El problema del control y manejo del espacio público es uno de los más complejos de las ciudades de América Latina y Colombia. Día a día, cientos de vendedores ambulantes de comidas, de minutos a celular, de chance, etc, tratan de apropiarse de una pequeña parte del espacio público para rebuscarse el ingreso diario. Es […]
El problema del control y manejo del espacio público es uno de los más complejos de las ciudades de América Latina y Colombia. Día a día, cientos de vendedores ambulantes de comidas, de minutos a celular, de chance, etc, tratan de apropiarse de una pequeña parte del espacio público para rebuscarse el ingreso diario.
Es el problema del rebusque, de la economía popular y la informalidad muy estudiada por el economista peruano, Hernando de Soto. Es el tema de la economía del rebusque frente a la autoridad y el orden de las ciudades, principales de las zonas céntricas y de mayor congestión.
Valledupar no es la excepción y sufre el mismo problema de decenas de ciudades en el país: la invasión del espacio público y la necesidad de recuperarlo, controlarlo y defenderlo.
Según la legislación urbana, se define al espacio público como el “Conjunto de inmuebles públicos y los elementos arquitectónicos y naturales de los inmuebles privados, destinados por su naturaleza, por su uso o afectación, a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas que trascienden, por tanto, los límites de los intereses individuales de los habitantes”.
La connotación de espacio público tiene fundamento constitucional, toda vez, que nuestra Carta Política consagra que es deber del Estado velar por la protección de la integridad del Espacio Público, y por parte de los particulares, a través de mecanismos como las Acciones Populares.
Sin embargo, tales preceptos contrastan con la realidad que se aprecia en varios sectores de Valledupar, ya que si bien es cierto el espacio público nos pertenece a todos; esta frase, que se ha convertido en cliché, se está haciendo mal uso del mismo y – peor aún- ante la falta de mayores medidas de prevención y control por parte de las autoridades pertinentes, las secretarías de Gobierno y de Tránsito, como también la Oficina de Planeación.
Para la muestra varios botones: al entrar a Valledupar, por la avenida Simón Bolívar, se aprecia de lado y lado talleres y lavaderos de carros, prácticamente en la calle, que es una vía púbica. Y ni que decir del desfile interminable de restaurantes con mesas ubicadas prácticamente en el andén ó al frente de las casas, en donde improvisadamente colocan una venta de comida, por donde supuestamente debe circular el peatón, todo esto adobado por la estruendosa música – ó más bien ruido- que sale de los estaderos, produciéndose así otro atentado contra el espacio público y la convivencia: la llamada contaminación auditiva.
Esa es la primera impresión que tiene un visitante cualquiera cuando llega a Valledupar. Ahora, si se traslada por la avenida los Cortijos, allí el panorama es igual o peor: negocios con sillas en los andenes, carros estacionados en las vías, ventas ambulantes de minutos y comidas, etc. La situación es igual en otros sectores populares de la capital del Cesar.
Hasta en la esquina de la DPA, sobre la Carrera Novena, un vendedor de comidas rápidas se apropió de la esquina y ahora la fila de carros es de cinco y hasta ocho vehículos reduciendo el espacio para circular los vehículos, principalmente en horas de la noche.
Transitar por las calles del centro de la ciudad se ha convertido en una verdadera odisea. Allí es donde más se da esa invasión del espacio público con todo tipo de productos en los andenes, que obligan al peatón a bajarse del andén y a caminar por la plena vía, exponiéndose a que lo atropelle un carro o una moto.
Por supuesto, no tenemos nada en contra de las personas que ganan su sustento con la actividad de ventas de comidas o de minutos, etc, a las cuales han tenido que recurrir, por la falta de empleo u otras opciones de ingresos. El problema es nacional, claro, pero esto no puede ser pretexto para que impere el desorden y el abuso del espacio público. Se necesita más autoridad, control, prevención y represión.
Ahora, cuando se aproxima la temporada de navidad, advertimos que las autoridades municipales y la Policía Nacional estén alertas para evitar que la situación se agrave y el problema pase de castaño a oscuro. Hay que aplicar las normas, así sea con el uso razonable de la fuerza, y hacer respetar las mismas por el bien de la ciudad y el disfrute de sus habitantes y sus visitantes.
Por supuesto, el logro de estos objetivos dependen del binomio autoridades y población civil y la misma es fundamental en la construcción de la ciudad que queremos, de la mano de un alcalde al cual su comunidad y el país le han reconocido todos los esfuerzos que viene haciendo por transformar a Valledupar.
El problema del control y manejo del espacio público es uno de los más complejos de las ciudades de América Latina y Colombia. Día a día, cientos de vendedores ambulantes de comidas, de minutos a celular, de chance, etc, tratan de apropiarse de una pequeña parte del espacio público para rebuscarse el ingreso diario. Es […]
El problema del control y manejo del espacio público es uno de los más complejos de las ciudades de América Latina y Colombia. Día a día, cientos de vendedores ambulantes de comidas, de minutos a celular, de chance, etc, tratan de apropiarse de una pequeña parte del espacio público para rebuscarse el ingreso diario.
Es el problema del rebusque, de la economía popular y la informalidad muy estudiada por el economista peruano, Hernando de Soto. Es el tema de la economía del rebusque frente a la autoridad y el orden de las ciudades, principales de las zonas céntricas y de mayor congestión.
Valledupar no es la excepción y sufre el mismo problema de decenas de ciudades en el país: la invasión del espacio público y la necesidad de recuperarlo, controlarlo y defenderlo.
Según la legislación urbana, se define al espacio público como el “Conjunto de inmuebles públicos y los elementos arquitectónicos y naturales de los inmuebles privados, destinados por su naturaleza, por su uso o afectación, a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas que trascienden, por tanto, los límites de los intereses individuales de los habitantes”.
La connotación de espacio público tiene fundamento constitucional, toda vez, que nuestra Carta Política consagra que es deber del Estado velar por la protección de la integridad del Espacio Público, y por parte de los particulares, a través de mecanismos como las Acciones Populares.
Sin embargo, tales preceptos contrastan con la realidad que se aprecia en varios sectores de Valledupar, ya que si bien es cierto el espacio público nos pertenece a todos; esta frase, que se ha convertido en cliché, se está haciendo mal uso del mismo y – peor aún- ante la falta de mayores medidas de prevención y control por parte de las autoridades pertinentes, las secretarías de Gobierno y de Tránsito, como también la Oficina de Planeación.
Para la muestra varios botones: al entrar a Valledupar, por la avenida Simón Bolívar, se aprecia de lado y lado talleres y lavaderos de carros, prácticamente en la calle, que es una vía púbica. Y ni que decir del desfile interminable de restaurantes con mesas ubicadas prácticamente en el andén ó al frente de las casas, en donde improvisadamente colocan una venta de comida, por donde supuestamente debe circular el peatón, todo esto adobado por la estruendosa música – ó más bien ruido- que sale de los estaderos, produciéndose así otro atentado contra el espacio público y la convivencia: la llamada contaminación auditiva.
Esa es la primera impresión que tiene un visitante cualquiera cuando llega a Valledupar. Ahora, si se traslada por la avenida los Cortijos, allí el panorama es igual o peor: negocios con sillas en los andenes, carros estacionados en las vías, ventas ambulantes de minutos y comidas, etc. La situación es igual en otros sectores populares de la capital del Cesar.
Hasta en la esquina de la DPA, sobre la Carrera Novena, un vendedor de comidas rápidas se apropió de la esquina y ahora la fila de carros es de cinco y hasta ocho vehículos reduciendo el espacio para circular los vehículos, principalmente en horas de la noche.
Transitar por las calles del centro de la ciudad se ha convertido en una verdadera odisea. Allí es donde más se da esa invasión del espacio público con todo tipo de productos en los andenes, que obligan al peatón a bajarse del andén y a caminar por la plena vía, exponiéndose a que lo atropelle un carro o una moto.
Por supuesto, no tenemos nada en contra de las personas que ganan su sustento con la actividad de ventas de comidas o de minutos, etc, a las cuales han tenido que recurrir, por la falta de empleo u otras opciones de ingresos. El problema es nacional, claro, pero esto no puede ser pretexto para que impere el desorden y el abuso del espacio público. Se necesita más autoridad, control, prevención y represión.
Ahora, cuando se aproxima la temporada de navidad, advertimos que las autoridades municipales y la Policía Nacional estén alertas para evitar que la situación se agrave y el problema pase de castaño a oscuro. Hay que aplicar las normas, así sea con el uso razonable de la fuerza, y hacer respetar las mismas por el bien de la ciudad y el disfrute de sus habitantes y sus visitantes.
Por supuesto, el logro de estos objetivos dependen del binomio autoridades y población civil y la misma es fundamental en la construcción de la ciudad que queremos, de la mano de un alcalde al cual su comunidad y el país le han reconocido todos los esfuerzos que viene haciendo por transformar a Valledupar.