Por: Luis Napoleón de Armas P. Conocí a Cecilia en 1957 cuando yo, con su hermano Miguel, compartía aulas en el Colegio Loperena. Era una mujer dulce, bella y arrolladora; sus ojos claros alumbraban su rostro moreno. Tendría algunos doce años y a pesar de que era una niña, todos querían ser el cuñado platónico […]
Por: Luis Napoleón de Armas P.
Conocí a Cecilia en 1957 cuando yo, con su hermano Miguel, compartía aulas en el Colegio Loperena. Era una mujer dulce, bella y arrolladora; sus ojos claros alumbraban su rostro moreno. Tendría algunos doce años y a pesar de que era una niña, todos querían ser el cuñado platónico de Miguel Meza pero se acomplejaban frente a su belleza. Ella nos trataba a todos por igual. Para entonces, ya digitaba el acordeón; puede decirse que ella fue la precursora femenina de ese difícil arte del vallenato. Fue una amiga ejemplar; siempre entonaba una sentida canción de Roberto Carlos titulada “quiero tener un millón de amigos”. Con ella trabajé en el ITUCE, donde era armoniosa y cálida con todos, era única y su presencia se notaba; pero la vida, quizás, no fue lo pródiga que ha debido ser con ella. Muy joven abandonó su Valledupar querido para autoexiiiarse en la gélida Bogotá que nunca más nos la devolvió, desarticulando su lograda red de amigos y admiradores que la querían ver en el pináculo del folclor vallenato. Todos nos moriremos pero hay muertes que no se justifican por lo prematuro: Ceci brilló como una pavesa en un firmamento escaso de estrellas pero dejó huellas y su estela siempre la veremos;no hay derecho a que las estrellas se apaguen. ¿Quién no la recuerda ejecutando su acordeón si en su época eso era inaudito?. Cecilia era singular, nunca perdió su sencillez y humildad. Hace algunos meses me la encontré en la iglesia de las Tres Avemarías donde aprovechamos para recordar vivencias y cosas del viejo Valle: Alonso Fernández Oñate y Rita Fernández, que hacían parte de su entorno más cercano; hablamos del Loperena y de la Sagrada Familia; del Buey Mariposoy del Chorro Balín, y tantos personajes de esa época; ese es el Valle que todos recordamos y quisiéramos volver a ver, con casitas de tejas coloradas como dijo el inolvidable “Veje” en su canción.
La noté desmejorada pero guardé silencio; jamás pensé que nunca la volvería a ver pese a que su salud se veía marchita. Valledupar ha perdido uno de los eslabones del vallenato y sus amigos una cantera de bondades. No pude estar en sus exequias pero me uno al dolor de su familia, en especial al de Aura Reales, su madre, que deben estar orgullosos de haberla tenido. Pero Ceci vivirá entre los que tuvimos la dicha de conocerla. Paz en su tumba.
Por: Luis Napoleón de Armas P. Conocí a Cecilia en 1957 cuando yo, con su hermano Miguel, compartía aulas en el Colegio Loperena. Era una mujer dulce, bella y arrolladora; sus ojos claros alumbraban su rostro moreno. Tendría algunos doce años y a pesar de que era una niña, todos querían ser el cuñado platónico […]
Por: Luis Napoleón de Armas P.
Conocí a Cecilia en 1957 cuando yo, con su hermano Miguel, compartía aulas en el Colegio Loperena. Era una mujer dulce, bella y arrolladora; sus ojos claros alumbraban su rostro moreno. Tendría algunos doce años y a pesar de que era una niña, todos querían ser el cuñado platónico de Miguel Meza pero se acomplejaban frente a su belleza. Ella nos trataba a todos por igual. Para entonces, ya digitaba el acordeón; puede decirse que ella fue la precursora femenina de ese difícil arte del vallenato. Fue una amiga ejemplar; siempre entonaba una sentida canción de Roberto Carlos titulada “quiero tener un millón de amigos”. Con ella trabajé en el ITUCE, donde era armoniosa y cálida con todos, era única y su presencia se notaba; pero la vida, quizás, no fue lo pródiga que ha debido ser con ella. Muy joven abandonó su Valledupar querido para autoexiiiarse en la gélida Bogotá que nunca más nos la devolvió, desarticulando su lograda red de amigos y admiradores que la querían ver en el pináculo del folclor vallenato. Todos nos moriremos pero hay muertes que no se justifican por lo prematuro: Ceci brilló como una pavesa en un firmamento escaso de estrellas pero dejó huellas y su estela siempre la veremos;no hay derecho a que las estrellas se apaguen. ¿Quién no la recuerda ejecutando su acordeón si en su época eso era inaudito?. Cecilia era singular, nunca perdió su sencillez y humildad. Hace algunos meses me la encontré en la iglesia de las Tres Avemarías donde aprovechamos para recordar vivencias y cosas del viejo Valle: Alonso Fernández Oñate y Rita Fernández, que hacían parte de su entorno más cercano; hablamos del Loperena y de la Sagrada Familia; del Buey Mariposoy del Chorro Balín, y tantos personajes de esa época; ese es el Valle que todos recordamos y quisiéramos volver a ver, con casitas de tejas coloradas como dijo el inolvidable “Veje” en su canción.
La noté desmejorada pero guardé silencio; jamás pensé que nunca la volvería a ver pese a que su salud se veía marchita. Valledupar ha perdido uno de los eslabones del vallenato y sus amigos una cantera de bondades. No pude estar en sus exequias pero me uno al dolor de su familia, en especial al de Aura Reales, su madre, que deben estar orgullosos de haberla tenido. Pero Ceci vivirá entre los que tuvimos la dicha de conocerla. Paz en su tumba.