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Columnista - 14 septiembre, 2012

Así no se puede

Por:   JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van […]

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Por:   JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ

Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van a misa todos los días terminan siendo egoístas pues adoran a Dios por sobre todas las cosas, en cumplimiento del Primer Mandamiento, pero desatienden al prójimo cuando no lo ayudan en sus necesidades pudiéndolo hacer e incumpliendo así otro Mandamiento de la Ley de Dios.
En estos días por invitación especial y orden perentoria de mi señora, asistí a una misa también especial, Misa de Sanación, oficiada por un sacerdote muy inteligente, locuaz y convincente que, ante un auditorio nutrido, porque La Natividad estaba taquea y no le cabía un alma más, exhibió sus dotes de buen orador, magnifico conocedor de los problemas anímicos y físicos que nos aquejan, extraordinario intérprete de la palabra de Dios vaciada en La Biblia y a veces un poco Antioqueño – culebrero que por espacio de casi de dos horas nos mantuvo absortos y embelesados con la interpretación del Evangelio; habló de todo, y basó su discurso en los tres pilares fundamentales que tiene la religión católica para crecer, que son: La Justicia, La Misericordia y La Fe.
Y se extendió explicando estos tres principios básicos universales: la gente no pestañaba y lo oíamos sin perder una sola palabra, nos manejo a su buen antojo, nos puso a orar, a meditar con los ojos cerrados y las manos en alto en señal de plegaria mientras él imploraba y pedía por los que sufrían, entre ellos a uno que tenia la “cochozuela” partía y hacia mucho tiempo que no podía dar un paso, a otro que esta tullio lo hizo caminar también y – en fin- era un verbo inagotable y convencedor que logro que la iglesia se anegara de agua salada  producto del torrente de lagrima de la multitud que hipnotizada lo escuchaba; cuando nos dimos el abrazo fraternal de la paz, eso fue la locura, volvimos a llorar e hicimos actos de contrición, lo mismo paso con el Padre Nuestro que se rezó en cadena y para terminar la comunión en donde las sagradas ostias no alcanzaron y hubo que reforzar la producción.
El padre hizo énfasis en la misericordia y reiteró que había que dar, darle al pobre, al necesitado, al hambriento, al sediento y al andrajoso, para achicar la gran brecha de desigualdad entre pobres y ricos y después de dos horas nos dio la bendición y a jugar la chaza, cogiendo cada quien para su casa.
Al salir de la iglesia, fui el primero, vi en el atrio a un pobre hombre con dos niños, varón y hembra con un cartón que decía: “somos desplazados tenemos hambre, por favor ayúdennos con algo”, me metí la mano al dril y le di “algo” y seguí, pero no se, me devolví para ver como se portaban con ese pobre hombre y sus dos niños y me decepcioné pues mujeres encopetadas y cubiertas de oro con ajuares bellísimos y costosos, pasaban, leían y de aquello nada, hombres adinerados unos y muy ricos otros hacían lo mismo y de aquello, menos, ancianas elegantísimas a las que esperaban sus costoso vehículos y menos que menos y así pasó todo el mundo y el pobre hombre con sus harapientos niños no recibió un solo chavo de mas nadie. Que horror, así no se puede, así el pobre Santos, nuestro Presidente, no va a conseguir la paz que todos queremos, porque el pueblo colombiano no le corresponde.
Me devolví y quizás con un poco de rabia, al ver tamaña  injusticia le conté a cualquiera amigo o familiar sobre lo observado y me dijo que esos eran unos avispados que vivían de ese cuento, no contento con esto llegue a donde el padre oficiante lo felicité por su intervención le conté lo sucedido y le agregue que todo eso que había dicho con tanto esfuerzo a la gran mayoría le entraba por un oído y le salía por otro y confundido me dijo “Que hacemos, que podemos hacer, perdí mi tiempo, pero no voy a desistir y continuare divulgando la palabra de Dios, porque con una sola persona que la asimile me siento satisfecho.

Columnista
14 septiembre, 2012

Así no se puede

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Por:   JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van […]


Por:   JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ

Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van a misa todos los días terminan siendo egoístas pues adoran a Dios por sobre todas las cosas, en cumplimiento del Primer Mandamiento, pero desatienden al prójimo cuando no lo ayudan en sus necesidades pudiéndolo hacer e incumpliendo así otro Mandamiento de la Ley de Dios.
En estos días por invitación especial y orden perentoria de mi señora, asistí a una misa también especial, Misa de Sanación, oficiada por un sacerdote muy inteligente, locuaz y convincente que, ante un auditorio nutrido, porque La Natividad estaba taquea y no le cabía un alma más, exhibió sus dotes de buen orador, magnifico conocedor de los problemas anímicos y físicos que nos aquejan, extraordinario intérprete de la palabra de Dios vaciada en La Biblia y a veces un poco Antioqueño – culebrero que por espacio de casi de dos horas nos mantuvo absortos y embelesados con la interpretación del Evangelio; habló de todo, y basó su discurso en los tres pilares fundamentales que tiene la religión católica para crecer, que son: La Justicia, La Misericordia y La Fe.
Y se extendió explicando estos tres principios básicos universales: la gente no pestañaba y lo oíamos sin perder una sola palabra, nos manejo a su buen antojo, nos puso a orar, a meditar con los ojos cerrados y las manos en alto en señal de plegaria mientras él imploraba y pedía por los que sufrían, entre ellos a uno que tenia la “cochozuela” partía y hacia mucho tiempo que no podía dar un paso, a otro que esta tullio lo hizo caminar también y – en fin- era un verbo inagotable y convencedor que logro que la iglesia se anegara de agua salada  producto del torrente de lagrima de la multitud que hipnotizada lo escuchaba; cuando nos dimos el abrazo fraternal de la paz, eso fue la locura, volvimos a llorar e hicimos actos de contrición, lo mismo paso con el Padre Nuestro que se rezó en cadena y para terminar la comunión en donde las sagradas ostias no alcanzaron y hubo que reforzar la producción.
El padre hizo énfasis en la misericordia y reiteró que había que dar, darle al pobre, al necesitado, al hambriento, al sediento y al andrajoso, para achicar la gran brecha de desigualdad entre pobres y ricos y después de dos horas nos dio la bendición y a jugar la chaza, cogiendo cada quien para su casa.
Al salir de la iglesia, fui el primero, vi en el atrio a un pobre hombre con dos niños, varón y hembra con un cartón que decía: “somos desplazados tenemos hambre, por favor ayúdennos con algo”, me metí la mano al dril y le di “algo” y seguí, pero no se, me devolví para ver como se portaban con ese pobre hombre y sus dos niños y me decepcioné pues mujeres encopetadas y cubiertas de oro con ajuares bellísimos y costosos, pasaban, leían y de aquello nada, hombres adinerados unos y muy ricos otros hacían lo mismo y de aquello, menos, ancianas elegantísimas a las que esperaban sus costoso vehículos y menos que menos y así pasó todo el mundo y el pobre hombre con sus harapientos niños no recibió un solo chavo de mas nadie. Que horror, así no se puede, así el pobre Santos, nuestro Presidente, no va a conseguir la paz que todos queremos, porque el pueblo colombiano no le corresponde.
Me devolví y quizás con un poco de rabia, al ver tamaña  injusticia le conté a cualquiera amigo o familiar sobre lo observado y me dijo que esos eran unos avispados que vivían de ese cuento, no contento con esto llegue a donde el padre oficiante lo felicité por su intervención le conté lo sucedido y le agregue que todo eso que había dicho con tanto esfuerzo a la gran mayoría le entraba por un oído y le salía por otro y confundido me dijo “Que hacemos, que podemos hacer, perdí mi tiempo, pero no voy a desistir y continuare divulgando la palabra de Dios, porque con una sola persona que la asimile me siento satisfecho.