MISCELÁNEA Por: Luis Augusto González Pimienta Felipe Zuleta Lleras escribió en el diario EL ESPECTADOR una columna titulada “Trivialidades”. En ella se duele de cómo el periodismo colombiano pasa sin solución de continuidad de los grandes problemas que afectan al país, a deleitarse con la presentación de Madonna en Medellín, con el embarazo de Shakira, […]
MISCELÁNEA
Por: Luis Augusto González Pimienta
Felipe Zuleta Lleras escribió en el diario EL ESPECTADOR una columna titulada “Trivialidades”. En ella se duele de cómo el periodismo colombiano pasa sin solución de continuidad de los grandes problemas que afectan al país, a deleitarse con la presentación de Madonna en Medellín, con el embarazo de Shakira, con el busto de Sofía Vergara o con la noticia de la supuesta amante de Falcao.
El reconocido periodista encuentra en la saturación de noticias de alto impacto la causa de ese tránsito a la futilidad.
Refiere su experiencia de cuando tuvo que partir hacia el Canadá por las amenazas de las Farc, y su extrañeza por los hechos que destacaba la prensa de ese país. Puso como ejemplo la insólita presencia de un oso en un barrio residencial, que dio pie para que durante ocho días solo se escribiera sobre los peligros de ser atacado por uno de esos plantígrados. No tardó en comprender que en una nación civilizada, con todas sus necesidades satisfechas, estas son las noticias que tienen repercusión.
En nuestro medio es preciso escapar de la angustia y el dolor que nos proporcionan las malas noticias, que por incesantes, únicamente se cuantifican. De allí que los noticiarios se ocupen de detallar el número de muertos y de heridos que dejó una incursión subversiva, una conflagración urbana, o la imparable actividad de la delincuencia común. A ninguno interesa examinar los móviles determinantes de esa violencia generalizada, ni la manera de enfrentarla.
Para combatir la zozobra nada mejor que la frivolidad. Surgen entonces los temas livianos que nos aíslan del entorno, a tal punto, que somos considerados entre los países más felices del orbe. Las noticias de la farándula adquieren un estatus superior y una trascendencia inmerecida en la prensa. La televisión se desplaza entre novelas costumbristas, realities y transmisiones deportivas. La radio opta por la música y el humor. Y así nos la pasamos haciéndole el quite a la realidad.
La muestra perfecta de que lo insubstancial se tomó a nuestro país nos la proporciona el Congreso de la República. En estos momentos se tramita un proyecto de ley para modificar la letra del himno nacional, considerada por algunos como una caricatura de poesía. En el tema de si las estrofas de nuestro himno carecen de estro poético no me inmiscuyo. Que opinen los que saben. Pero si meto baza en lo inane del tema.
No son muchos los colombianos que tienen conocimiento de que nuestro himno consta de un coro y once estrofas, y son contados los que se lo saben completo. Memorizarlo era una ingrata tarea de colegio que se olvidaba pronto por falta de repetición. Su reproducción pública en eventos ceremoniales se limita al coro y la primera estrofa, de manera que es inútil gastarle tiempo a reformar lo que no se va a escuchar, y mucho menos a cantar. Además, ¿quién garantiza la calidad de la reforma? ¿Están capacitados los congresistas y sus asesores en materia poética? Así los más afamados vates colombianos colaboren en la nueva redacción, ¿quién responde porque su propuesta no sufra modificaciones en las comisiones o en la plenaria, o que no se le introduzca un “mico”?
Dejemos el himno quieto y dediquemos nuestros esfuerzos a causas más sentidas y actuales. Incluso, hay frivolidades más rescatables.
MISCELÁNEA Por: Luis Augusto González Pimienta Felipe Zuleta Lleras escribió en el diario EL ESPECTADOR una columna titulada “Trivialidades”. En ella se duele de cómo el periodismo colombiano pasa sin solución de continuidad de los grandes problemas que afectan al país, a deleitarse con la presentación de Madonna en Medellín, con el embarazo de Shakira, […]
MISCELÁNEA
Por: Luis Augusto González Pimienta
Felipe Zuleta Lleras escribió en el diario EL ESPECTADOR una columna titulada “Trivialidades”. En ella se duele de cómo el periodismo colombiano pasa sin solución de continuidad de los grandes problemas que afectan al país, a deleitarse con la presentación de Madonna en Medellín, con el embarazo de Shakira, con el busto de Sofía Vergara o con la noticia de la supuesta amante de Falcao.
El reconocido periodista encuentra en la saturación de noticias de alto impacto la causa de ese tránsito a la futilidad.
Refiere su experiencia de cuando tuvo que partir hacia el Canadá por las amenazas de las Farc, y su extrañeza por los hechos que destacaba la prensa de ese país. Puso como ejemplo la insólita presencia de un oso en un barrio residencial, que dio pie para que durante ocho días solo se escribiera sobre los peligros de ser atacado por uno de esos plantígrados. No tardó en comprender que en una nación civilizada, con todas sus necesidades satisfechas, estas son las noticias que tienen repercusión.
En nuestro medio es preciso escapar de la angustia y el dolor que nos proporcionan las malas noticias, que por incesantes, únicamente se cuantifican. De allí que los noticiarios se ocupen de detallar el número de muertos y de heridos que dejó una incursión subversiva, una conflagración urbana, o la imparable actividad de la delincuencia común. A ninguno interesa examinar los móviles determinantes de esa violencia generalizada, ni la manera de enfrentarla.
Para combatir la zozobra nada mejor que la frivolidad. Surgen entonces los temas livianos que nos aíslan del entorno, a tal punto, que somos considerados entre los países más felices del orbe. Las noticias de la farándula adquieren un estatus superior y una trascendencia inmerecida en la prensa. La televisión se desplaza entre novelas costumbristas, realities y transmisiones deportivas. La radio opta por la música y el humor. Y así nos la pasamos haciéndole el quite a la realidad.
La muestra perfecta de que lo insubstancial se tomó a nuestro país nos la proporciona el Congreso de la República. En estos momentos se tramita un proyecto de ley para modificar la letra del himno nacional, considerada por algunos como una caricatura de poesía. En el tema de si las estrofas de nuestro himno carecen de estro poético no me inmiscuyo. Que opinen los que saben. Pero si meto baza en lo inane del tema.
No son muchos los colombianos que tienen conocimiento de que nuestro himno consta de un coro y once estrofas, y son contados los que se lo saben completo. Memorizarlo era una ingrata tarea de colegio que se olvidaba pronto por falta de repetición. Su reproducción pública en eventos ceremoniales se limita al coro y la primera estrofa, de manera que es inútil gastarle tiempo a reformar lo que no se va a escuchar, y mucho menos a cantar. Además, ¿quién garantiza la calidad de la reforma? ¿Están capacitados los congresistas y sus asesores en materia poética? Así los más afamados vates colombianos colaboren en la nueva redacción, ¿quién responde porque su propuesta no sufra modificaciones en las comisiones o en la plenaria, o que no se le introduzca un “mico”?
Dejemos el himno quieto y dediquemos nuestros esfuerzos a causas más sentidas y actuales. Incluso, hay frivolidades más rescatables.