de relación.

“…Soy tu silencio…”

Sebastián Pertuz, de sesenta y seis años, en su silla sosteniéndose con su bastón pese a una trombosis que padeció, comenta con una sonrisa que ha vivido momentos felices en la Fundación, en su gran familia. “A veces vienen personas de la iglesia para cantar alabanzas y nos sentimos maravillados al ver como los jóvenes nos tratan con amor y sentimos que alguien nos quiere, eso nos hace sentir importantes”.

A pesar de que se sienten abandonados, en la casa no hay ambientes de rencores, ni de amarguras, sólo paciencia, la paciencia que dan los años; hay esperanza, mucha esperanza en que la tardía ayuda de la administración municipal llegue, mientras tanto contarán con  ángeles como Marcial que estará ahí para ayudar, para compartir, para acompañarlos hasta el fin.

General
12 diciembre, 2012

“…Es un buen tipo mi viejo…”

“Aguantamos mucha hambre, como animalitos abandonados en las calles”, dice, mientras las arrugas de su rostro, marcas imbatibles de los años, se intensifican y su mirada cansada expresa tristeza o tal vez esperanza de continuar batallando, sus manos guardan las cicatrices de un pasado de trabajo.


Boton Wpp

Dios tarda, pero nunca olvida, es el nombre de la fundación que resguarda a diez adultos mayores, la mayoría de ellos abandonados a su suerte por sus familiares.  

Por: Karen Liliana Pérez

“Aguantamos mucha hambre, como animalitos abandonados en las calles”, dice, mientras las arrugas de su rostro, marcas imbatibles de los años, se intensifican y su mirada cansada expresa tristeza o tal vez esperanza de continuar batallando, sus manos guardan las cicatrices de un pasado de trabajo, su cuerpo con cierta agilidad a pesar de sus ochenta y nueve años,  sigue con la fuerza que da el deseo de no dejarse vencer. Él es, Marcial Pacheco, un anciano que se dedica a cuidar como si fuesen hermanos a nueve adultos mayores.

Al estilo más costumbrista de la región: sandalias tres puntá, pantalón de tela y camisa de colores desvaídos; en brazo izquierdo usa un accesorio de fina coquetería, un reloj color plateado. Marcial nos recibe en su hogar, en la terraza donde todos se disponen a comer a las horas establecidas. Nos atiende con amabilidad y educación, la misma que caracteriza a las personas de su época.

Nos sentamos junto a él y al lado contiguo de Marcial está otro anciano, nos observa  con atención y escucha cada palabra de nuestra charla.  “Aguantamos más hambre que los perritos callejeros”, fue la frase expresada por él cuando iniciamos la conversación. Y es que, ellos se sostienen con la buena fe de algunas personas del sector que  les llevan mercados y algunos implementos de aseo.

“Nos tiraron aquí como como fardos inservibles y aguantamos más hambre como le estoy diciendo, porque las anteriores administraciones municipales nos ubicaron acá y nos dejaron a la deriva”, afirma Marcial Pacheco, en su afán por recibir la ayuda que tanto necesitan y que -según él- le corresponde a la Primera Dama de la ciudad, a quien nunca vemos por acá.

 Marcial respiró profundo, se tomó tiempo quizás para apartar un triste recuerdo,  y nos habló sobre él, echó su cuerpo hacia atrás para acomodarse bien en la silla, empezó a recordar: “Yo nací el cuatro de enero de 1924, en Magangué, Bolívar, allí vivía con mis padres, pero cuando hubo la abonanza del algodón llegué acá y me gustó Valledupar. Como venia a recolectar algodón llegué a una finca que se llamaba El Carmen, cerca de Valencia de Jesús donde me apreciaron mucho y, luego vi a unos viejos por ahí y el mismo Dios me dijo recoge a esos viejitos”.

Como un llamado de Dios, así define la labor social que realiza hace doce años, al ofrecer una casa y alimentación a personas olvidadas por sus familiares. Dice que ha sido duro ver partir,  por el llamado del Señor, a once abuelos. “Se han muerto once viejitos, antes cuando vivíamos en el barrio Las Manuelitas, se murieron seis y acá, en Los Mayales,  se han muerto cinco”, dijo con un gesto de resignación.
“Hay dos ancianos en sillas de rueda, a ellos los baño, los cambio y, además tengo que pagar el crédito en la tienda. Esto es duro no vayan a creer que es fácil”,  asegura Marcial, con un gesto de preocupación.
 
“…Como perdonando el tiempo…”

A las cinco de la mañana y Marcial ya está preparando el café, junto con Sobeida Gómez, la ´Chiqui´, su compañera, recorren la habitación donde duermen sus amigos, después de una hora llega la señora Ana, quien prepara el desayuno.

“Nosotros comemos lo que haya, si hay huevo comemos huevo y sino hay nada no comemos nada”, dice con sus anhelos ardientes de continuar con la labor que realiza día a día por más de doce años.
Al medio día, sin mayores contratiempos se disponen a almorzar en el mismo lugar donde Marcial nos atendió. Con pasos lerdos, ‘como perdonando el tiempo’, llega Hugo Manotas, el del bastón, y con ayuda de los demás llegan: Luis Bahena y José Sarmiento, en sillas de rueda.

Como si fueran niños, juegan entre ellos y hasta se burlan de sus problemas, problemas que según ellos se solucionan con amor.

Amor que para Marcial, #no tiene edad ni fecha de calendario. Uno con la mujer se enamora todos los días y realiza todo con muchas ganas”, al referirse de la ´Chiqui´, su novia de más de ocho años de relación.

“…Soy tu silencio…”

Sebastián Pertuz, de sesenta y seis años, en su silla sosteniéndose con su bastón pese a una trombosis que padeció, comenta con una sonrisa que ha vivido momentos felices en la Fundación, en su gran familia. “A veces vienen personas de la iglesia para cantar alabanzas y nos sentimos maravillados al ver como los jóvenes nos tratan con amor y sentimos que alguien nos quiere, eso nos hace sentir importantes”.

A pesar de que se sienten abandonados, en la casa no hay ambientes de rencores, ni de amarguras, sólo paciencia, la paciencia que dan los años; hay esperanza, mucha esperanza en que la tardía ayuda de la administración municipal llegue, mientras tanto contarán con  ángeles como Marcial que estará ahí para ayudar, para compartir, para acompañarlos hasta el fin.