Por: JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van […]
Por: JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ
Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van a misa todos los días terminan siendo egoístas pues adoran a Dios por sobre todas las cosas, en cumplimiento del Primer Mandamiento, pero desatienden al prójimo cuando no lo ayudan en sus necesidades pudiéndolo hacer e incumpliendo así otro Mandamiento de la Ley de Dios.
En estos días por invitación especial y orden perentoria de mi señora, asistí a una misa también especial, Misa de Sanación, oficiada por un sacerdote muy inteligente, locuaz y convincente que, ante un auditorio nutrido, porque La Natividad estaba taquea y no le cabía un alma más, exhibió sus dotes de buen orador, magnifico conocedor de los problemas anímicos y físicos que nos aquejan, extraordinario intérprete de la palabra de Dios vaciada en La Biblia y a veces un poco Antioqueño – culebrero que por espacio de casi de dos horas nos mantuvo absortos y embelesados con la interpretación del Evangelio; habló de todo, y basó su discurso en los tres pilares fundamentales que tiene la religión católica para crecer, que son: La Justicia, La Misericordia y La Fe.
Y se extendió explicando estos tres principios básicos universales: la gente no pestañaba y lo oíamos sin perder una sola palabra, nos manejo a su buen antojo, nos puso a orar, a meditar con los ojos cerrados y las manos en alto en señal de plegaria mientras él imploraba y pedía por los que sufrían, entre ellos a uno que tenia la “cochozuela” partía y hacia mucho tiempo que no podía dar un paso, a otro que esta tullio lo hizo caminar también y – en fin- era un verbo inagotable y convencedor que logro que la iglesia se anegara de agua salada producto del torrente de lagrima de la multitud que hipnotizada lo escuchaba; cuando nos dimos el abrazo fraternal de la paz, eso fue la locura, volvimos a llorar e hicimos actos de contrición, lo mismo paso con el Padre Nuestro que se rezó en cadena y para terminar la comunión en donde las sagradas ostias no alcanzaron y hubo que reforzar la producción.
El padre hizo énfasis en la misericordia y reiteró que había que dar, darle al pobre, al necesitado, al hambriento, al sediento y al andrajoso, para achicar la gran brecha de desigualdad entre pobres y ricos y después de dos horas nos dio la bendición y a jugar la chaza, cogiendo cada quien para su casa.
Al salir de la iglesia, fui el primero, vi en el atrio a un pobre hombre con dos niños, varón y hembra con un cartón que decía: “somos desplazados tenemos hambre, por favor ayúdennos con algo”, me metí la mano al dril y le di “algo” y seguí, pero no se, me devolví para ver como se portaban con ese pobre hombre y sus dos niños y me decepcioné pues mujeres encopetadas y cubiertas de oro con ajuares bellísimos y costosos, pasaban, leían y de aquello nada, hombres adinerados unos y muy ricos otros hacían lo mismo y de aquello, menos, ancianas elegantísimas a las que esperaban sus costoso vehículos y menos que menos y así pasó todo el mundo y el pobre hombre con sus harapientos niños no recibió un solo chavo de mas nadie. Que horror, así no se puede, así el pobre Santos, nuestro Presidente, no va a conseguir la paz que todos queremos, porque el pueblo colombiano no le corresponde.
Me devolví y quizás con un poco de rabia, al ver tamaña injusticia le conté a cualquiera amigo o familiar sobre lo observado y me dijo que esos eran unos avispados que vivían de ese cuento, no contento con esto llegue a donde el padre oficiante lo felicité por su intervención le conté lo sucedido y le agregue que todo eso que había dicho con tanto esfuerzo a la gran mayoría le entraba por un oído y le salía por otro y confundido me dijo “Que hacemos, que podemos hacer, perdí mi tiempo, pero no voy a desistir y continuare divulgando la palabra de Dios, porque con una sola persona que la asimile me siento satisfecho.
Por: JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van […]
Por: JOSÉ M. APONTE MARTÍNEZ
Yo no soy misero, es decir no voy a misa todos los días, ni siquiera todos lo domingos, creo que con las de difuntos me es suficiente, pues acostumbro a acompañar a mis familiares y amigos a los entierros de sus allegados. Como también creo que los que van a misa todos los días terminan siendo egoístas pues adoran a Dios por sobre todas las cosas, en cumplimiento del Primer Mandamiento, pero desatienden al prójimo cuando no lo ayudan en sus necesidades pudiéndolo hacer e incumpliendo así otro Mandamiento de la Ley de Dios.
En estos días por invitación especial y orden perentoria de mi señora, asistí a una misa también especial, Misa de Sanación, oficiada por un sacerdote muy inteligente, locuaz y convincente que, ante un auditorio nutrido, porque La Natividad estaba taquea y no le cabía un alma más, exhibió sus dotes de buen orador, magnifico conocedor de los problemas anímicos y físicos que nos aquejan, extraordinario intérprete de la palabra de Dios vaciada en La Biblia y a veces un poco Antioqueño – culebrero que por espacio de casi de dos horas nos mantuvo absortos y embelesados con la interpretación del Evangelio; habló de todo, y basó su discurso en los tres pilares fundamentales que tiene la religión católica para crecer, que son: La Justicia, La Misericordia y La Fe.
Y se extendió explicando estos tres principios básicos universales: la gente no pestañaba y lo oíamos sin perder una sola palabra, nos manejo a su buen antojo, nos puso a orar, a meditar con los ojos cerrados y las manos en alto en señal de plegaria mientras él imploraba y pedía por los que sufrían, entre ellos a uno que tenia la “cochozuela” partía y hacia mucho tiempo que no podía dar un paso, a otro que esta tullio lo hizo caminar también y – en fin- era un verbo inagotable y convencedor que logro que la iglesia se anegara de agua salada producto del torrente de lagrima de la multitud que hipnotizada lo escuchaba; cuando nos dimos el abrazo fraternal de la paz, eso fue la locura, volvimos a llorar e hicimos actos de contrición, lo mismo paso con el Padre Nuestro que se rezó en cadena y para terminar la comunión en donde las sagradas ostias no alcanzaron y hubo que reforzar la producción.
El padre hizo énfasis en la misericordia y reiteró que había que dar, darle al pobre, al necesitado, al hambriento, al sediento y al andrajoso, para achicar la gran brecha de desigualdad entre pobres y ricos y después de dos horas nos dio la bendición y a jugar la chaza, cogiendo cada quien para su casa.
Al salir de la iglesia, fui el primero, vi en el atrio a un pobre hombre con dos niños, varón y hembra con un cartón que decía: “somos desplazados tenemos hambre, por favor ayúdennos con algo”, me metí la mano al dril y le di “algo” y seguí, pero no se, me devolví para ver como se portaban con ese pobre hombre y sus dos niños y me decepcioné pues mujeres encopetadas y cubiertas de oro con ajuares bellísimos y costosos, pasaban, leían y de aquello nada, hombres adinerados unos y muy ricos otros hacían lo mismo y de aquello, menos, ancianas elegantísimas a las que esperaban sus costoso vehículos y menos que menos y así pasó todo el mundo y el pobre hombre con sus harapientos niños no recibió un solo chavo de mas nadie. Que horror, así no se puede, así el pobre Santos, nuestro Presidente, no va a conseguir la paz que todos queremos, porque el pueblo colombiano no le corresponde.
Me devolví y quizás con un poco de rabia, al ver tamaña injusticia le conté a cualquiera amigo o familiar sobre lo observado y me dijo que esos eran unos avispados que vivían de ese cuento, no contento con esto llegue a donde el padre oficiante lo felicité por su intervención le conté lo sucedido y le agregue que todo eso que había dicho con tanto esfuerzo a la gran mayoría le entraba por un oído y le salía por otro y confundido me dijo “Que hacemos, que podemos hacer, perdí mi tiempo, pero no voy a desistir y continuare divulgando la palabra de Dios, porque con una sola persona que la asimile me siento satisfecho.